IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 5, 1-12a: ¿Alguien ha visto en la calle a un "Pobre de Espíritu"? ¿Qué cara tiene?

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Con un arrojo y un empeño como de quien sabe que tiene poco tiempo y que su misión es grande, Cristo se lanzó desde un principio a conocer las veredas en la parte norte de su país, que lo llevaban a los poblados cercanos al  lago de Galilea y ya con algunos de sus discípulos pero con mucha gente que para entonces lo  buscaba y lo seguía, un día invitó a todos a subir a la montaña. Él iba en primer lugar, y cuando  todos estuvieron completos, volviendo la mirada atrás, se encontraron con la inmensidad del lago que reflejaba plácidamente la inmensidad de la montana, y Cristo sereno, tranquilo, sonriente, dueño de sí mismo, comenzó a instruir a la gente. Lo hizo sentado, inspirando a abrir el corazón y ahí nos entregó una joya preciosa, la más preciosa que pudiéramos tener nunca en nuestras manos, comenzó a tocar la mejor sinfonía que nuestros oídos quisieran deleitarse en oír, y comenzó a dibujar el mejor retrato del hombre que Dios quiso tener de nosotros. Es lo que se ha dado en llamar el sermón de la montana, y que es precisamente como el discurso programático de su misión, lo que inspiraría sus propios pasos, y que como nuevo Moisés, quería dejar como herencia a su pueblo.

 

Vale la pena mencionar, antes de meternos al texto de su mensaje, que el mensaje fue entregado a los hombres no en el templo, que quedaba a muchos kilómetros de distancia, en la lejana Jerusalén , sino en ese ambiente abierto, donde los hombres viven, se aman, trabajan, forman su pareja, y donde los hombres mueren, porque en esos ambientes quería Jesús que su mensaje fuera la inspiración y el modelo para sus vidas. ¡Qué visión la de Jesús !

 

En seguida hay que decir que si bien los mandamientos son para todos los hombres porque los llevamos inscritos en el corazón, las bienaventuranzas de ninguna manera son para personas escogidas, selectas porque eso implicaría ya una forma de discriminación, pero también es verdad que es necesaria la fe pues de otra forma el mensaje sería mal interpretado y haría pensar que el cristiano es una persona chiflada y fuera de ambiente.

 

Cristo fue desgranando lentamente su mensaje ante oyentes ávidos de su palabra: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es Reino de los cielos”. Dichosos, benditos, bienaventurados, felices es la primera parte de la frase y la segunda como en las otras frases, finaliza como una conclusión o bendición o promesa, como quien dice, que ni el mal, ni la pobreza, ni las lágrimas ni la muerte tienen la última palabra, sino Jesús que es el premio, llamará a todas las gentes a compartir su gloria, su dicha y su felicidad. No podemos callar que cuando Cristo habla, se está refiriendo a personas concretas, y no a situaciones que dejarían muy mal parado su mensaje. Tenemos que tener muy bien entendido esto, porque si visitamos a una colonia de la periferia de cualquier ciudad y quisiéramos ir tocando las cabezas de los niños sucios, panzones, si quisiéramos presentar la mejor de las sonrisas a los jóvenes carentes de trabajo y si pasando por las calles malolientes, sin pavimento, sin drenaje, sin agua corriente y si entráramos a las casas de los que apenas la van pasando a duras pena, llamando  a todos bienaventurados, felices ustedes, lo único que ganaríamos sería una sonora mentada de madre, frase que en México empleamos como la máxima ofensa a una persona. Y bien ganado nos la tendríamos, pues efectivamente no podemos llamar feliz a quien la sociedad ha marginado y excluido y ha inducido a vivir en esa pobreza. Ni tampoco podríamos llamar feliz a quien voluntariamente se ha excluido del trabajo para dedicarse al alcohol, a las drogas o a una vida desenfrenada y superficial. En resumidas cuentas, pobre de espíritu sería aquél que tiene precisamente el Espíritu del Señor, y que puede vivir como Cristo en la pobreza aceptada voluntariamente como una manera de mostrar la plena fidelidad al Señor que nos da la vida.  Si hemos comprendido la dinámica de la primera bienaventuranza, podremos fácilmente acceder a las demás.

 

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados”. El hombre despierta a este mundo con un quejido, con un llanto, con un lamento, y de ahí en adelante su vida será entretejida entre las penas y las alegrías, los fracasos y los pequeños triunfos de cada día. Hay  lágrimas, de desdicha y de desilusión, fruto de la injusticia, el despojo y el abandono. Cuando la confianza está puesta en el Señor,  entonces el hombre sabe que no será abandonado por su Dios que tarde o temprano cumplirá su promesa y hará vivir en el Reino de Dios a donde somos invitados todos los hombres.  

 

Dichosos los que sufren, porque ellos heredarán la tierra”.  Cuando  Cristo hablaba a sus apóstoles de su sufrimiento, de su cruz y de su pasión, aunque también les hablaba de su resurrección, no le entendieron, sólo después de que resucitó, apenas comenzaron a saborear lo que les había dicho y entonces no tuvieron empacho en sufrir, porque sabían que su recompensa sería grande.

 

“Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”. Desde luego que no se trata de la justicia de los tribunales humanos, que a veces es de lo más injusto,  sino hambre y sed de que la justicia de Dios triunfe entre los hombres, y el mal ya no se enseñoree encarnado en la comodidad de unos pocos y la infelicidad de muchos.

 

“Dichosos los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia”. Tener el corazón en la miseria de nuestros hermanos, para mirarlos como sólo Dios nos puede mirar, que se abajó para salvarnos a pesar de nuestra miseria y nuestra pobreza.

 

“Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. No se trata de limpieza externa, ritualista, farisea, sino una mirada transparente que sepa mirar a la persona como tal y no por su apariencia o su vestido o su no vestido.

 

“Dichosos los que trabajan por la paz, porque a ellos se les llamará hijos de Dios”. No es la paz de los flojos, o de los alejados, o del demonio, sino del que sabe dar la cara por el oprimido, el desgarrado y el despojado para volverle su legítima dignidad. Qué bella profesión del que acepta y trabaja por la paz del Señor, haciéndola  hace bandera suya.

 

“Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Para quien quiera seguir a Jesús, eso es lo que le espera, persecución, lágrimas, sufrimiento, incomprensión, pero definitivamente la recompensa no será poca, precisamente el Reino de los cielos.