XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 13, 22-30

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Isaías 66, 18-21
Salmo 116
Hebreos 12, 5-7. 11-13
Lucas 13, 22-30.

1. El Reino de Dios no era monopolio o posesión exclusiva del pueblo judío y que así lo habían dicho ya los profetas desde siglos antes de Jesucristo. Dios quiere que todos los seres humanos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Nadie puede tener a Dios como posesión exclusiva. Dios hará entrar en su Reino a gentes que nosotros no aceptamos o ni siquiera tenemos en cuenta y ello porque el Reino es Reino de Dios. El es el dueño y sólo El reparte las entradas.
El plan de salvación que Dios tiene es para toda la humanidad y no para unos cuantos. Somos elegidos, es cierto, pero nos somos los únicos, pues como dice san Pablo, Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven. En todo caso hemos sido elegidos para ser instrumentos de salvación para muchos.
El profeta, un hombre que vivió después del exilio de los judíos en Babilonia y autor de la tercera parte del libro, anuncia el renacimiento del pueblo que Dios realizará por pura misericordia y con un propósito bien claro: que la salvación del pueblo atraiga la atención de todos los pueblos de la tierra para que reconozcan al verdadero Dios, el de Israel, le den culto junto con éste y de esta manera se salven.
En otras palabras, Dios quiere que los pueblos de la tierra vean, en la liberación de Israel, la fidelidad de Dios y su poder para con su pueblo elegido a fin de que viendo crean, se unan a su pueblo en un solo culto y de esta manera se salven.

2.- El Evangelio presenta a Jesús en abierta polémica con los dirigentes religiosos del pueblo que manifiestan continuamente su rechazo a los paganos. Contra ellos --que se creen justos y se atreven a excluir a quienes no piensan ni actúan como ellos-- expresa, principalmente, las palabras más duras al anunciarles que serán los primeros que serán lanzados fuera de la salvación.
Jesús nos advierte que no basta con pertenecer de nombre al grupo de quienes se dicen sus discípulos, sino que es necesario actuar en consecuencia con lo que implica ser discípulo.
Las palabras sobre la puerta angosta no son otra cosa que la expresión poética del esfuerzo que implica seguir a Jesús. Ser discípulo auténtico no es cosa fácil y no puede quedar en la superficialidad de una pertenencia meramente numeral o nominal. Ser discípulo, mis hermanos, exige coherencia entre el conocimiento y la práctica de lo sabido o aprendido. Más aún, no basta con rezar si no hay plena disposición para cumplir la voluntad del Señor, según otra frase de Jesús que nos reporta san Mateo: No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! Entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

3.- Lo verdaderamente importante es que cumplamos con la misión que se nos da cuando fuimos llamados por el bautismo y, en general, cuando, por la práctica de los sacramentos y la escucha de la Palabra que nos ilumina, nos vamos identificando con la misión misma de Cristo. Es así como debemos entender la entrada por la puerta estrecha.
Aceptemos con profunda humildad que muchas veces no somos mejores que miles de hombres y mujeres que buscan, como dice la liturgia eucarística, con sincero corazón a Dios por caminos distintos.
Nuestra pertenencia a la Iglesia sí es un regalo de Dios, pero no descansemos hasta cumplir la misión que el Señor nos ha encomendado. El evangelio habla de un esfuerzo, porque la obra de Dios por su parte ya está hecha, pero la nuestra está por hacerse o se está realizando y hay que llegar a la meta.