II Domingo de Adviento, Ciclo A 

Mateo 3, 1-12: Cristo fue bautizado por un loco y amotinador

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

El Adviento, tiempo de espera, tiempo de alegría y de expectación, es el tiempo en que los creyentes nos congregamos para esperar al Salvador. En un tiempo en que los hombres van arrastrando su vida, con su mirada dirigida al suelo, queriendo encontrar en las cosas de este mundo, en sus propias cosas, en sus propios inventos, en su ciencia y en sus adelantos, esperanzas que les hagan llevadera la dura y difícil existencia, ha llegado la hora de levantar las cabezas, de elevar nuestra vista y clavarla esperanzadoramente en Cristo Jesús que da la verdadera ESPERANZA , que funda y sostiene todas nuestras pequeñas esperanzas.

Es el momento de dejarnos guiar por quienes han tenido una profunda cercanía con el que funda nuestras esperanzas, ellos son el Profeta Isaías, María la Madre de Jesús, y el tercero, Juan el Bautista, que en este día nos dejará frente a frente con Cristo que trae salvación, paz, perdón y esperanza.

Juan, que vestía estrafalariamente hasta dar miedo o risa, que nunca se había cortado el cabello y que comía de lo poco que puede dar el desierto, comenzó a dar de gritos en el desierto de Judá. Sus gritos eran tan fuertes que su voz llegó hasta la ciudad de Jerusalén, la capital del reino, sede de los poderes políticos, religiosos y económicos, para echarles en cara toda su hipocresía, su miseria y su desconsuelo. No predicó precisamente en Jerusalén, sino fuera de ella, como para decir que algo nuevo se estaba gestando y que el poder religioso y económico de la capital estaba podrido, apestaba y pronto sería puesto a la luz pública para que todos comenzaran a vivir una vida nueva lejos de aquella ciudad que con el paso de unos pocos años sería destruida, junto su templo, como una señal de que las cosas habrían cambiado y de que todos necesitaban un cambio que los acercara al verdadero Dios de los cielos.

¿Y qué predicaba Juan el Bautista? “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los Cielos”. El clamaba por una conversión que no significaba simplemente un cambio de mentalidad, sino una verdadera vuelta de los pecados, de las viejas andanzas, de los vicios arraigados para poder gozar de las delicias del Salvador. Un cambio de camino o de ruta. Pero todos, todos y cada uno, comenzando por los que en ese entonces ostentaban el poder o se daban el lujo de ser los orientadores espirituales del pueblo hebreo, los fariseos y los saduceos. Los primeros eran seglares, piadosos, limpios por fuera, muy cumplidos de sus deberes religiosos, pero que se atrevían a juzgar muy mal a sus hermanos los hombres. Y los saduceos, que eran de la clase privilegiada de entre los sacerdotes del templo, los que tenían en sus manos las grandes decisiones y los grandes tesoros del templo.

Ellos se acercaron a Juan el Bautista, quisieron ir entre la gente, de curiosos, por ver qué es lo que atraía a tanta gente, con incomodidades, con frío y con sed todo para ver a un loco que gritaba en pleno desierto, fuera de la gran capital. Quisieron recibir también el bautismo, pero sin convertir sus corazones, y así les fue delante de todos, pues el profeta les gritó: “Raza de víboras, ¿quién les ha dicho que podrían escapar al castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su conversión y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abraham, porque yo les aseguro que hasta de estas piedras puede Dios sacar hijos de Abraham. Ya el hacha está pues a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto, será cortado y arrojado al fuego”.

Y es que Juan bautizaba a las gentes que querían convertir su corazón. El bautismo era un rito conocido entre los hebreos, con lo cual significan la limpieza con la que todos los hombres queremos acercarnos a la divinidad. Casi todas las religiones tienen un rito parecido, en el que siempre figura el agua, que lava, que purifica que reconforta. Es el hombre que busca acercarse puro, limpio, aceptable ante su dios. Pero entre nosotros, el bautismo, que es distinto al de Juan, no solo significa el deseo del hombre de ser purificado. Para los católicos, el bautismo es el encuentro de Dios con el hombre al que purifica y sana desde su interior. Es el encuentro de Cristo con el hombre que queda sanado de por vida y con la esperanza de continuar su camino aunque termine sus días en este mundo. Y es el encuentro con la Iglesia que toma al hombre desvalido, lo carga sobre sus hombros, lo amamanta, lo alimenta y lo pone en el camino de salvación. Es la respuesta de Dios al hombre que busca su purificación.

En estos días de Adviento, bien haremos nosotros entonces en dejar el corazón abierto para que el Salvador haga su obra en nosotros, y nos libere y nos acerque al corazón de nuestro buen Padre Dios. Es el tiempo de la apertura a Cristo Jesús, cuyo cumpleaños estamos por celebrar, aunque todo celebremos menos a él que es el festejado. Quizá el menos festejado incluso entre los mismos cristianos y católicos, que ahora sentamos en el lugar de honor a un viejo panzón, vestido de rojo y con una carcajada vacía, desprovista de sentido y que pretende traer “regalos” pero no el verdadero REGALO que el Padre quiere dejar en nuestras manos y en nuestros corazones, la Gracia, la Paz, la reconciliación entre todos los hombres, tan divididos por bandos políticos, económicos, de color, de raza, de edad para convertirnos en una comunidad de amor, de fraternidad de verdadera ESPERANZA. No está por demás seguir escuchando al Bautista, que nos advierte que si bien es verdad que Cristo viene a dar la salvación, y gratuitamente, también lo es que necesita nuestra cooperación, con lo que hay la posibilidad de quedarnos fuera de su amor, por rechazar lo que a él le costó su propia vida: “Yo los bautizo con agua, en señal de que ustedes se han convertido: pero el que viene después de mí, es más fuerte que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y su fuego. Él tiene el bieldo en su mano para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.