Santa María, Madre de Dios

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Nm 6, 22-27
Salmo 66, 2-8
Ga,4, 4-7
Lc 2, 16-21

1. ¡Qué fuerza adquieren las palabras del Evangelio cuando nos relata que «María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón»! Ella, que oía lo que los pastores decían sobre su Hijo, lo guarda y medita en su corazón, en una actitud que la lleva a vivir con esa profundidad de vida desde la que sabe muy bien que su Hijo es la Verdad y que sólo desde Él se adquiere capacidad para construir la paz en el mundo.
María expresa esta honda convicción en el silencio contemplativo, mostrándonos al mismo tiempo que cuando el ser humano se deja iluminar por el resplandor de la Verdad y la deja entrar en su vida, emprende de un modo natural el camino de la paz. La primera persona que inicia esta ruta es María.
Construir la paz nos lleva a contemplar a quien es la Verdad, tal y como lo hicieron María, José y los pastores: Cristo es la Paz.

2. Desde el misterio acontecido en Belén tenemos la oportunidad de convertirnos a la verdad de la paz que nos enseña el concilio Vaticano II en la constitución “Gaudium et spes”. A esa verdad se asociaron los pastores desde el mismo instante que escucharon proclamar «gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres a los que Dios ama». Desde esta experiencia emprendieron el camino hacia Belén y contaron todo lo que habían oído del Niño. A través de la celebración de la Eucaristía, en la que el Señor se hace realmente presente y donde podemos entrar en comunión con Él, también nosotros tenemos la oportunidad de convertirnos a la verdad de la paz.

3. La verdad de la paz no es tan sólo la ausencia de conflictos armados; se trata de implantar el proyecto de vida que Dios nos ha manifestado y que está inscrito en el corazón de todo ser humano. Un orden que se nos manifiesta de manera palpable en Jesucristo, que se encarnó y acercó a este mundo por amor absoluto hacia el hombre, invitándonos a vivir desde este amor regalado gratuitamente. Así entendemos que la paz es un don, es una gracia, es Jesucristo.
Para lograr la verdad de la paz hay que conformar la historia humana con ese orden divino manifestado y revelado en Cristo. Hemos de ser conscientes de que, cuando no hay adhesión al orden trascendente de la realidad o no hay respeto a la ley moral inscrita en el corazón del hombre, se está obstaculizando e impidiendo el desarrollo integral de la persona y la tutela de los derechos humanos, eliminándose los fundamentos para lograr la paz.
No podemos dejar que la historia de la humanidad se desnaturalice. Es necesario conformar el devenir histórico personal, el de cada uno y el de todos juntos, desde el orden que Dios quiso establecer para el desarrollo dinámico y armonioso de las personas y del mundo. Por eso cada uno de nosotros es responsable de la paz en toda la humanidad. Somos responsables de orientar generosamente la verdadera naturaleza de nuestra vida y la de los demás. Y la pregunta es esta: ¿yo, lo hago? La paz es un don que hay que pedir y que he de dejar que se haga «carne de mi carne», abriéndome a Dios tal y como lo hizo la Virgen María en su «hágase en mi según tu Palabra»

4. Cuando los pastores llegan a Belén y se encuentran con Jesús, que es la Verdad, se volvieron a sus casas dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído. Al contemplar la Verdad pudieron comprobar el daño tremendo que se genera cuando la mentira se instaura en la vida humana con todos los dramas que el pecado, como mayor exponente de la falsedad, trae a la existencia humana. La falsedad comienza a instaurarse en el corazón del ser humano cuando lo despojamos de la cercanía de Dios e impedimos que crezca la dimensión religiosa, que es propia de toda naturaleza humana.
Verdad y mentira son dos realidades desde las que se puede interpretar la existencia humana. Una conduce a la paz, la otra a la destrucción de uno mismo y de los demás. La Verdad nos sitúa siempre ante quien puede regalarnos la paz. Por el contrario, la mentira nos instala en nuestro yo, en nuestros intereses personales o de grupo, al tiempo que engendra corazones raquíticos, pequeños e insolidarios.

5. No debemos de olvidar que cuando la familia cristiana promueve mediante la transmisión de la fe el crecimiento y el desarrollo de la persona en la Verdad, está ayudando a construir la paz. Una paz que encuentra igualmente su desarrollo cuando el trabajo de las instituciones y los organismos autonómicos, nacionales e internacionales, se dirige a promover la verdad y la justicia.
En la ternura y verdadera sencillez del acontecimiento de Belén encontramos el lugar donde la paz se descubre como un anhelo imborrable en el corazón de toda persona; aspiración indeleble que nos hace estar por encima de identidades culturales o intereses locales y nos empuja a recuperar la conciencia de estar unidos por un mismo destino trascendente. La paz así vivida no es solamente ausencia de guerra, es cultivo de relaciones fecundas y sinceras que se entretejen y desarrollan a través del camino del perdón y la reconciliación. Hoy existen amenazas evidentes a la paz, peligros que se nos presentan y concretan en el nihilismo ideológico o el fundamentalismo religioso. El primero porque niega la existencia de cualquier verdad y el otro porque pretende imponer su propia verdad a la fuerza. Ambas corrientes tienen un origen diferente, pero coinciden en el desprecio del hombre, de su vida y hasta de Dios mismo.