Solemnidad de la Santísima Trinidad

Jn 2, 16-18

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Ex 34, 4b-6, 8-9
Dn 2, 52-56
2 Co 13, 11-13
Jn 2, 16-18


1.- Todo el contenido de la Revelación de Dios al mundo mira a servir al hombre. Dios se revela en Cristo Jesús, culminación y plenitud de un mensaje que había comenzado a ser dispensado desde tiempos atrás, con objeto de que los hombres podamos esclarecer nuestra propia condición humana; porque es muy cierto que advertimos en nosotros un algo que nos supera y que nos llama a nuevas fronteras. De aquí la conveniencia, la utilidad, la necesidad de que nuestra propia condición humana reciba de Dios un suplemento de luz y de energía. Y esto es, precisamente, la revelación del mensaje.
Sobre este telón de fondo podemos comenzar por comprender por qué hoy, en la liturgia, celebramos la solemnidad de la Trinidad de Dios. La expresión teológica resulta difícil para la comprensión del hombre, porque intenta dar cuenta del propio ser divino; pero si la fórmulas resultan de comprensión arriesgada, no así el mensaje que intentan aproximarnos. Dios es comunidad: comunidad familiar o realidad de personas que son tales porque se relacionan familiarmente.

2.- La liturgia no intenta exponer todo lo que la teología dice acerca de la Santísima Trinidad de Dios, sino explicarnos, claramente, lo que es Dios, ese Dios único que realiza el concepto de Trinidad. Se trata, --nos dice la palabra de Dios-- de un Dios compasivo y misericordioso, rico en clemencia y lealtad; de un Dios de amor y de paz y de un Dios que tiene con nosotros la relación de padre a hijo y que es capaz de dar su propia sangre (su Hijo) por nosotros, que no quiere nuestra muerte, sino que tengamos vida eterna, que no juzga, sino que salva al mundo.
De Dios es más fácil decir lo que no es que lo que es. Lo mismo pasa cuando hablamos de la Trinidad que es Dios. La Trinidad es un concepto; es un concepto que trata de expresar la vida interna de Dios, su misterio más íntimo, qué es Dios para sí mismo. La Trinidad no divide la unidad de Dios.
Pero hablemos un momento del concepto teológico de “misterio”. Misterio en teología no es lo desconocido, inconcebido o inexplicable. Misterio es lo que tiene tal cantidad de contenido que, por mucho que expliquemos, no logramos explicar todo el sentido que eso tiene. Cuando una cosa es en teología “misterio” no podemos ahorrarnos las explicaciones, sino todo lo contrario: tenemos que darlas todas sabiendo que nos quedaremos cortos, sabiendo que siempre se nos quedará algo sin explicar porque se trata de explicar a Dios.

3.- Dios es Padre, pero el Padre-Dios no es un anciano. Dios es eterno, no viejo. Ese “anciano” es quien sacó a su pueblo de Egipto con brazo fuerte y mano poderosa, quebrantando el poder del opresor. El Espíritu Santo bajó como una paloma, pero el Espíritu Santo no es el animal llamado en zoología “paloma”. El Espíritu Santo no tiene plumas de ninguna clase, por ejemplo.
Cuando Dios quiso decirnos cómo era él, se hizo hombre; si queremos saber cómo es Dios, miremos hacia nuestro prójimo, hecho a “imagen y semejanza de Dios” por Dios mismo. Miremos al sacramento o icono de Cristo: el hombre.
Hablemos de la Trinidad en la unidad de Dios. No nos bautizan en los nombres de, sino en el nombre de, porque no hay tres dioses, sino un solo Dios que es amor y que se revela como Padre, como Hijo, y como Espíritu.
Digamos que Dios es amor, y que, el que ama conoce a Dios, conoce todo lo que es Dios, porque Dios no es amor y otra cosa, sino que es amor y sólo amor, amor incondicional e infinito. Dios es amor, es decir que el ser mismo de Dios es el amor y que el amor es el ser mismo de Dios. El Dios que es una Trinidad es amor. Quien ama conoce lo que es la Trinidad de Dios y todos los misterios de Dios, en la medida en que tales misterios pueden ser conocidos por la mente de un ser humano.

4.- Ese amor incondicional, procedente, de Dios, puede expresarse diciendo que Dios es un padre maternal o una madre paternal, porque Dios no tiene sexo. Dios no es hombre ni mujer. Dios es Dios.
Hacia nosotros, podemos decir que la paternidad maternal de Dios significa que Dios se revela como un amor que nos ama porque sí, incondicionalmente, eternamente, invariablemente. Dios no nos ama porque nosotros seamos buenos, sino porque El es amor y es bueno. Hacia nosotros, podemos decir que Dios se comunica, se expresa, y se encarna, se hace una sola carne con el ser humano. Somos hijos en el Hijo porque esa comunicación de Dios, esa Palabra por medio de la cual se crea todo y Dios se comunica a sí mismo, es el Hijo de Dios. Esa Palabra habita en el hombre, se ha hecho una sola cosa con el ser humano por la encarnación de Dios, y lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre.
Hacia nosotros, podemos decir que el que Dios sea amor, Espíritu Santo, significa que la misma fuerza que mueve a Dios, el amor, es la fuerza que mueve al hombre hacia Dios, y a los seres humanos los unos hacia los otros. No puede el Espíritu Santo, el amor, hacernos hijos de Dios, sin hacernos, al mismo tiempo, hermanos entre nosotros.
No, la Santísima Trinidad no es algo que no nos interese. Si Dios, que es amor, no tiene en sí la relación de Padre a Hijo, nosotros no tenemos nada que ver con Dios, ni Dios tiene nada que ver con nosotros. La Santísima Trinidad nos interesará a los seres humanos mientras a los seres humanos nos interese el amor, mientras a los seres humanos nos interese Dios. Nada más actual, por ello, que celebrar hoy con la liturgia esta extraordinaria lección de antropología que nos viene desde la Trinidad de Dios.