Bautismo del Señor, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Isaías 42, 1-4. 6-7.
Hechos 10, 34-38.
Mateo 3, 13-17.


1.- Esta fiesta es un complemento de la Epifanía, una nueva manifestación del Señor. Se manifestó en carne –como niño, ternura y bondad de Dios-- se manifestó después como luz –llamada universal al Reino a todos los pueblos-- y se manifiesta ahora como siervo –hace cola ante los que buscan el perdón de sus pecados-- para ser bautizados por Juan.
Lo que Juan el Bautista confería a orillas del Jordán era un bautismo de penitencia, para la conversión y el perdón de los pecados. Pero anunciaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Anunciaba esto a una multitud de penitentes, que se le acercaban confesando sus pecados, arrepentidos y dispuestos a enmendar su vida.
De muy diferente naturaleza es el bautismo que imparte Jesús y que la Iglesia, fiel a su mandato, no deja de administrar. Este bautismo libera al hombre de la culpa original y perdona sus pecados, lo rescata de la esclavitud del mal y marca su renacimiento en el Espíritu Santo; le comunica una vida nueva que es participación en la vida de Dios Padre y que nos ofrece su Hijo unigénito, hecho hombre, muerto y resucitado.

2. Cuando Jesús sale del agua, el Espíritu Santo desciende sobre él como una paloma y, tras abrirse el cielo, desde lo alto se oye la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Por tanto, el acontecimiento del bautismo de Cristo no es sólo revelación de su filiación divina sino también, al mismo tiempo revelación de toda la santísima Trinidad: El Padre –la voz de lo alto– revela en Jesús al Hijo unigénito consustancial con él, y todo esto se realiza en virtud del Espíritu Santo que bajo la forma de paloma desciende sobre Cristo, el consagrado del Señor.

3. Quien se bautiza acoge una semilla de Vida que lo llevará a una nueva existencia.
Nuestro bautismo representa una verdadera "buena noticia" para nuestras vidas. Dicho de otra manera, la "verdad" de nuestro bautismo no tiene que ver tanto con el pasado como con el presente: Es ahora, día a día, que tenemos que renovar de manera consciente el "sí" pronunciado en nuestro bautismo y traducirlo en coherencia de vida evangélica. Y es aquí donde tenemos que dirigir nuestra mirada hacia Jesús para que nos enseñe el camino que tenemos que seguir.
Hoy lo vemos, como uno más, en la cola de los pecadores que piden ser bautizados por Juan el Bautista. Sus contemporáneos no sabían lo que se escondía detrás de aquel gesto humilde de Jesús pero nosotros sí porque lo contemplamos a la luz de Pascua. Al adentrarse en las aguas del Jordán, es decir, en las aguas de nuestra condición pecadora, Jesús, precisamente porque no tenía pecado, puede hacerse verdaderamente uno de nosotros y al mismo tiempo rescatarnos del callejón sin salida en el que nos encontrábamos perdidos. El Reino de Dios prometido empieza propiamente con el bautismo de Jesús, el primer acto de su vida pública recogido por los cuatro evangelios y que nos habla de la misericordiosa condescendencia del Padre hacia todos nosotros.
No cuesta mucho entender que el "sí" de nuestro bautismo sólo puede actualizarse cada día sobre éste "sí" de Jesús al designio del amor de Dios que quiere salvar a todos los hombres. Un "sí" que nos habla sobre todo de la obediencia filial de Jesús, es decir, de su confianza incondicional en Dios y en su voluntad. Porque en compañía de Jesús aprendemos que Dios es, por encima de todo, el Padre de Jesús: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”; y que quiere instaurar su Reino a través de la obediencia de su Hijo a la misión encomendada: “El Espíritu del Señor reposa sobre mí, porque el Señor me ha ungido, me ha enviado allevar la Buena Nueva a los desvalidos, a curar a los enfermos, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los presos el retorno de la luz, a proclamar el año de gracia del Señor”.

4. En Jesucristo vemos que Dios viene a nuestro encuentro. En el bautismo cristiano, instituido por Cristo, no actuamos sólo nosotros con el deseo de ser lavados. En el bautismo actúa Dios mismo, actúa Jesús mediante el Espíritu Santo. En el bautismo cristiano está presente el fuego del Espíritu Santo. Dios actúa, no sólo nosotros. Dios está presente hoy aquí. Él asume y hace hijos suyos a vuestros niños.
Pero, naturalmente, Dios no actúa de modo mágico. Actúa sólo con nuestra libertad. No podemos renunciar a nuestra libertad. Dios interpela nuestra libertad, nos invita a cooperar con el fuego del Espíritu Santo. Estas dos cosas deben ir juntas. El bautismo seguirá siendo durante toda la vida un don de Dios, el cual ha grabado su sello en nuestra alma. Pero luego requiere nuestra cooperación, la disponibilidad de nuestra libertad para decir el "sí" que confiere eficacia a la acción divina.