Virgen de los Dolores

Juan 10, 31-42

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Jeremías 20, 10-l3
Salmo 15, 2-7
Juan 10, 31-42


1. La Cuaresma ha ido adentrándonos en la contemplación del misterio pascual de Cristo. María fue acompañando a su hijo Jesús; lo fue acompañando de manera cercana en cada uno de los momentos de su vida; estuvo maternal y delicadamente presente en cada circunstancia y acontecimiento relacionado con su Hijo.
Como toda buena madre, siguió un camino de identificación con los dolores y sufrimientos, que el Hijo de Dios tuvo que padecer por amor a los hombres y por su salvación. Fue un camino de penitencia y, sobre todo, de renuncia a nuestros pecados, que son el motivo real de la muerte de Cristo en la cruz.
Estamos ya a las puertas de la Semana Santa en este viernes de pasión, tradicionalmente llamado viernes de Dolores. La Virgen María se unió, desde el inicio a la vida de su hijo Jesús, estuvo cerca de su propio Hijo, acompañándole en los momentos de alegría y en las circunstancias dolorosas.
María compartió, día a día, la vida de entrega y amor de Jesús; ella comprobó que toda la vida de su querido Hijo fue una entrega a los demás; ella se unió de un modo especial a la pasión de su Hijo Jesús; ella ha contemplado comtempló el último hálito de su Hijo, lleno de amor, de perdón y de misericordia.

2. El profeta Jeremías es objeto de burla y de condena; oía el cuchicheo de la gente y los planes homicidas, que contra él planeaban: «A ver si se deja seducir y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él». La vida del profeta era imagen de lo que después le ocurriría al mismo Jesús: Sus paisanos planearon eliminarle de la tierra de los vivos; los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús, pero éste les dijo: «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de esas obras me apedreáis?»
La respuesta de los judíos viene dada por su actitud y su manera de razonar equivocada. No entienden las cosas de Dios; o mejor, pretenden entender las cosas de Dios a su manera y piensan que Jesús es un blasfemo, porque dice ser hijo de Dios: «No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios» (Jn 10,33).
¡Cuántas veces razonamos nosotros, como los judíos, según nuestros propios parámetros y criterios! No dejamos que Dios se manifieste a nosotros tal como es, sino que queremos hacerlo a nuestra medida; queremos que actúe según nuestra voluntad; deseamos que se acomode a nuestros deseos y proyectos; queremos enmendar la plana a Dios y enmendar la plana a la misma comunidad de creyentes, la Iglesia, que, fiel a su misión, sigue presentando un Dios trascendente e inabarcable. Si actuamos según nuestros criterios, nos arriesgamos a dirigirnos a un falso dios, fabricado a nuestra medida.

3. La Virgen María supo situarse ante el Dios verdadero, aceptando desde el principio un Dios encarnado en su seno, un Dios humanado; amando después a un niño de carne y hueso, en cuya debilidad se manifestaba el Dios todopoderoso; cuidando a un joven que crecía en su casa, con la fuerza y la sabiduría de Dios: «El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él»; animando a un hombre adulto, que predicaba con su vida el amor; soportando el absurdo de ver a su Hijo inocente, ajusticiado por asumir sobre sí todos los pecados del mundo; contemplando, finalmente, al Hijo de sus entrañas, que muere crucificado como un condenado. He aquí el dolor de Nuestra Señora de los Dolores; quedó sola ante tan cruel acontecimiento.

4. Pero su sufrimiento se trocó en gozo pascual. El Dios-hombre Jesucristo resucitó del sepulcro y nos asoció a su vida eterna. Un Dios muy distinto del que cualquier hombre pueda imaginar; un Dios sorprendente y misterioso; un Dios omnipotente, que nadie puede dominar, ni aún queriendo.
La Virgen María siempre tuvo plena confianza en Dios. Su soledad quedó inundada por la alegría de ver salvados a los hombres, de verlos reconciliados con Dios-Padre. María hizo posible la Encarnación del Hijo de Dios y, por tanto, la restauración del género humano.
La maternidad de María quedó más fecundada aún, al recibir a tantos hijos de los hombres como hijos suyos; su maternidad quedó engrandecida, al aceptarnos a todos nosotros como hijos suyos, a pesar de nuestras infidelidades.