Solemnidad de la Ascensión del Señor

Jn 17, 1-11a

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Hch 1, 1-11
Salmo 46, 2-9
Ef 1, 17-23
Mt 28, 16-20


1. La fiesta de hoy es un motivo de alegría porque celebramos el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza humana ha sido elevada en Cristo por encima de todas las potestades, hasta compartir el trono de Dios.
La ascensión es la glorificación personal de Cristo como Hombre-Dios. Él sube, en la presencia de los apóstoles, sus testigos, al cielo. Glorificar es poner a uno en la Gloria, en la mejor de las realidades, en el triunfo, en la no cambiable y eterna realidad de gozo que el Padre ha escogido para su Hijo. La glorificación de Cristo es la consagración de que todo lo que Cristo había hecho, está y está bien. Al celebrar hoy la fiesta de la ascensión del Señor al cielo, conmemoramos el día en que su vida ha llegado a la plenitud.
Jesús se iba, dejando a los apóstoles tristes. Pero, a la vez, quería decirles que estaría con ellos siempre. Al meditar sobre el significado de la primera lectura de hoy muchos pueden tener dudas sobre el sentido de las palabras de Jesús. Es aquí, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que el escritor del libro, san Lucas, nos dice que Jesús subió al cielo pero, a la vez, promete que estará con los apóstoles, y, por consiguiente con su Iglesia, “todos los días hasta que se termine este mundo.”
En realidad Cristo sigue estando con nosotros, como ha estado con su Iglesia a través de los siglos. Eso sigue siendo verdad hoy, como en los tiempos de los Apóstoles. Lo que ha cambiado es cómo está con nosotros. Durante su vida terrena, antes de su Ascensión, predicaba con su propia voz y curaba con sus propias manos mientras los apóstoles le acompañaban. Ahora está con nosotros en cada Eucaristía, cada vez que se proclama su Palabra o dos o más se reúnen en su nombre para orar. En definitiva, Cristo está presente hoy en su Iglesia, cuerpo místico de Cristo vivo. Ahora predica con la voz de la Iglesia y curan nuestras manos.

2.- Nosotros hemos sido levantados por la glorificación de Jesús. En la experiencia de nuestra fe, si ella es de verdad la adhesión al Dios vivo, tenemos la fuente de nuestro ser caminando a esa maduración exigida por los gestos que en Jesús vemos hoy, y esta fe crecida en la celebración litúrgica de la Ascensión y fortalecida en el don del Espíritu Santo pone al hombre, como cuerpo de Cristo, a la derecha de su Padre, nuestra Padre, y ya no se amilana por las cadenas, la cárcel, el destierro, el sufrimiento, la enfermedad y demás signos detractores de nuestra humanidad.
La ascensión de Jesús nos pide a cada persona una superación. Nos pide que nos perfeccionemos, que cada día vayamos mejorando en nuestra manera de vivir. Nunca llegaremos a la plenitud de la vida espiritual en esta vida, sin embargo el Señor nos invita a que sigamos intentándolo hasta el final de nuestras vidas ya que Él mismo es la garantía de la recompensa que recibiremos al final de nuestra vida si esperamos en Él y le seguimos fielmente. Por eso nuestra vida debe ser un compromiso continuo para ser sus discípulos. Nuestra tarea es tratar de comprender con más claridad cada día, la llamada que Dios nos ha hecho a cada uno de nosotros. No dejemos pasar ni un solo día sin cumplir con esta tarea. La ascensión marca el final de la misión terrenal de Cristo pero también marca el comienzo de nuestra misión de discípulos suyos.

