III Domingo de Cuaresma Ciclo A

Jn 4, 5-42

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Ex 17, 3-7
Salmo 94, 1-9
Rm 5, 1-2, 5-8
Jn 4, 5-42

1. A la pregunta, hoy tan frecuente y tan de actualidad, de qué es ser cristiano --problema de la identidad cristiana--, cabría sumar otra con una formulación más existencial e interpelante: “¿Qué es Jesucristo para mi? La pregunta sobre lo que define el hecho cristiano puede quedarse en el campo de las discusiones teóricas, importantes ciertamente, pero incapaces de abonar por sí solas , una respuesta vital y comprometida. Con la pregunta sobre qué es Jesucristo para mi, el creyente se siente llevado al muro, puesto entre la espada y la pared. Mientras no nos formulemos esta segunda pregunta, no seremos en verdad creyentes en Cristo; seremos a lo sumo conocedores del mensaje cristiano, pero no hacedores de la verdad --que es vida-- cristiana.

2. El texto evangélico de hoy ofrece una respuesta. Es este uno de los textos clásicos del catecumenado cristiano .El texto asume una función simbólica universal. Los primeros siglos cristianos lo traían a colación cuando ya solo quedaban tres semanas para la celebración de la Pascua y la recepción del sacramento del bautismo. La samaritana vive la rutina de una existencia resignada a la monotonía de la vida. En el fondo de su insatisfacción existe una secreta sed de felicidad y de paz, el deseo de una vida nueva en la que la mujer se sienta dignificada y regenerada. En Cristo --tras un diálogo revelador-- la mujer encuentra una fuente de agua viva. Más allá del pecado la salvación. Más en lo hondo de la felicidad pasajera, un anhelo de bienaventuranza eterna.
En el texto del evangelio de Juan, Cristo se autodefine como fuente de vida para el que cree en él. Fuente de vida frente al legalismo, frente a la tentación de ideologizar la fe, frente al materialismo de lo religioso y su reducción a práctica devocionales. Fuente de vida en el sentido de que Dios no ha de ser adorado según unas precisas reglamentaciones o en unos determinados ámbitos, sino “en espíritu y verdad”. Fuente de vida porque el creyente, en la inspiración del Evangelio, ha de permanecer siempre abierto a las exigencias del Espíritu y no limitado a concretos objetivos. Fuente de vida porque renueva, transfigura y da sentido al vivir diario y responde a las más inquietantes preguntas de la condición humana. Fuente de vida porque la presencia salvadora de Dios irrumpe en la existencia del creyente no para solucionarle las “papeletas” de cada jornada, sino para adelantar en el hombre la esperanza definitiva. En la gran prueba del desierto, el Espíritu de Dios --que es el Espíritu de Jesús-- será la fuente que colma la sed de todo el pueblo y que sostiene a los que caminan por el largo éxodo... Cristo es esto para el hombre por iniciativa divina.

3. El hombre roto frente a la vida en su encuentro con Cristo, éste aparece en una progresiva revelación de su persona y de su misión. Cristo va revelando el hombre, cansado y sediento, el profeta y el maestro, el mesías proclamado como salvador del mundo.
Nos lo recuerda el apóstol en la carta a los romanos. La salvación de Dios para el hombre no es fruto de la bondad del hombre, sino creatividad del amor de Dios al hombre. Cristo es para el creyente fuente de vida en la medida en que el bautizado se afirma en el amor de Dios al mundo. De este modo, la fe en el amor de Dios al mundo aparece como el dato fundamental de toda realidad cristiana. Es muy significativo que esa gran mendiga del amor --la samaritana-- se convirtiere a la verdad de Cristo, fuente de aguas que saltan hasta la vida eterna, cuando en su búsqueda apasionada del amor topó con Cristo, revelación del amor de Dios al mundo.
Cuando el hombre se encuentra con la mirada de Cristo, se transforma la persona. De pecadora se convierte en apóstol. Como cualquier cristiano que se deja “escrutar” por la mirada “convertidora” de Jesús.