V Domingo de Pascua, Ciclo A

Jn 14, 1-12

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Hch 6, 1-7
Salmo 32, 1-19
1P 2, 4-9
Jn 14, 1-12

1. El cristiano es el hombre que no cree simplemente en Dios sino que sitúa su fe en el Dios revelado en Jesús. Hay aquí, en este preciso punto, una diferencia más que importante. El cristiano no es, sin más, un deísta (teísta), un referido a Dios desde las luces y la investigación de su inteligencia. Más allá de todo esto el cristiano afirma un “sí” al Dios que se nos ha hecho patente y manifiesto en el Cristo de Dios, en el Ungido de Dios, en el Profeta y en el Enviado de Dios.
El cristiano se relaciona con el Dios que en Jesús ha mostrado sus designios sobre el mundo. Por desgracia, una buena parte de los que se dicen cristianos permanecen instalados en una religiosidad que no se apoya en la revelación de Dios obrada en Cristo, sino en el vigor de un discurso intelectual y en la fuerza de unas actitudes éticas nacidas puramente en el ámbito de lo racional o de lo sensitivo. Son hombres, sin duda, religiosos. En ellos, sin embargo, resulta menos adecuada la calificación de cristianos.

2.- El texto del evangelio de san Juan, que la liturgia de este domingo nos propone a nuestra consideración, reivindica para Cristo la condición suprema de ser la epifanía de Dios, la visibilización temporal de Dios, la manifestación del Dios que se acerca a los hombres; no para sobreponer su soberanía, sino para salvar; no para afirmarse superior, sino salvador; no para imponerse a sus servidores, sino para amar a sus hijos. ¡Y cuánto y cuán radicalmente varia la condición del creyente cuando ésta se basa en el Dios de Jesús y no, sin más datos, en el Dios de la filosofía o en el Dios de la ética! Por de pronto, el Dios de Jesús es un Dios gratuito, desinteresado, puro servicio y donación, pura entrega y estímulo.
El Mensaje del Dios de Jesús no es un “boom” sobre el pobre hombre, sino la prestación al hombre de “un camino, una verdad y una vida” para utilidad del hombre. Dios no se revela por revelar ni se manifiesta para afirmarse más que el hombre y entrar en competitividad con la autonomía humana.
El Dios de Jesús es un último y supremo servicio al hombre para que éste posea unos cuantos datos, fundamentales y básicos, para su propia personal y comunitaria realización en toda la dimensión, de tiempo y de eternidad, que se entraña en la vocación vital del hombre creado por Dios. Bajo esta óptica cabe comprender el insistente discurso de Jesús: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre.” “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí”. “Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece, en mí, él mismo hace las obras. Creedme; yo estoy en el Padre y el Padre en mí”.

3.- Este lenguaje resulta escandaloso para los simples creyentes en Dios. Prontos a admitir la eternidad, la superioridad, la majestad, el todo poder divinos, rehúsan un Dios gratuidad total, servicio y entrega para el bien del hombre. Desean un Dios justo, juez, ordenador y legislador. Rechazan el Dios de Jesús que es amor, comunicación, interés por la justicia y la dignidad humanas, defensor de los débiles, y pobres, abogado de los marginados y explotados. Les es por ello más fácil quemar unos granos de incienso ante el altar de Dios que luchar por una sociedad en que los hijos de Dios, sobre el cumplimiento de la justicia, intenten un mundo de fraternidad. Les es más cómodo “rezar” --si lo suyo es oración-- que comprometerse en favor de los hombres creados “a imagen y semejanza de Dios”. Les es más “útil” decir “Señor, Señor”, que reconciliarse antes de hacer su ofrenda y restaurar el derecho pisoteado antes que erigir los templos. Por eso el Dios de Jesús y Jesús mismo es para ellos “la piedra viva desechada” y la roca en que se estrella su pretendida y descomprometida religiosidad.

4.- La primera comunidad cristiana --a la que hace referencia la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles-- entiende que la admiración del Dios de Jesús tiene que traducirse necesariamente en el servicio a los hombres. La proclamación del Mensaje de Jesús es cometido ineludible de la Iglesia y lo es igualmente la oración cultual; pero el Mensaje y el culto, la predicación y la plegaria, son “referencias! para la construcción del mundo por los caminos del servicio a los hombres. Y este servicio constituye a los creyentes en “pueblo adquirido”.
La vocación a la fe y a la Iglesia aparece, una vez más, como el arranque de una misión “para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”.