Sagrada Familia: Jesús, María y José

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

1S1, 20-22.24-28
Salmo 83, 2-10
Col 3, 12-21
Mt 2,13-15.19-23


1. El Misterio del Nacimiento del Señor es inseparable del Misterio de la Sagrada Familia. La liturgia de la Iglesia nos invita a proclamar y vivir la verdad y la gracia del Nacimiento del Hijo de Dios, de Jesús en íntima relación con su Madre, María, y con José su esposo.
La Sagrada Familia era una familia aparentemente como tantas otras que se constituían y vivían según la tradición y las costumbres morales y religiosas de su pueblo, Israel, pero que había sido objeto de una singular e irrepetible elección y vocación por parte de Dios: la de ser la familia donde nacería, crecería y se educaría el Hijo de Dios, hecho hombre por nuestra salvación, hasta llegar el momento culminante de su vida pública y de su obra salvadora en la Cruz.

2. Vocación y misión a la que María, la Madre, en primer lugar, con su sí a la concepción virginal de su Hijo y, luego, José, su esposo, con la aceptación fiel y casta de la maternidad divina de su joven esposa, sirven de tal forma que no sólo no recorta ni limita el valor humano esencial del matrimonio formado según el plan del Creador –del Creador del hombre–, sino que lo purifica y lo eleva, por la fuerza de la verdad y de la gracia del Hijo, a una expresión máxima del amor, realizable y realizado entre el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios.
En la unión purísima de los esposos, María y José, “los padres de Jesús”, se hace verdad vivida y don de la gracia acogido con una entrega mutua a Dios incondicional y total como el espacio fundamental para la persona humana.
Dios que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el Matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, ‘de manera que ya no son dos, sino una sola carne’. La radical totalidad e incondicionalidad de la entrega esponsal de María y de José para abrir al espacio humano de la familia a la persona divina del Hijo de Dios, que se hacía hombre, no podía expresarse de otro modo congruente con el misterio que viviendo su matrimonio en virginidad: en pura entrega de amor al Hijo por el cual iba a abrirse para el hombre la prometida y esperada fuente del amor más grande e inefable, el de Dios Padre: De su amor infinitamente misericordioso, de su amor redentor que iba a vencer al pecado y a la muerte definitivamente.
El matrimonio de María y José estaba pensado por Dios y vivido por ellos en función total y exclusivamente del Hijo divino y de la historia de amor con el hombre caído que culminaba con Él, con su encarnación, su muerte en la cruz y su resurrección.
La Sagrada Familia es un hogar en que cada uno de sus integrantes vive su propia vocación, el designio amoroso de Dios para con cada uno de ellos, atentos en todo momento la voluntad del Padre-Dios: José, su vocación de esposo-padre; María, la de esposa-madre y Jesús, la de Hijo, enviado para salvar a los hombres. El de Nazaret es un hogar donde Jesús pudo formarse y prepararse para la misión recibida de Dios: un hogar en el que Jesús se desarrolló humana y espiritualmente, donde creció en sabiduría, en estatura y en gracia, ante Dios y los hombres

3. En la carta a los Colosenses, san Pablo nos muestra la unidad y comunión en el amor que ha de darse en la familia cristiana; un amor que es siempre recíproco y fiel, entregado y respetuoso; un amor, que para ser verdadero, incluye necesariamente el perdón: Sobrellevaos mutuamente y perdonaos.
Este es el verdadero amor, que es, a su vez, el único vínculo capaz de mantener unidos a los esposos y a la familia más allá cualquier dificultad o problema. Este amor es el verdadero alimento de la familia, que ayuda a crecer a los esposos y a los hijos y preserva a la familia de la desintegración. Este amor no es mera simpatía, no es un sentimiento volátil o una pasión pasajera, no es búsqueda de sí; porque el verdadero amor es donación y entrega mutua y desinteresada, de modo que “todo lo que de palabra y de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús y en acción de gracias a Dios Padre”.

4. La celebración de la fiesta de la Sagrada Familia de Nazareth incluye, por ello, siempre, no sólo la invitación a la memoria histórica –más o menos comprometida– de lo que fue en su momento esa singular familia, sino que supone e implica mucho más: una renovada llamada del Señor a actualizar su mensaje de gracia y de verdad plena en comunión con la Iglesia, la familia de los Hijos de Dios, para la vida de los matrimonios y familias cristianas en las condiciones de la sociedad en la que están inmersas; es decir, para las familias cristianas de hoy.