II Domingo de Adviento, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Ba 5, 1-9
Salmo 125, 1-6
Fil 1, 3-6
Lc 3, 1-6

1. La fe cristiana está fundada en la historia. Esto, dicho de otra manera, significa que se apoya en experiencias que parten de la intervención de Dios en la historia del hombre; en tiempos y lugares bien precisos. Los mitos, por el contrario, tienen la característica de describir hechos sucedidos en un mundo sin tiempo ni lugar definidos. Éste no es el caso de la fe cristiana. La Palabra de Dios es un acontecimiento histórico. Llama a la existencia toda la creación y la mantiene hasta el día de hoy. En la plenitud de los tiempos la Palabra se hizo carne, es decir se hizo historia. Es lo que celebramos en la Navidad.

2. En la antigüedad, cuando el rey llegaba a un lugar, previamente todo el mundo se ponía a preparar los caminos hacia la población que el rey iba a visitar, todas las vías torcidas se enderezaban, todos los montículos eran allanados, todos los huecos de la carretera eran rellenados. Los cristianos decimos que estamos a la espera de esa llegada del Rey.
El profeta Baruc, después de invitar al llanto y a la penitencia por los pecados cometidos y que han sido la causa del castigo mediante el destierro en Babilonia, lleva al pueblo de Israel, en el pasaje que acabamos de escuchar, al júbilo por el anuncio de la salvación futura. Jerusalén es invitada a levantarse para contemplar desde la altura el regreso de sus hijos que vienen de oriente y de occidente traídos por la voz de Dios… El Señor ordena que se eliminen las asperezas del camino, manda a los árboles que den sombra y perfume y él mismo les sirve de guía… Los signos liberadores que se perciben en la historia dejan entrever el futuro que Dios prepara para su pueblo.

3. San Lucas, por su parte como buen historiador y al mismo tiempo como escritor sagrado, nos remite a la historia concreta, señalando fechas y lugares precisos para informarnos acerca del inicio del ministerio de Juan el Bautista. Notemos que todo se desencadena con la venida de la Palabra de Dios sobre el último profeta del Antiguo Testamento, el mismo que abre el Nuevo. No pasemos por alto la irrupción de Dios, por su Palabra en la historia. El encuentro de Juan con la Palabra de Dios es un acontecimiento; en un momento y en un lugar (el desierto) muy precisos.
El evangelista tiene cuidado de señalar detalles no sólo de la historia del pueblo de Dios, sino también del pagano: el año decimoquinto del César Tiberio… ¡Dios es Señor de la historia! Nada escapa a su domino y a su poder. Es oportunidad de encuentro y gozo.
Y a partir de esa experiencia, Juan comienza a predicar el bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Este nuevo profeta está en continuidad con los de la antigua etapa de la salvación. Sobresalen entre ellos especialmente Isaías y Baruc. La referencia del evangelio al Antiguo Testamento se encuentra en la segunda parte del libro de Isaías en el que se refiere el anuncio de la liberación de la esclavitud que el pueblo de Dios sufre en Babilonia. Este anuncio es también una promesa que incita al pueblo a ponerse en camino de regreso.

4. Dios promete y cumple lo que promete porque, como ya hemos señalado, es dueño de la historia. Pero caigamos en la cuenta de que la historia no está sólo en el pasado, sino que, como algo que transcurre, tiende al futuro. La promesa pertenece al presente porque se recibe ahora, pero en realidad pertenece al futuro porque nos lleva hacia delante. No somos naturalmente dueños del futuro, pero los cristianos lo poseemos en la medida en que aceptamos la promesa. Ésta la alcanzamos en la esperanza.
Pero la esperanza parte de nuestro momento presente y se alimenta del futuro que Dios nos promete. Esto quiere decir, en palabras muy concretas, que, para alcanzar la salvación que Dios nos promete, hemos de partir de nuestra realidad personal, es decir, de nuestra propia historia tal como es y dejar que Dios la transforme, según su promesa, en historia de salvación.
El Señor viene. Ésta es la promesa. Nosotros le creemos. Creer es saber esperar lo que se nos promete. El Adviento es la oportunidad de vivir y experimentar la esperanza en la salvación que el Padre nos ofrece en su amado Hijo. Esta esperanza nos hace vivir intensamente el presente en conversión continua, como nos lo pide el Señor, por medio del Bautista.