IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Mateo 5, 1-12a: Los fariseos tenían su Código de Derecho Canónico

Autor: Padre Alberto Ramírez Mozqueda

 

 

Hay encuentros que cambian nuestra vida, que nos transforman, que nos hacen ir por caminos que no habíamos imaginado. Hoy el Evangelio de San Juan en su cap. 9,  nos hace vivir un encuentro de Cristo con un ciego de nacimiento al que da la luz para sus ojos y la Luz para su vida. Todo comenzó cuando al pasar por donde estaba  el ciego de nacimiento a quien por el resto de nuestro relato nosotros “bautizaremos” como Zalatiel, los apóstoles le preguntaron a Jesús algo que a todos nos inquieta: porqué el mal, porqué los malos, porqué éstos  duermen plácidamente como angelitos de la gloria y a veces los buenos tienen sueños intranquilos porque no les alcanza el sueldo para los zapatos y la medicinas y la renta, y además porque un hijo les resultó con síndrome de Down o con deficiencias cerebrales: “Señor, quién pecó, éste  o sus padres para que naciera ciego?”. Cristo no da respuesta directa pero deja bien claro que Dios no una super-super computadora que lleva cuenta rigurosa de los pecados, para dar el castigo proporcionado, y hasta con creces, e incluso ya desde esta vida. Éste no es el dios de Jesús, el que él vino a anunciar, sino el Dios que es Padre, que quiere el bien de sus hijos, que los acompaña y los estrecha sobre su corazón y que quiere que todos los hombres sean hermanos, y de pasó dejó bien claro que él es la Luz del mundo, y que ha venido para que los ciegos vean,  los mudos hablen y los muertos resuciten.  

Y del dicho al hecho, sin que Zalatiel se lo hubiera pedido, Cristo lo llamó, lo puso  frente a sí, y haciendo un poco de lodo con tierra y su propia saliva, se lo puso en los ojos y le pidió que fuera a lavarse a una piscina cercana. Les recuerdo que en San Juan todo tiene un significado, por eso el hecho de pedirle a Zalatiel que fuera a lavarse, significa que el hombre tiene que colaborar activamente a la salvación de Dios y la saliva, porque se le atribuían poderes especiales. Todavía nuestras mamás curan a sus hijos en determinadas circunstancias con un poco de saliva, ¿o no?   Zalatiel se apresuró a cumplir con lo que Cristo le pedía, y ayudado por algunas gentes compasivas, pudo lavarse y comenzó a ver, con gran sorpresa y con gran alegría de su corazón. Pues este hecho fue lo que desencadenó todo un proceso en el que se vieron implicados desde luego Jesús, Zalatiel, las gentes que lo conocían, los fariseos que eran autoridad en cuestiones religiosas y hasta los papás de Zalatiel. Los primeros que intervienen fueron los que lo conocían, que no cabían de asombro al encontrarse con el que seguramente habían socorrido más de alguna vez a la puerta del templo y dudaban de que fuera él. Pero a propios y extraños, Zalatiel les repetía una y otra vez lo que Jesús había hecho por él y cómo lo había mandado a la piscina para comenzar a ver, aunque declaró que no sabía dónde estaba el tal Jesús que le había devuelto la vista.  

La noticia corrió como reguero de pólvora y pronto tuvo que presentarse ante los fariseos que con mucha rabia lo interrogaron repetidamente sobre lo acontecido. Y es de admirar ya desde aquí la valentía de Zalatiel, que fue dando testimonio de su curación, aunque no conociera definitivamente a Cristo. Ellos inmediatamente declararon que Cristo no era un hombre de Dios porque lo había curado en sábado, cosa que según ellos y según su propio código religioso no estaba permitido. Su religión les impedía alegrarse con la curación de un pobre ciego. Increíble, que queriendo fundar su aserto en cuestiones religiosas, no pudieran alegrarse de ver a un hombre liberado. Y Zalatiel, nuevamente interrogado acierta a decirles  que “Jesús es un profeta”.  

Entraron en juego entonces los papás de Zalatiel, pues ante la evidencia, los fariseos seguían aferrados a que había gato encerrado y que la curación de Zalatiel no era cierta. Ciertamente sus padres, ante la amenaza que veían acercarse de ser excomulgados de la comunidad, escabulleron el bulto y declararon que aquél hombre definitivamente era ciego, que así había nacido, pero que en cuestión de la curación, ni sabían cómo había ocurrido ni se habían dado cuenta de quién lo hubiera hecho, de manera que lo dejaron solo y le pidieron a los fariseos que a él lo interrogaran, porque siendo un hombre adulto, podría responder por sí mismo. Qué cobarde actitud la de esos padres, que no dieron la cara por su hijo y lo dejaron solo frente a aquella jauría humana como eran los fariseos. Quisieron hacer que Zalatiel testificara del pecado de Jesús por haberlo curado, pero nuevamente con una gran valentía declaró: “Jamás se ha oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento.  Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”. Y como insistiera en su rebeldía, decretaron echarlo fuera de la sinagoga, excluirlo religiosa, política, social y económicamente. Ya no podría acercarse más a la sinagoga  con todo lo que esto significaba, estar excluido para siempre de su comunidad.  

Pero ahí estaba Jesús, haciéndose  presente de nuevo con Zalatiel, más cuando se dio cuenta de que éste  había sido excluido de su religión, de su sinagoga y se le manifiesta como el verdadero salvador, terminando este encuentro con un verdadero acto de fe, que transcribo a la letra, no sin invitar a mis lectores para que por su cuenta puedan volver a leer el texto de San Juan en el capítulo 9: “Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: “Crees en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es, Señor para que yo crea en él?” Jesús le dijo: “Yo lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor” y postrándose lo adoró.

Y llegando al momento de las conclusiones, vale la pena seguir el itinerario de Zalatiel: un encuentro con Cristo al que él no conoce, un comenzar a ver inspirado por la acción de Jesús, una admiración creciente por el que se le hizo el encontradizo, hasta llegar a convertirse en un ferviente y decidido seguidor del que en una segunda instancia se le presenta como el Hijo de Dios con poder para salvar. Aquí podemos, como el domingo pasado, cuando hablamos de la Samarita, del agua que Jesús le ofrecía, pensar ahora si nosotros tenemos luz en nuestros ojos, o mejor, preguntarnos qué luz nos guía, no sea como esas pretendidas luces que hacen brillar a tantas estrellitas y estrelladas del mundo del espectáculo que repugnan por su vida vacía y sin luz propia y que pretenden convertirse en modelo para las vidas de tantos jóvenes que no tienen oportunidad de otros encuentros que guíen y orienten sus vidas jóvenes. Creo que viene bien terminar con una palabra y una invitación de nuestros obispos representados en “Aparecida”: 136.

“La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (cf. Jn 10, 3). Es un “sí” que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14, 6). Es una respuesta de amor a quien lo amó primero “hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1). En este amor de Jesús madura la respuesta del discípulo: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9, 57).