III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 4, 12-23: ¿Un Cristo sin pobres?... Pobre Cristo.

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Estamos estrenado a San Mateo que nos guiará en nuestro recorrido litúrgico este año, y este domingo nos presenta a un Cristo lleno de vida, de energía,  de vitalidad, de buena voluntad, abierto  a todos, intentando ganarlos a todos para el Buen Padre Dios y para el Reinado que comienza anunciando. Cristo debería tener treinta años por ese entonces, y la casita de Nazaret ya le quedaba chica, lo  mismo que el pueblecito donde se había desarrollado en su adolescencia y en su juventud. Después de la despedida de su Madre y de su Bautismo a manos de Juan su pariente, va a establecerse en una ciudad que debe haber sido importante porque era confluencia de muchos caminos: Cafarnaúm. Fue como su segunda patria. Era el pueblo de Pedro donde pernoctaba y en donde a lo mejor tendría alguna casita prestada para poder tener privacidad y para atender a las muchas gentes que lo buscaban y lo visitaban incluso de noche, cuando no querían ser notados y señalados como amigos de Cristo.   

Cafarnaúm era una ciudad que por ser de alguna manera cosmopolita, tenía una gran cantidad de paganos que sin duda alguna habían influenciado a los israelitas. Los de Judea, los de Jerusalén, la capital del reino, se expresaban muy mal de esa ciudad y de esos territorios, pero fue precisamente el lugar escogido por Cristo para comenzar su mensaje de salvación,  pero para todos los pueblos. Y no andaba tan errado, porque ya el profeta Isaías, siglos antes de la venida de Cristo, y hablaba a su pueblo, sosteniendo la esperanza de un redentor: “ Pero en el futuro llenará de gloria el camino del mar, más allá del Jordan, en la región de los paganos.  El pueblo que habitaba en las tinieblas vio una gran luz: sobre los que vivían tierra de sombras, una luz resplandeció”. 

Curiosamente este texto de Isaías se proclama siempre en la Misa de Medianoche en Navidad, y a nosotros nos da la pauta para la reflexión de este día. Cristo es la luz, una luz que una vez encendida en medio del mundo ya no podrá apagarse. Y una luz que va a iluminar nuestra situación, nuestras instituciones, pero que va a iluminar sobre todo el interior del hombre, su parte más íntima, que a veces es precisamente la más oscura.  

Y la llegada de Cristo ocurre precisamente a la muerte de Juan el Bautista, como continuidad y discipulado suyo. Las palabras de Cristo suenan en un principio muy parecidas a las del Bautista, pero pronto nos daremos cuenta de que su mensaje va totalmente por otra línea. Juan Bautista ponía sal sobre las heridas, y Cristo va a poner bálsamo y aceite para curar a los hombres de todas sus enfermedades. El Bautista predicaba en el desierto y Cristo se va a meter a las casas de todos los hombres. Juan amenazaba con látigos y con castigos, porque así lo requerían las circunstancias, pero Cristo hablará de amor, de esperanza, de solidaridad entre los hombres.  

El primer mensaje de Cristo suena como en Juan: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”, pero el reinado que  Cristo  anuncia es un reino de libertad, de profunda libertad, para poder acercarse al Reinado de Dios que ya ha comenzado con la venida de Cristo y supone una fe inquebrantable en la persona misma de Cristo que llama de una manera atractiva a los hombres, para que lo conozcan y lo amen y luego vayan a convertirse en sus discípulos en su reinado de amor, de paz y de solidaridad.

 

Pero no se vayan a creer mis lectores que Cristo se quedó muy sentadito en Cafarnaúm. No. De ninguna manera. Infatigable, fuerte, lleno de vida, Mateo lo presenta como que:

 

Andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia”.

 

Qué bella imagen nos presenta San Mateo del Salvador, como dándonos la pauta de lo que sería la vida de Jesús de ahí en adelante: entusiasmado por su Padre, por sus planes de salvación, pero muy cercano a los suyos, a los que había sido enviado precisamente por su Padre, para constituirse su Salvador, y de ahí la intrepidez con la que estaba en todos los lugares, las riveras del lago de Galilea, las montañas donde predicaba sus grandes mensajes, los fértiles valles, los caseríos, los poblados y también las grandes ciudades de su tiempo, hasta llegar a la gran capital, Jerusalén que tan mal le pagaría por ser un buen hombre, pero un hombre que sabía estar cerca de las necesidades de su pueblo. Él venía a salvar a todo el hombre, por eso no rehusaba dar la salud a los cuerpos llagados, enfermizos y débiles de todos los hombres. Y a la Iglesia que él fundó le encomendó precisamente a los más pobres, a los que más sufren para estar cerca de ellos, y alentarlos en sus angustias y en sus esperanzas.

 

Precisamente en este año, en mi país, México, se ha presentado un gran problema, porque en la última etapa del tratado de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y mi propio país, quitándose los aranceles para el libre comercio de granos, los agricultores de México quedarán en gran desventaja, pues en los otros dos países los agricultores tienen subsidios gubernamentales que les harán altamente competitivos y que a la larga o mejor a la corta, harán más pobres a los campesinos mexicanos que tendrán o que emigrar con graves peligros para sus vidas y sus familias, o también arriesgarse y dedicarse al sembradío de plantas que luego serán convertidas en estupefacientes. Pues precisamente nuestros obispos, en la línea que llevamos dicho, afirman: “Invitamos a todos los católicos a hacerse solidarios con la situación que viven nuestros hermanos indígenas y campesinos. A ninguno debería extrañarle que los obispos abordemos esta situación. No podemos reducirnos a celebraciones rituales y a una predicación etérea. Es claro que la palabra de Dios  no nos deja en la comodidad del egoísmo y de la pasividad, sino que nos lanza a que hagamos lo que podamos por los pobres. Así lo confirma el documente de Aparecida, fruto de la V conferencia de Obispos: “la opción preferencial, por los pobres está implícita en la fe en Cristo… Nace de nuestra fe en Jesucristo”. A El “lo encontramos de un modo especial en los  pobres, afligidos y enfermos…en el reconocimiento de esta presencia y cercanía, y en defensa de los derechos de los excluidos se juega la fidelidad de la Iglesia a Jesucristo. El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la contemplación de su rostro sufriente en ellos y del encuentro con Él en los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad Él mismo nos revela, surge nuestra opción por ellos. La misma adhesión a Jesucristo es la que nos hace amigos de los pobres y  solidarios con su destino”.    ¡Más claro no canta un gallo! 

Y ya no nos quedó espacio para contemplar el llamado que desde los primeros días de su vida pública hizo Jesús a algunos hombres para seguirlo. Sólo destaco tres cosas: que fue fascinante el llamado a aquellos hombres sencillos, luego que a ninguno de ellos los llamó en el templo ni en las sinagogas, sino en su trabajo, concretamente a los pescadores, y tercero que la respuesta fue súbita, al instante, y por lo tanto también fascinante, tal como es el llamado de Cristo a los hombres de hoy.