Navidad, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 52, 7-10
Salmo 97, 1-6
Hb 1-6
Jn 1, 1-18

1. En la noche de Navidad un ángel anuncia a los pastores la presencia y el nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres. Este anuncio siempre trae alegría: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, el Mesías, el Señor»
Este Niño nacido en Belén es “la Palabra que se hizo carne y acampó entre nosotros." Así anuncia en forma solemne el grandioso prólogo del evangelio de san Juan el gran misterio que celebra la fiesta de Navidad.
Jesucristo, la palabra de Dios que se hizo carne para estar con nosotros, es el único que puede invitarnos con fuerza a entrar en una vida nueva, que Él mismo nos prometió darnos en abundancia.
El Hijo de Dios ha querido nacer entre los hombres. Dios en persona se ha acercado al hombre, para compartir con él su vida.
El ángel también nos dirige a nosotros estas palabras: No temáis, os anuncio una gran alegría, una Buena Noticia; Dios está entre nosotros. Tal vez por celebrar muchas veces, repetidamente, el misterio de la Encarnación y de la Navidad, estamos demasiado acostumbrados a esta fiesta, y quizá la celebremos demasiado superficialmente.

2. Pero podemos preguntarnos en este día santo: ¿Qué significa la presencia de Dios entre los hombres? ¿Qué trae Jesús-Niño? El profeta Isaías lo explica con una hermosa imagen: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande. Habitaban tierra de sombras y una luz les brilló».
Lo primero que trae el Señor es luz a los hombres; luz en las tinieblas. Jesucristo es Luz en las tinieblas: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida».
Hay muchas tinieblas que rodean al hombre o que están dentro de él; hay cegueras que impiden ver las cosas y captar el sentido de la vida; hay miradas miopes que no ven más allá de lo tangible y palpable, que no ven las cosas desde Dios. El hombre tiene muchas cegueras.

3. El Señor viene a quitarnos esos velos, que nos impiden ver, y a darnos una luz a través de la cual se perciben las cosas de otra manera. La vida sigue siendo la misma; los acontecimientos del hombre son los mismos; los trabajos y dificultades de la vida, la difícil tarea de llevar adelante la familia; las enfermedades y las penas... son las mismas; esas cosas no cambian.
¿Qué es lo que cambia, pues, con la luz de la fe? La luz de Dios se proyecta sobre las cosas de la vida y nos permite verlas de otra manera, es decir, desde la eternidad; la vida, entonces, adquiere otra luz; cambia incluso la mirada sobre la enfermedad y la misma muerte. Desde Dios, la vida se percibe de otro modo. Cristo es Luz en nuestra tiniebla; Cristo alumbra nuestra mente y nuestro corazón, para que podamos percibir las cosas en su genuina verdad, sin distorsiones ni manipulaciones.

4. El Señor Jesús, Palabra eterna del Padre ha entrado en la historia y ha puesto su morada entre nosotros. Con su Encarnación nos invita, en este día, a participar de su divinidad; nos anima a contemplar la vida desde la eternidad, abandonando nuestra mirada a ras de suelo; nos empuja a proyectarnos hacia arriba y trascender las contingencias humanas; nos mira con ternura y nos alienta a mirar al hombre como Él lo hace.
Cristo es paz en medio de odios, de rencores y de conflictos humanos. Ese niño, nacido de María Virgen, es “príncipe de la Paz”.
Cristo es el “príncipe de la paz”, porque el reinado que viene a traernos es un reino de paz auténtica: La paz interior que el hombre alcanza cuando está a bien con Dios, su creador.
Sólo Cristo nos trae la auténtica paz: la que reina en el corazón del hombre, que se siente amado y perdonado, como la del niño pequeño en brazos de su madre; la paz que todo hijo desea vivir con sus padres; la paz que todo esposo o esposa quiere vivir con su amado; la paz que todo padre anhela vivir con sus hijos; en definitiva, la paz de Dios, que es gozosa, alegre, serena.
Tenemos muchos motivos para celebrar con gozo esta fiesta de Navidad. Dios quiere traernos su Reino de paz. Y Cristo, el Hijo de Dios, es el “Príncipe de la Paz”.
Nuestro mundo está lleno de odios y de conflictos entre naciones, entre pueblos, entre grupos étnicos, entre familias, entre personas, e incluso entre hermanos.
Todos somos responsables, aunque en medida distinta, de la frágil paz entre los hombres. Se puede romper fácilmente y, de hecho, tenemos la experiencia de que se ha roto muchas veces. Hay demasiada violencia en nuestro mundo. Pero quizá hay también mucho egoísmo, a pequeña escala, dentro de nosotros, que hemos de extirpar con la ayuda de Dios.

5. Participar hoy de la luz, de la paz y del amor de Dios es el mejor regalo para cada uno de nosotros. Al mismo tiempo, el llenarnos de su amor nos hace capaces de ser portadores de la misma paz.
La verdad de la paz llama a todos a cultivar relaciones fecundas y sinceras, estimula a buscar y recorrer la vía del perdón y la reconciliación, a ser transparentes en las negociaciones y fieles a la palabra dada.
Los cristianos hemos de ser, en nuestro mundo, anunciadores del «evangelio de la paz». Dios es Amor que se acerca a los hombres para salvarlos. Dar testimonio de la existencia de Dios es colaborar por el bien de la familia humana. Celebrar la Navidad es ser testigos del amor de Dios a los hombres y hacer un gran bien a la familia humana.
Sólo Dios hace eficaz cada obra de bien y de paz. La historia ha demostrado con creces que luchar contra Dios para extirparlo del corazón de los hombres lleva a la humanidad, temerosa y empobrecida, hacia opciones que no tienen futuro. Esto ha de impulsar a los creyentes en Cristo a ser testigos convincentes de Dios, que es verdad y amor.

6. Como nos dice san León Magno en su sermón de Navidad, “alegrémonos, hoy ha nacido nuestro Salvador” “No puede haber lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la vida”, añade. Esta invitación a vivir la alegría es una llamada para todos: Al intelectual y al trabajador manual, a los artistas, educadores, hombres de ciencia, personas con responsabilidades públicas y simples ciudadanos, a los que sufren por la enfermedad, la soledad o las carencias de amor o de bienes indispensables para la vida.
Hoy la salvación, ha venido por Jesucristo al mundo y algo ha cambiado definitivamente desde entonces, y algo puede y debe cambiar en nuestra vida desde al calor de nuestra mirada, al conjuro de nuestra palabra comprometedora que nos deja siempre ante la alternativa de ser mejores. Ha acampado para siempre entre nosotros Jesucristo. Creyentes y no creyentes podemos redescubrir en Él valores perdidos, despertar sentimientos positivos, recuperar la alegría de vivir.