Noche Buena, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is, 1-3.5-6
Salmo 95, 1-13
Tt 2, 11-14
Lc 2, 1-14

1. Dios promete, a través de los profetas, hacerse presente entre los hombres, para salvarlos: «El Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel»
Esta promesa acontece en la plenitud de los tiempos, con el anuncio del ángel a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» . Dios se hace hombre en el seno virginal de María. El "Enmanuel", el "Dios con nosotros" asume la naturaleza humana y nace como uno de nosotros. Este acontecimiento único en la historia de la humanidad es el que celebramos esta noche santa; y este acontecimiento singular cambiará la historia del mundo. Dios ha cumplido su promesa.
La presencia de Dios entre los hombres es motivo de alegría y regocijo. El ángel, en su anuncio a los pastores, les notifica la buena nueva del nacimiento del Salvador: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor».
Celebremos esta fiesta de Navidad con ánimo alegre; como dice san Agustín: “Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y temporal”. Signos de oscuridad y desesperanza en nuestra sociedad

2. A pesar de haber llegado, hace más de dos mil años, el que es la Luz del mundo, todavía existen tinieblas en nuestra vida.
Existen unos signos preocupantes de la situación actual, que provocan desilusión y siembran desesperanza, que son expresión de la oscuridad en que vive nuestra sociedad: En primer lugar, la pérdida de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa; otro signo es un cierto miedo en afrontar el futuro, expresado en el vacío interior, en la pérdida del sentido de la vida, en el dramático descenso de la natalidad, en el rechazo a tomar decisiones definitivas de vida; también aparece la fragmentación de la existencia, que se manifiesta en la soledad de las personas, en crisis familiares y deterioro del concepto mismo de familia, en la persistencia de conflictos étnicos y actitudes racistas, en la marginación de los más débiles; se da asimismo un decaimiento creciente de la solidaridad interpersonal; y, finalmente, el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo, que lleva al olvido de Dios y al abandono del hombre.
Es en este contexto donde el cristiano debe dar testimonio de Jesucristo en esta sociedad masrcada negativamente por estos signos.

3. En la anunciación, María se turba por las palabras de saludo del celestial mensajero y de su significado. El ángel, para tranquilizarla, le confirma: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús»
La Encarnación es obra de Dios, pues el fruto de las entrañas de María es obra divina: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por  eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios»
Jesús, el Hijo de Dios, tiene un poder como nadie lo ha tenido ni tendrá jamás; su reino será eterno: «Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».
Toda la humanidad está llamada a vivir en ese reino de paz y amor universal. Cada uno de nosotros estamos invitados a participar de los dones celestiales, que nos trae la Encarnación del Hijo de Dios. En esta "nochebuena" queremos agradecer a Dios su cercanía al hombre, su presencia salvadora entre nosotros, su amor por los pobres, los humildes y sencillos.

4. Ante la venida de Jesús entre los hombres, el ejemplo de María nos debe mover a tener unas actitudes como ella: Aceptar con gratitud el don de la vida divina, que Dios nos ofrece en su Hijo Jesucristo, hecho hombre por nosotros. Acoger humildemente la voluntad de Dios, con actitud de siervo, con la misma actitud que María, la Virgen, la "esclava del Señor". Tener docilidad al Espíritu Santo, para que pueda obrar en nosotros la salvación. ¡Permitamos al Espíritu que pueda moldear y configurar la imagen de Jesucristo en nuestras almas! Librar la batalla contra el mal.
El Concilio Vaticano II nos habla de esa dura lucha contra las fuerzas de mal: "A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo”
Además integrar el mensaje del Evangelio en la vida diaria. Muchos ya no logran integrar el mensaje evangélico en la experiencia cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado; en muchos ambientes públicos es más fácil declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social que no es indiscutible ni puede darse por descontada