IV Domingo de Adviento, Ciclo A 

Mateo 1, 18-24: Mami…estoy embarazada…pero no del Espíritu Santo…

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

En las inmediaciones de un acontecimiento que partió en dos la historia de los hombres, el nacimiento de Cristo Jesús, quiero releer los Evangelios, que son Buena Noticia y acontecimiento Salvador, para intentar detallar algunos aspectos humanos que nos hagan vibrar mejor con el profundo mensaje de fe que nos deja tal acontecimiento.

Quiero partir de aquel momento sublime en que el enviado divino, se postra ante una muchachita, pequeña, sencilla, humilde, recatada, que nosotros llamamos María, 12 o 13 años según las costumbres de su pueblo para aceptar la vida matrimonial y los deberes que imponía el cuidado y la atención de una casa. Fue un momento singular, en que Dios se abaja, casi se agacha, para pedirle a su criatura, que se digne aceptar la maternidad de una criatura que sería algo único en la historia de los hombres. Sabemos que aquella mujercita aceptó complacida, aún sabiendo las dificultades que esto le acarrearía por el resto de su vida. Y aquí comienza el hilo de nuestro mensaje. María fue visitada por un ángel, sólo ella estuvo en ese momento y en ese lugar. El ángel se retiró, y María quedó con su secreto, pero no por mucho tiempo, porque muchas cosas se pueden ocultar, pero no redondez característica de la maternidad, y menos un pueblecito pequeño como era Nazaret y con una convivencia tan cercana como llevaría María con su propia madre. Un día tuvo que revelarles si no todo, parte del secreto que ella llevaba: Estaba esperando un hijo, aún sin la convivencia con el que ya era su esposo, José, porque aún no había sido trasladada hasta la casa de su esposo.

José, el esposo de María, debió ser un hombre fuerte, robusto, no mayor de 25 años, y no como nos lo representa la iconografía, anciano, y con bordón. Hubiera sido asqueroso, casar una muchachita tan agraciada con un viejo ya necesitado de bordón para caminar. Era un hombre fuerte, y con toda la capacidad de amar. No había trato entre los esposos, casi casi como que la boda era cuestión de familias y no tanto de los mismos contrayentes. Pero ellos se amaban, y se amaban entrañablemente. José se situaría disimuladamente cerca del pozo del agua a donde María iba a surtirse todos los días. No se decían nada, sólo una mirada, pero una mirada llena de vida, donde se decían muchas cosas. Pero un día, María con cántaro al hombro, sintió que el vientecillo movió su vestido más de la cuenta, y en ese momento José sintió que todo le daba vueltas, pues sus ojos no lo engañaban, su esposa estaba esperando un hijo, y su desconcierto subió de tono, cuando tuvo más cerca de María y pudo contemplar sus ojos, llenos de bondad, de dulzura y de limpieza. No había sombra de maldad en los ojos de María, pero sus propios ojos no lo podían engañar, su mujer estaba encinta. Miles de preguntas surgieron en su interior, y como era un hombre bueno, respetuoso, “justo” como lo llama la Escritura, sintiéndose ante un misterio, intuyendo una presencia misteriosa de Dios, decidió apartarse, irse lejos, donde no tuviera que pedir explicaciones a su mujer y también para no dar explicaciones a nadie. Corrió a su casa, metió en un costal algunos de sus instrumentos de trabajo, su serrucho, su martillo, alguna muda de ropa, y recostado en el mismo costal, esperó la madrugada para salir sin que nadie lo viera para no volver más. Es entonces cuando entra nuevamente en acción un ángel del Señor para manifestarle la voluntad de Dios.

No se trataba desde luego, de “tranquilizarlo”, de darle un calmantito para su ansiedad, sino para descubrirle asuntos importantísimos, vitales para el plan de Salvación de Dios. Así, el angel le refiere tres cosas: en primer lugar, que María su esposa, había concebido efectivamente un hijo pero con la intervención del Espíritu Santo. Es el Espíritu de Dios que viene a anidar entre los hombres para quedarse para siempre con ellos, como lo hizo desde la creación misma del universo entero. Segundo, a José el ángel le anuncia que María daría a luz un hijo, un hijo que nunca sería suyo, que no llevaría definitivamente su sangre, pero que curiosamente sería su hijo ante los hombres, y tercero, que a él: “Le pondrás el hombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. El sería el Salvador de todos los hombres, y que al aplicarle el nombre, él ejercería su propia paternidad, porque viniendo de la casa real de David, su hijo nacería en la línea de sucesión de aquél rey grande a quien se le había prometido que de su descendencia nacería el Salvador. Sabemos que José se levantó complacido, tomó a sus amigos, a sus padres, a los músicos, e hizo alegremente el traslado de su esposa a su propia casa para vivir desde entonces dedicados a aquella criatura providencial que Dios les daba en custodia.

Una primera conclusión la da el Apóstol Pablo, hablando de los profetas en las Escrituras: “Jesucristo, nuestro Señor, nació en cuanto a su condición de hombre, del linaje de David, y en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios, a partir de su resurrección de entre los muertos”. Jesús, es pues, Señor de todos los tiempos, con poder salvador para perdonarnos, pero es también nuestro hermano, con capacidad de entendernos, de consolarnos.

Ante la conclusión de la Sagrada Escritura yo tendría dos conclusiones más, la primera, para mencionar ese drama que se vive con muchísima más frecuencia cada día, cuando muchachitas a edades cada vez más tempranas, un día llegan con la mamá: “Este…no se cómo decírtelo, pero pos…creo que voy a tener un hijo…”. Desde luego no hay comparación con el caso de la Virgen María , absolutamente, pero el drama está ahí, y sin darle alitas a nadie, ¿No será el caso después de la sorpresa, de ayudar a la muchachita a que pueda tener en paz a su hijo, sin pensar en ese crimen abominable del aborto? Y porqué no invocar la presencia de María sobre tantas y tantas muchachitas que requieren atención y comprensión, de los padres antes de que ese drama llegue a darse?

Y mi segunda conclusión, si José vivió momentos muy duros al darse cuenta de la maternidad de su esposa, ¿no podemos invocarlo en muchos momentos y sobre tantas personas que sufren desesperación, depresión, abatimiento, situaciones conyugales irreconciliables? ¿Él que conoció momentos muy difíciles plegándose a la voluntad de Dios, no podría ser nombrado patrono de los que se sienten rotos y quebrados en la vida?

Que María y José miren por nosotros y nos concedan vivir lo que estoy deseando para todos ustedes: Una venturosa y pacífica Navidad.