Solemnidad de Pentecostés

Jn 20, 19-23

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Hch 1, 1-11
Salmo 103, 1-34
1Cor 12,3b-7.12-13
Jn 20, 19-23

1. Después de la ascensión, los apóstoles se escondieron por temor a que los jefes religiosos y políticos hicieran con ellos lo que habían hecho con el Maestro. Se refugiaron en el cenáculo y oraban en compañía de la Virgen María, la madre de Jesús. A pesar de las enseñanzas de Jesús durante tres años, no tenían el valor para cumplir su claro mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. O “lo que os he dicho al oído, proclamarlo sobre los tejados”.
Pero cuando descendió sobre ellos el Espíritu Santo en forma de viento impetuoso y lenguas de fuego, recibieron luz, fortaleza, coraje, gozo, ímpetu incontenible. La cobardía y el temor desaparecieron totalmente y se lanzaron a proclamar la resurrección y el mensaje de Jesús con valentía, arrastrando decididos los mismos peligros que antes los atemorizaban.
Lo que sucedió con los primeros discípulos, ha sucedido también con los discípulos de Jesús a lo largo de la historia, y sucede con sus discípulos de hoy: Mientras no invocan al Espíritu Santo --con María la Madre de Jesús-- y se abren a él, no tienen fortaleza, ni convicción, ni credibilidad en la tarea de la evangelización, de la pastoral o de la catequesis. No tienen la valentía, el calor y la sabiduría para ser verdaderos testigos de Cristo Resucitado y proclamar su mensaje sin rebajas ni temor a los poderosos.

2.- Para entender correctamente la primera lectura bíblica de la liturgia de este domingo de Pentecostés hay que tener puesta la mirada y la atención simultáneamente, en el relato del libro del los Hechos de los Apóstoles y en el legendario del Génesis sobre la “torre de Babel” y el “diluvio”. El orgullo de los hombres, que intenta construir la ciudad sin referencia a Dios y a un dispensarse de toda relación a la transcendencia, concluye en dispersión de la humanidad, en falta de concordia y de inteligencia entre los protagonistas de la obra común, en ruina y muerte. La fuerza del Espíritu de Dios, por el contrario, impulsa la creación de un corazón nuevo, de unas nuevas actitudes de solidaridad y de fraternidad, superadoras de la división, de apertura al misterio de la salud y de audacia para proclamar una buena nueva que será fuente de profetismo y de utopía en el tiempo y de esperanza comprometida de cara a la eternidad.
El relato de Pentecostés es una total alternativa a la leyenda del Génesis. No fue posible la concordia en Babel porque la soberbia decretó la muerte de Dios. La paz universal será posible en la medida en que los hombres aceptemos entrar en la fuerza del Espíritu de Dios. En Babel, el hombre rompe amarras respecto a Dios; en Pentecostés, los hombres de toda la tierra asumen, en la nueva y eterna alianza de la Pascua de Jesús.

3.- ¿Palabras? El evangelio de san Juan relaciona muy estrechamente la Pascua de Cristo y el envío del Espíritu. Esta presencia del Espíritu culmina el misterio de la salvación. No es posible entender a Cristo desligado de su misión para con el mundo. Cuanto en Él acontece, mira a involucrar en su suerte la suerte de los hombres. Por el Espíritu, la Pascua de Jesús pasa a ser patrimonio de la tierra y lo que en Él aconteció personalmente por el poder de Dios se sigue actuando por su Espíritu en esta hora del mundo. Quien cree en la Pascua de Jesús, quien dice “Jesús es el Señor”, afianza su fe en el influjo de del Espíritu y acepta en esa fe que la Pascua del Señor se actúa hoy entre nosotros por su Espíritu. ¿Qué otra mediación cabría pensar para que el misterio de la salvación se obrase en los hombres?
El Espíritu provoca la conversión del corazón. El Espíritu renueva al hombre. El Espíritu capacita para el amor sin fronteras, incluso al enemigo. El Espíritu defiende la causa del Reino de Dios. El Espíritu anima el testimonio y la proclamación del Evangelio. El Espíritu afirma la unidad de la Iglesia para su mejor servicio al mundo. Es lo que san Pablo subraya en su carta a los cristianos de Corinto. La Iglesia vive de y por el Espíritu.

4.- El Espíritu tiene en la Trinidad la misión específica de comunicar vida, amor, luz, fortaleza, gozo, paz, bondad, libertad, sabiduría. Dones que necesita el cristiano, discípulo de Cristo, para vivir y comunicar con gozo la fe en Jesús resucitado, presente y actuante en la Iglesia y en el mundo.
Somos templo del Espíritu Santo, que “ora en nosotros con voces inefables”. El hombre es el templo preferido de Dios, donde el Espíritu ora al Padre y al Hijo por nosotros y con nosotros. ¡Qué gran seguridad y consuelo para nuestra pobre oración cuando nos abrimos a esta presencia y oración del Espíritu Santo en nosotros!
Jesús dice que si nosotros, siendo malos, sabemos “dar cosas buenas a los hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quien se lo pida!”. Hay que pedir con insistencia y fe, junto con María la Madre de Jesús y nuestra, la venida del Espíritu Santo a nuestras personas, comunidades, familias, grupos, para que se renueve la faz de la Iglesia y la faz de la tierra.