Epifanía del Señor, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Isaías 60, 1-6.
Efesios 3, 2-3a. 5-6.
Mateo 2, 1-12.

1. Hemos trivializado excesivamente la Epifanía. Fiesta de los Reyes o relato pseudorrelato de magos atróslogos, hemos olvidado que es la gran fiesta de la manifestación de Jesús de Nazaret como luz de los pueblos.
El tema de la luz domina las fiestas de la Navidad y de la Epifanía, que antiguamente –y aún hoy en Oriente–estaban unidas en una sola y gran "fiesta de la luz". En el clima sugestivo de la Noche santa apareció la luz; nació Cristo, "luz de los pueblos". Él es el "sol que nace de lo alto", el sol que vino al mundo para disipar las tinieblas del mal e inundarlo con el esplendor del amor divino.
La fiesta de la Epifanía está destinada a gente “venida de lejos”. Jesús es reconocido y adorado por paganos o idólatras. Consiguientemente, la búsqueda de Dios, manifestado en Jesucristo, no está cerrada a nadie. La salvación afecta a todos. El don no puede sere confiscado por una élite de privilegiados.
La Epifania es una segunda Navidad. Es la Navidad de los paganos. Jesús se manifiesta fuera de su pueblo. Celebrar la Epifanía es romper las barreras del gueto de una nación y asumir a “todas las gentes”.

2. Dios es luz. Esta “luz brilla en las tinieblas” y los hombres la ven ya desde lejos. Han comenzado un viaje. Siguiendo la estrella van hacia esta Luz que se ha manifestado en Cristo. Avanzan, buscan el camino, preguntan. Llenan a la corte de Herodes. Preguntan dónde ha nacido el rey de los judíos: “Vimos su estrella y hemos venido a adorarlo”.
Al encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como luz. No sólo luz externa, en la historia del mundo, sino también dentro del hombre, en su historia personal. Se hizo uno de nosotros, dando sentido y nuevo valor a nuestra existencia terrena. De este modo, respetando plenamente la libertad humana, Cristo se convirtió en "lux mundi, la luz del mundo". Luz que brilla en las tinieblas
Hoy el Mesías, que se manifestó en la ciudad de Belén a humildes pastores de la región, sigue revelándose como luz de los pueblos de todos los tiempos y de todos los lugares. Para los Magos, que acudieron de Oriente a adorarlo, la luz del "rey de los judíos que ha nacido" toma la forma de un astro celeste, tan brillante que atrae su mirada y los guía hasta Jerusalén.

3. ¡Cuán sugestivo es el símbolo de la estrella, que aparece en toda la iconografía de la Navidad y de la Epifanía! Aún hoy evoca profundos sentimientos, aunque como tantos otros signos de lo sagrado, a veces corre el riesgo de quedar desvirtuado por el uso consumista que se hace de él. Sin embargo, la estrella que contemplamos en el belén, situada en su contexto original, también habla a la mente y al corazón del hombre del tercer milenio.
Esta estrella habla al hombre secularizado, suscitando nuevamente en él la nostalgia de su condición de viandante que busca la verdad y anhela lo absoluto. La etimología misma del verbo desear evoca la experiencia de los navegantes, los cuales se orientan en la noche observando los astros, que en latín se llaman sidera.
¿Quién no siente la necesidad de una “estrella” que lo guíe a lo largo de su camino en la tierra? Sienten esta necesidad tanto las personas como las naciones. A fin de satisfacer este anhelo de salvación universal, el Señor se eligió un pueblo que fuera estrella orientadora para "todos los linajes de la tierra". Con la encarnación de su Hijo, Dios extendió luego su elección a todos los demás pueblos, sin distinción de raza y cultura. Así nació la Iglesia, formada por hombres y mujeres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para proponérselo a todos.
Por tanto, para toda la comunidad eclesial resuena el oráculo del profeta Isaías: "¡Levántate, brilla, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora"

4. Quien no se cansa del camino, de la búsqueda de la luz que brilla en las tinieblas, parea quien no se excha a la oriulla, resignado, se da el encuentro. Entonces lo reconocemos. Y descubrimos que Él ha sido quien encendio la estrella, mejor, quien atizó las brasas que nos quemaban dentro.