La Anunciación del Señor

Lc 1, 26-38

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 7, 10-14;8,10
Salmo 39, 7-11
Hb 10, 4-10
Lc 1, 26-38


1.- Fijar nuestros ojos en María, toda disponible y acogedora del querer de Dios, dócil a la acción del Espíritu Santo para albergar en su seno virginal a aquel que siendo el Hijo Eterno de Dios quiso tomar un cuerpo, una realidad humana como la nuestra, es quedar arrobados ante la mujer que dio su humanidad al Hijo eterno del Padre para hacer posible que desde esta tierra pudiera haber ofrenda verdadera, totalmente aceptable en el cielo.
Porque Dios estaba hastiado de sacrificios vacíos, hechos con víctimas impersonales, “pues es imposible que la sangre de toros y de los machos cabríos quite los pecados... Por eso cuando Cristo entró en el mundo dijo... Aquí estoy para hacer tu voluntad. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Cristo, hecha una vez para siempre.” Nuestra salvación vino pues por Cristo, pero Cristo vino por María.
Ella es la señal que Dios nos ha dado “por su cuenta”, la que el despreocupado y falso rey Acaz no quería pedirle al Señor con fingida humildad, encubridora de su miedo al compromiso. Cuando Dios nos da una señal, sea a un hombre o a una mujer, nuestros planes se trastornan, quedamos comprometidos, Dios será desde ese momento quien guíe el curso de nuestra historia personal. Esto lo sabía el rey Acaz y sintió miedo de pedirlo al Señor.

2.- María es la humanidad receptiva, positiva, incontaminada, que va hacia Dios con los brazos abiertos y el corazón disponible. En el Jardín de Edén, Eva había traicionado su feminidad: cayó en la tentación de cerrarse sobre sí misma y dio la espalda al Creador. María de Nazaret, la mujer escogida por Dios para ser la madre del "Dios-con-nosotros", en su sí incondicional, reafirmó la identidad de lo femenino puro e intocado, esto es la prontitud en el don del corazón, en la entrega del propio ser.
La Inmaculada, cubierta por la sombra fecunda del Espíritu Santo, dio con su sí la respuesta de la humanidad en búsqueda, sedienta de verdad y de amor, pobre y urgida de misericordia: "Hágase en mí según tu palabra." Es la humanidad antigua y la de hoy, es toda la Iglesia respondiendo en María, rezando en María, colmada de gracia en María. En María lo femenino se hace presente en el designio de Dios, la mujer entra en el plan de salvación por la acción abismal de la encarnación del Hijo de Dios, que por obra del Espíritu Santo, se hace hombre en sus entrañas purísimas. María se alza así como el monumento vivo que Dios erige a la mujer sobre la tierra.
En el relato de la creación Dios hace al hombre a su imagen y semejanza: hombre y mujer los creó y desde ese momento queda establecida la paridad de los sexos, su complementariedad. El hombre y la mujer no agotan juntos, en su ser y en su proyección, la imagen de Dios. Tampoco aparece el hombre en el texto bíblico, como más significativo de la imagen de Dios que la mujer. Hay una dignidad similar, pero hay también dos criaturas distintas que, siendo ambas imagen del mismo Dios, la proyectan de dos modos diversos. Esto lo saben bien el hombre y la mujer que se aman y los hijos de una familia estable y transmisora de amor.

3.- Penoso ha sido para la mujer encontrar de hecho en la sociedad el puesto igual al hombre que el libro del Génesis le confiere en el acto creador de Dios desde el principio del mundo. Si bien el mundo judeocristiano ha sido más consecuente con la sagrada revelación y muy especialmente el mundo cristiano, considerando el papel de María como madre del Salvador y el trato de Jesús a las mujeres en los evangelios, aún así han sido grandes los esfuerzos y abigarrados los caminos para hallar la verdadera promoción de la mujer según su propia feminidad.
La mujer se hace presente en el plan salvífico de Dios por medio de María que ocupa su lugar propio e imposible de ser transferido a nadie más. María-mujer personifica el sí de los creyentes en Cristo, su aceptación de Jesús como “el que salva”. Los hombres y mujeres que dan el sí de su vida a Cristo, se hallan tipificados en María. La Iglesia toda, en la acogida de su Salvador encuentra su modelo de realización perfecta en María y así la Madre de Jesús es también Madre de la Iglesia. Aún más, toda la humanidad, hombres y mujeres de cualquier cultura, pueden descubrir en María-mujer el paradigma de la entrega del propio ser para que la bondad y el amor lleguen a todos los hombres y mujeres de la tierra.