IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

So 2,3;3,12-13
Salmo 145, 7-10
1Co 1, 26-31
Mt 5, 1-12a

 

1.- Las tres lecturas de la Palabra de Dios forman hoy más que nunca una unidad. En el centro aparece el Evangelio con las bienaventuranzas. Sólo son comprensibles desde la figura y destino de Jesús
Las bienaventuranzas pueden suscitar en nosotros un entusiasmo de tipo romántico, un sentimiento falsamente evangelista que más bien nos incapacita para vivir el espíritu verdadero del evangelio, porque nos paraliza, nos hace pasivos y soñadores alucinados. Pero pueden despertar también una conmoción auténtica que sacuda los cimientos sillares de nuestra persona, convirtiendonos en hombres nuevos, distintos.

2.
Es importante situar el texto de las bienaventuranzas en el contexto que las ubica san Mateo. Nos dice, a modo de introducción que Jesús recorría “toda Galilea... y le traían toda clase de pacientes, aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos...; le seguía una gran cantidad de gente”, Con sus palabras, Jesús no hace sino describir lo que son las masas, las masas humanas en medio de las que vive, en las que él está inmerso como uno más, compartiendo ese destino común de todos.
Las masas se componen de pobres, de gente sufrida, de personas que padecen, lloran, son perseguidos y explotados injustamente, viéndose privados de lo necesario, pero a la vez, se ayudan entre sí, se animan, se miran con cariño de hermanos, se perdonan , se reconcilian y ponen paz entre unos y otros.
Junto a la masa esta una minoría de privilegiados, que se han salido de la masa para asegurarse una vida aparte, individualista, al abrigo de esa comunión universal en el dolor y la alegría de la comunidad. Son los que se parapetan en una autodefensa de tipo económico, social, político que les protege de las salpicaduras de la vida de las grandes mayorías.
Es una actitud anticristiana.
Cristo vive inmerso en medio de la masa, compartiendo la vida del hombre, de las injusticias que padece, los sufrimientos, las frustraciones y privaciones constantes que le rodean. A ese hombre solidario de las penas y gozos de la familia humana es al que Jesús llama bienaventurado. Hay una masificación que Jesús bendice, la de la solidaridad, y una desmasificación que condena, la del elitismo privilegiado.

3.
Las bienaventuranzas encierra una promesa. Ante las masas y en medio de ellas, Jesús no hace sino recordar las promesas mesiánicas, las promesas anunciadas por los viejos profetas de Israel. No anuncia soluciones a sus problemas, ni consuelos fáciles. Solamente les recuerda la esperanza de un futuro nuevo, el futuro del reino; un futuro que llegara no caído de las nubes sino cuando todos hayamos pasado por esa Pascua que él atraviesa de servir a los hermanos, sufrir por ellos y con ellos,, asumir sus injusticias haciendolas nuestras, luchar por la paz y la reconciliación de todos con todos.
Esa es la mediación insoslayable para la llegada del reino. La bienaventuranza pasa por la desventura, como la resurrección pasa por la crucifixión.
El bienaventurado es primero el desventurado como el resucitado es primero el crucificado.

4.
El futuro absoluto prometido por Jesús será un futuro de dicha bienaventurada, porque seremos realmente hijos de Dios, veremos a Dios, alcanzaremos a vivir en su compañía de una manera perfecta, plena
Con las bienaventuranzas comienza todo ese torrente de criterios "cristianos", es decir: Criterios de Cristo, que es el "sermón del monte". San Mateo coloca ese "sermón" en un monte justamente para acentuar la similitud entre lo que ocurrió con Moisés en el Sinaí y lo que hace el nuevo Moisés-Jesús. Esa paridad entre los dos Moisés aparece en Mateo desde los evangelios de la infancia, igual que en san Pablo Jesús es llamado "nuevo Adán", con Jesús empieza una nueva creación, un nuevo Israel, una nueva alianza, el Reino de Dios.