I Domingo de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 2,1-5
Salmo 121, 1-9
Rm 13, 11-14
Mt 24, 37-44

1.- El tiempo de Adviento –tiempo de la “venida” del “advenimiento”– es uno de los tiempos fuertes del año litúrgico más acentuados tradicionalmente, y quizás con mayores resonancias espirituales.
Para el creyente que en este tiempo de Adviento se abisma en la Palabra de Dios en todas partes encontrará presente la esperanza, frágil y fuerte, pero esperanza.
El itinerario del Adviento, es decir, de la venida, del advenimiento, es como una obra de paciencia en la que el hombre tiene que descender a profundidades cada vez mayores para descubrir la semilla escondida que tantos frutos ha producido ya en la tierra que es el hombre. Desde Jerusalén en ruinas hasta el humilde nacimiento en Belén, desde el desierto
de los desterrados hasta el del bautismo, todo nos está incitando a ir más allá.


2. La reacción del creyente al celebrar la “venida del Señor” es, desde luego, la conversión de corazón, pero es también el gozo, la esperanza, la oración, la decisión de salir al encuentro del Señor que viene...
Adviento es el tiempo oportuno y privilegiado para escuchar el anuncio de la liberación de los pueblos y de las personas. En él se percibe una invitación a dirigir el ánimo hacia un porvenir que se aproxima y se hace cercano, pero que todavía está por llegar. Tiempo para descubrir que nuestra vida pende de unas promesas de libertad, de justicia, de fraternidad todavía sin cumplir; tiempo de vivir la fe como esperanza y como expectación; tiempo de sentir a Dios como futuro absoluto del hombre...


3. Pero nadie, dice el Evangelio, sabe la hora en que sucederá todo eso tan definitivo y tan decisivo que llamamos la plenitud del Reino de Dios, y que Jesús anuncia con el nombre de venida del Hijo del Hombre. Lo
importante es estar siempre preparado como si de un momento para otro fuera a ocurrir. Jesús ha dicho, que la hora no la sabe ni siquiera el Hijo, menos todavía, diríamos nosotros, todos esos charlatanes que pretenden hablarnos en nombre de Dios. 
En la comparación con el diluvio lo único que importa es la "repentividad" del suceso, a pesar de avisado. El punto de comparación no es lo destructivo del diluvio o su aspecto de castigo, sino lo repentino y decisivo para la humanidad, por mucho que estuviera avisado. La plenitud del Reino no puede ser vista como un diluvio castigador y destructivo, igual que el Hijo del Hombre sólo tiene en común con un ladrón el que, como el ladrón, puede llegar en cualquier momento y que debemos vivir preparados para esa eventualidad. Si el Hijo del Hombre fuera como un ladrón, o la plenitud del Reino fuera como el diluvio, ni nosotros pediríamos todos los días en el “padrenuestro”: “Venga a nosotros tu Reino”; ni los primeros cristianos se hubieran pasado la vida entera diciendo lo contrario: ven Señor Jesús: ¡Maranatha!


4. La primera lectura del profeta Isaías, nos anuncia lo que ocurrirá cuando el Reino de Dios llegue a su plenitud y sea de verdad Dios quien reine entre nosotros: nadie hará la guerra, sino que tendremos por fin la paz. Todos los pueblos se sentirán convocados a rendir culto al verdadero Dios y a dejarse inspirar por el amor.
La segunda lectura, de la carta de san Pablo a los cristianos de la ciudad de Roma, aleja todo temor acerca de que esa segunda "venida" signifique para nosotros otra cosa que salvación. ¿Quién es el que llega sino
quien estuvo dispuesto a dar su vida por nosotros para demostrarnos hasta dónde llega su amor por su pueblo? ¿Esperamos nosotros a Cristo como quien espera la llegada de su mejor amigo o hemos convertido su segunda "venida" en una amenaza, en la llegada de un enemigo?
El Evangelio nos pide que vivamos como si, como si de un momento para otro fuera a suceder el cambio decisivo de la realidad. ¿De verdad creemos en la "venida" de Jesús ya proclamado como Señor por todos los pueblos?
Es tiempo de reavivar la esperanza. Ésta tiene sus raíces en la palabra de los profetas, que incansablemente fueron repitiendo: “¡Convertíos, volved a vuestro Dios!” El Mesías que el creyente espera es el de los pobres y el de la paz. Mesías para el hombre que ha experimentado la vanidad del orgullo y de la suficiencia. Mesías que recorre nuestros caminos y viene a salvar lo que estaba perdido.