II Domingo de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 11, 1-10
Salmo 71, 2-17
Rm 15, 4-9
Mt 3, 1-12

1.- Estas palabras broncas del profeta del desierto llamando a la conversión, las dirige el evangelista Mateo a los primeros cristianos a la iglesia primitiva que estaba cayendo en un pecado parecido a aquel en que habían caído los escribas y fariseos.
Hoy la liturgia se nos dirige a nosotros y así nos plantea también la grave cuestión de nuestra conversión.
Únicamente nos convertiremos, si realmente nos sentimos juzgados por Dios. lo que puede haber de decisión nuestra para cambiar, esta movido por la acción previa de la iniciativa de Dios.
Si el reino de Dios viene a nosotros, tenemos que cambiar radicalmente.
Nunca estamos preparados para recibir a Dios. Juan era un signo vivo de conversión y preparación: Su ejemplo, su palabra, sus gestos; el hombre que venia del desierto entrañaba un estilo de vida nuevo. Era un hombre quemado por la fuerza del Espíritu de dios; era el hombre que se alimentaba del Espíritu de Dios; era el hombre de la verdad y de la justicia en definitiva era el hombre que creía profundamente en el poder de Dios.


2. La lectura del libro del profeta Isaías es un poema mesiánico impresionante. Este texto nos pinta, con toda la imaginación de un hebreo de su época, lo que será, según él, la maravilla del momento en el que Dios sea quién reine efectivamente entre su pueblo: El rey defenderá a quien no tiene sino a Dios para que le haga justicia. La paz y la justicia
serán efectivas. Habitarán juntos los violentos y los pacíficos y nadie agredirá a nadie. Hará posible una restauración cósmica, como una vuelta al paraíso. Lo que supone el triunfo del derecho y la justicia; la predilección por los pobres y la reconciliación universal. El Mesías, el ungido, el colmado, el enriquecido de Espíritu de Dios, hará todo esto y será un descendiente de David.
María desenvuelve ante nosotros, en el Magníficat, todas sus ideas acerca de cómo Dios iba a venir y hacer reinar la justicia, y a cambiar la situación de tal manera que se dé una verdadera “vuelta a la tortilla” social, política y económica. Esas ideas fueron las que pasaron de María a Jesús e inspiraron las acciones y palabras de Jesús toda su vida.


3. En la misma línea de mantener viva en nosotros la esperanza de ver a este mundo convertirse en el Reino de Dios, en un mundo como Dios lo quiere, está la carta de san Pablo a los cristianos de Roma. Es como si san Pablo hubiera preguntado: ¿Cómo hemos de prepararnos a esa segunda "venida" de Cristo, a esa llegada de la plenitud de Reino de Dios? Y respondiera: Amándonos los unos a los otros como Cristo nos amó. Lo que importa es “acogerse mutuamente”, aunque para ello se necesite un derecho de paciencia y de ayuda divina.
Un par de versículos antes dice san Pablo: “Que cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación”.
Superar las disensiones y unirse en la “alabanza” y en el “servicio”.
Superar las cerrazones y abrirse a todos. Que nuestra vida sea una verdadera imitación de la de Jesús.
Si es Dios quien "viene", no puede ni quiere venir sino a salvar. Nada debemos temer de quien viene a reinar sobre nosotros y es nuestro mejor amigo. Como todo lo que Dios toma, el universo no puede se poseído por Cristo sino para ser plenificado en todas sus posibilidades, transformado en mejor, convertido en un mundo como Dios lo quiere, en un mundo en el que reine el amor y, con él, la justicia y la paz. ¿Le creemos a la Sagrada Escritura que nos dice que Dios viene a salvar?, ¿o
preferimos creer a los charlatanes que hablan de castigos y catástrofes?


4.- El pueblo de Israel llevaba cuatrocientos años sin profetas de Dios, por lo menos sin reconocer a nadie como profeta de Dios. Juan Bautista es el primero, desde la muerte de Zacarías, a quien el pueblo ve como persona autorizada por Dios para hablarle en su nombre.
El evangelista opone la figura de Juan Bautista a la de Jesús. Juan se limita a anunciar el Reino, Jesús lo declara ya presente. Juan limpia el terreno, diríamos, Jesús es quien levanta el edificio. Juan dice que él bautiza con agua y que detrás de él viene Jesús bañando con fuego y Espíritu.
El relato evangélico tiene la finalidad de engrandecer a Jesús, de decirnos quién es el que "viene". Juan Bautista, dice el evangelista, por muy profeta que fuera, por muy importante que fuera, es, únicamente, un servidor de Jesús. Es Jesús, dice Juan Bautista, quien comunicará la salvación de Dios, anunciada por Isaías.

5. Fijémonos en el detalle evangélico: Ninguna prerrogativa nos vale. El pecado nuestro consiste en apoyarnos en falsas seguridades. Creían los fariseos que por provenir, a través de la sangre, de la descendencia de Abrahám, detentor de las promesas esas, tenían asegurado su porvenir.
Dios, dice el Evangelio, puede hacer de las piedras "hijos de Abrahám". No está pues la cuestión en ser "hijos de Abrahám". Es solamente la gracia de Dios, su amor a nosotros, manifestado en Jesucristo, lo que nos salva.