IV Domingo de Cuaresma Ciclo A

Jn 9, 1-41

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

1S 16, 1.6-7.10-13a
Salmo 22, 1-6
Ef, 1-6
Ef 5, 8-14
Jn 9, 1-41


1. A los catecúmenos de los primeros tiempos cristianos se les invitaba --en vísperas ya, como quien dice, de su acceso al sacramento del bautismo en la gran vigilia pascual-- a considerar la afirmación de Cristo en esta hermosa página --una de las más bellas del Evangelio-- de la curación del ciego de nacimiento: “Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean y los que ven se queden ciegos”. El catecúmeno recibía una profunda catequesis a partir de la autodefinición del propio Cristo: “Yo soy la luz del mundo”.

2. ¿Qué significa para el hombre la luz de Cristo? Significa que el creyente, por su adhesión a la persona y al mensaje de Jesús, adquiere una nueva inteligencia de las cosas de este mundo, de los cometidos que ha de adscribir a su esfuerzo, del significado y fin que ha de tener para él la convivencia humana, de la raíz última y destino postrero de la existencia. No se trata, con todo, de una mera sabiduría; el binomio luz-vida es intercambiable en las páginas de la Escritura. La apertura de los ojos concluye en un nuevo comportamiento. El iluminado por la luz de Cristo ha de caminar “como hijo de la luz” en bondad, justicia y verdad, por cuanto que éstos son los “frutos de la luz”, según la expresión del Apóstol a los cristianos de Éfeso. El pecado es tiniebla y muerte; la luz de Cristo, alertamiento y resurrección. “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.

3. La luz de Cristo ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Dios no hace acepción de personas ni es la bondad de los hombres el motivo último de la iluminación divina, así como tampoco la malicia humana condiciona negativa,mente el amor iluminador de Dios. El ciego de nacimiento no es víctima ni de su pecado ni del pecado de sus padres. Y, sin embargo, no todos ven ni todos son iluminados. La luz de Cristo solicita la libertad humana, la estimula, la aguijonea, la compromete; pero no la hiere ni la rebaja. “No peor ciego que el que no quiere ver”, dice el viejo refrán. Y es lo que destaca el Evangelio en este diálogo tenso y amargo entre Jesús y los fariseos. Éstos, convencidos de estar al cabo de la calle, se resisten al Mensaje. Creen sabérselo todo y por ello no aceptan a Cristo y su palabra. “¿También nosotros estamos ciegos?”, preguntan irritados; y esta resistencia a considerarse como necesitados de la luz de Cristo les incapacita para ver.

4. La lectura del Primer Libro de Samuel marca la postura antípoda a esta de los fariseos. David, jovencillo que cuida los rebaños, aparece como el menos indicado para ser ungido rey de Israel. Sobre él, sin embargo, recaerá la elección. La luz, que ilumina a todos, reclama del hombre una postura de despojamiento de todas las seguridades y fortalezas.