3.- Si cada uno de nosotros sabe llevar dignamente la tarea de amor fraternal que Cristo nos encomienda, mejoraremos nuestras casas, nuestras familias, nuestras estructuras y el mundo en que vivimos. Y, lo más importante, nuestra vida tendrá mucha más paz.
Jesús culminó su vida en esta tierra con una muestra más de su divinidad. Los apóstoles llegaron al monte de los Olivos, cerca de Jerusalén, donde Jesús les había citado. Es allí, en este cerro, donde fue apresado la noche del Jueves Santo y es allí donde mostrará a sus apóstoles que Él es el Maestro, el Mesías. Habiendo pasado cuarenta días desde su Resurrección Jesús se reunió con sus apóstoles y les dijo, “Se me ha dado todo poder en los cielos y en la tierra”. De esta manera Jesús confirma la fe de sus seguidores y les enseña que el poder que van a recibir muy pronto del Espíritu Santo viene del Padre. Así muestra la unidad que existe en la Santísima Trinidad.

4.- Lo que Jesús les dice a sus discípulos antes de partir es que deben continuar su obra que es la Iglesia. Que deben enseñar a toda la humanidad la doctrina verdadera acerca de Dios. Y entonces les dice que Él se va pero que les enviará el Espíritu Santo. E inmediatamente después de decirles esto se elevó y una nube lo ocultó a sus ojos.
La Ascensión es culminación del itinerario vital de Jesús: Su tensión es irse al Padre, poseer el Reino y la vida de Dios que le corresponde como Hijo; por otro lado es el inicio de un nuevo itinerario de los apóstoles y de las comunidad cristiana; ya no verán más al Señor, que tendrá para ellos una nueva presencia, la que le corresponde al Resucitado; tendrán con ellos al Espíritu Santo.
El Espíritu Santo hará que los discípulos recuerden y entiendan la obra de Jesús y también que sean testimonios suyos hasta los últimos rincones de la tierra. Los apóstoles, después de presenciar la Ascensión del Señor, junto con la Santísima Virgen María, regresan a Jerusalén donde el Señor les dijo que debían esperar a recibir la gracia del Espíritu Santo. Nueve días después, los apóstoles comenzaron la tarea de evangelización que el Señor les había encomendado.
Nosotros también tenemos la obligación, si de verdad seguimos las enseñanzas de Cristo, de ir por la vida evangelizando, enseñando que somos fieles a Cristo, que nos comportamos con rectitud, que somos cumplidores en nuestras tareas diarias, que en nuestra vida hay sinceridad. Nuestra conducta debe demostrar que somos cristianos, que nos preocupamos por los otros con caridad. Nuestra meta debe ser dar testimonio de Cristo en cualquier sitio y en cualquier situación demostrando que pertenecemos de verdad al cuerpo de Cristo que es nuestra Iglesia.

5.- Recordemos siempre que la salvación la tenemos que alcanzar cada uno. El Señor sabía que esto nos sería difícil y por eso nos envió el Espíritu Santo, para ayudarnos a recorrer el camino hacia el Señor. Pero no nos engañemos. No podemos reclamar la salvación simplemente porque decimos de palabra que seguimos a Cristo. El camino hacia el cielo se recorre poco a poco y lo que cuentan son los hechos.
Todos sabemos que tenemos la obligación de alimentar nuestro cuerpo para que se mantenga saludable. Pues debemos reconocer que también tenemos la obligación de alimentar y cuidar nuestra alma para que vaya creciendo en el amor a Dios. Nuestra vida corporal es muy similar a nuestra vida espiritual. Nuestra vida corporal la mantenemos con el alimento y con el ejercicio físico y nuestra vida espiritual la alimentamos con la gracia que viene del Espíritu Santo a través de la oración, la meditación, y los sacramentos.
Nosotros hemos sido elegidos por Dios para continuar la misión redentora de Cristo en la tierra, para continuar la obra que Cristo comenzó en el género humano. La humanidad necesita mucho conocer a nuestro Señor. Mucha gente anda completamente en las tinieblas del pecado. Nosotros debemos dar a conocer a Jesucristo pidiéndole, a la vez, que nos alimente y nos fortalezca para que podamos cumplir con la noble tarea de difundir la verdad a un mundo que necesita escucharla.