XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

2 R 5, 14-17
Salmo 97, 1-4
2 Tm 2, 8-13
Lc 17, 11-19

1. Los textos bíblicos que la liturgia nos viene ofreciendo a nuestra consideración en estos últimos domingos intentan acotar el terreno de las posturas requeridas en el hombre para poder ser salvado por Dios. Se nos ha dicho --bajo la imagen del banquete eterno-- que la salvación es vivencia del comunitarismo y que, por ello. en linea de comunitarismo ha de ser interpretada la existencia humana.
Se nos ha dicho que una avalancha de ídolos --el dinero, el placer, los orgullosos éxitos cueste lo que cueste, los egoísmos insolidarios-- se interfieren en la vida humana para no dejar lugar a Dios.
Se nos ha recordado de modo muy expresivo que el dinero, las riquezas y el poder es el dios Mammón y que el hombre que repone su confianza en sus cuentas corrientes difícilmente caerá en la cuenta de sus necesidades más íntimas y de las necesidades de sus hermanos y que esta doble ceguera le incapacitará para poner su confianza en Dios y para advertir las urgencias de los prójimos...
Por último, se nos dice que para la salvación es necesaria la fe. Pero, ¿qué es la fe? ¿De qué fe se trata? ¿Acaso no somos hombres de fe?


2. A través de la postura que ante Cristo adoptan diez leprosos de Samaría se nos indica que creer es confiar en el poder salvador de Dios. “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Los diez pobres desgraciados confían en el poder --y poder amoroso-- de Jesús. Su enfermedad no les permite esperanza alguna en el poder de los hombres. Sólo les queda el recurso al poder de Dios. Porque el poder de Dios está por encima de todo otro poder y porque el poder divino es siempre un poder de salvación.
El creyente es el hombre que confía en la salvación de Dios cuando todo parece arrasado por los poderes de la muerte que destruye la vida; que confía en el poder de Dios cuando la auténtica realización de la biografía de cada cual está arruinada por el poder de nuestros pecados; cuando los empeños por encontrar la verdad que nos reconcilie con nosotros mismos, con nuestro prójimo y con el cosmos y la historia..., parecen llamados a quebrarse a mitad de camino.
Creer es esperar confiadamente en que el poder de Dios es un poder de liberación de nuestros límites y de nuestras caducidades.


3. Pero, creer, ¿es sólo poner la confianza definitiva y última en el amor poderoso y fuerte de Dios? El texto del Evangelio de san Lucas responde al tema con el comportamiento de uno de los diez leprosos curados. Esta respuesta del leproso samaritano es pareja a la dada por Naamán, en el texto del segundo libro de los Reyes, que hoy se nos pone como primera lectura. y, en qué consiste este comportamiento del sirio Naamán y del leproso samaritano? Consiste en aceptar, para el curso de la existencia en el mundo, el proyecto de Dios sobre la existencia humana. Naamán lo dice al afirmar que en su vida ya no habrá otro dios, sino sólo el Dios de Israel. El enfermo samaritano, lo dice con su agradecimiento al Cristo que lo ha curado de la lepra. Tanto Naamán como el samaritano se comprometen a “dar gloria a Dios”, esto es, a realizar sus vidas en acuerdo total y exigente con el proyecto divino sobre el mundo. No cabe --se nos viene a decir-- que la fe discurra por un lado y la vida de cada día contradiga a la fe y a sus compromisos. El binomio fe y obras de la fe es indisoluble. Por eso, la pregunta se impone: ¿Tenemos fe? ¿Somos hombres de fe? ¿Creemos de verdad por cuanto practicamos y nos comprometemos según los imperativos de la fe en el Dios de Jesús?

4. San Pablo, en carta a sus discípulo Timoteo, en un texto precioso y apretado de contenido, subraya las conclusiones prácticas de la fe, Estas consisten, en definitiva, en adecuar nuestra existencia al modo de pensar y de vivir de Cristo Jesús. Creen en el Evangelio es realizar el Evangelio.