IV Domingo de Pascua, Ciclo A

Jn 10, 1-10

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Hch 2, 14a.36-41
Salmo 22, 1-6
1P 2,20b-25
Jn 10, 1-10

1.- Los textos bíblicos de estas celebraciones post-pascuales aluden constantemente al bautismo. Con una doble intención, sin duda: con objeto, en primer lugar, de indicarnos que por el bautismo hemos aceptado el compromiso de identificarnos con el Señor Resucitado y que por el sacramento bautismal hemos sido incorporados al misterio de la Pascua, y en segundo lugar, para recordar que la expansión de la Iglesia en el mundo pasa necesariamente por la convocatoria del bautismo.

2.- Los textos abundan en definiciones de lo que es Jesús. En el libro de los Hechos de los Apóstoles --primera lectura de hoy-- se nos dice que Dios ha constituido a Jesús en Señor y Cristo. En el de la primera carta de San Pedro, Jesús es definido como “pastor y guardián de nuestras almas”, como el que sufrió por nosotros, como el que no cometió pecado, como aquel en cuya boca no había lugar al engañó, como el que insultado no respondió con insultos, como el que con su muerte nos procuró una vida de justicia... En el Evangelio de Juan el propio Cristo se nos autodefine: “Yo soy la puerta de las ovejas; todo el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto... Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”.

3.- Estas definiciones miran ciertamente a subrayar la inesquivable prioridad de Jesús en todo el ámbito cristiano. Cristo es el punto de referencia imprescindible y máximo para el creyente. Es, realmente “la puerta” por la que todo hombre ha de atravesar para introducirse en la órbita de la salvación de Dios; es el “Señor” ante cuya palabra salvadora hay que rendirse en obediencia; el primogénito de toda criatura cuya suerte será patrimonio de quienes le sigan; es el hacedor de la Pascua, que acaba con la división, vence a la muerte, inaugura la vida nueva y libera la existencia para siempre jamás. Pero el señorío y primacía de Jesús reclama la imitación por parte de todos sus seguidores. El bautizado acepta a Jesús como a su Cristo de Dios y hace de Jesús la cifra y la medida de su comportamiento. Todo el que cree realiza la “obediencia de la fe” por medio de la conversión. Está claro en el Libro de los Hechos de los Apóstoles. A la pregunta del auditorio de Pedro: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?”, la respuesta terminante del Apóstol: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo.” Y está claro en el texto de la primera carta de San Pedro: el que es “pastor y guardián”, Cristo, resulta ser al mismo tiempo “modelo” para todo el rebaño; murió por todos para que todos vivamos para la justicia de Dios.

4.- Y así se construye la Iglesia: en la fuerza vivificadora del Resucitado y en la imitación del Señor Jesús. Lucas tiene mucho cuidado en señalar la expansión de la Iglesia. Tres mil hombres aceptaron a Cristo, se convirtieron al Evangelio y se bautizaron ante la predicación de Pedro. La fe y la conversión son imprescindibles, pero requieren también la recepción del bautismo.