Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista

Lc 1, 57-66.80

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 49, 1-6
Salmo 138, 1-15
Hch 13, 22-26
Lc 1, 57-66.80


1.- San Juan Bautista es el precursor del Señor y el mayor de los nacidos de mujer. Juan es el hombre del desierto, el buscador de los planes de Dios, el que grita la conversión y la urgencia de un cambio de vida porque se acerca el Salvador de los hombres.
Tanto el profeta Isaías como Juan el Bautista, tienen clara conciencia de haber sido enviados por Dios para cumplir una misión en favor de su pueblo. Esta misión no es el resultado de los propios deseos o inquietudes personales, sino la respuesta aúna elección amorosa por parte de Dios.
Isaías reconoce que Dios le llamó por su nombre para cumplir esta misión desde las entrañas maternas. Juan el Bautista se presenta como el elegido por Dios para mostrar a los hombres al que quita el pecado del mundo. Ambos ponen a Dios en el centro de su actividad profética y, para no sembrar confusión o crear falsas esperanzas en sus seguidores, afirman con rotundidad desde el primer momento de su predicación que ellos no son los importantes, sino simples instrumentos en las manos de Dios. Por eso Juan el Bautista dirá que él no se considera digno ni de soltar la correa de las sandalias de Aquel que viene después de él, pero que ya existía antes que él.

2.- Como el profeta Isaías y como Juan el Bautista es preciso que todos los cristianos tomemos conciencia de la grandeza de nuestra vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Cada uno de nosotros también ha sido amado, llamado y elegido desde el seno materno para vivir como hijo Dios y para proclamar sus maravillas en favor de la humanidad hasta los confines de la tierra.
El mismo Jesús, que vive su misión como enviado del Padre, es el que llama y envía a quienes han de ser continuadores de su obra. Por eso dirá: “no me elegisteis vosotros a mi, sino que yo os he elegido a vosotros para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca.
Como seguidores de Jesús, es absolutamente necesario que vivamos cada día la experiencia de ser llamados y enviados para no caer en la tentación de ocupar el lugar que debe estar siempre reservado a Aquel que nos envía. Si actuamos de este modo, no cesaremos nunca de dar gracias a Dios por el don de la vocación recibido de forma inmerecida, ni caeremos en el orgullo de pensar que el fruto de nuestra actividad pastoral depende de nuestras obras, ni dejaremos que el desánimo se apodere de nosotros cuando la actividad realizada no produzca el fruto esperado o el resultado previsto. Lo importante es vivir en Dios, permanecer en su amor y permitir que el Espíritu Santo transforme nuestro corazón y nuestra mente según los sentimientos de Cristo.

3. Para vivir de forma consciente y responsable la propia vocación y la misión confiada, es preciso avanzar en nuestra peregrinación por este mundo siguiendo los caminos trazados por el Señor que, en ocasiones, como todos sabemos por la experiencia, no coinciden con nuestros caminos. Peregrinar con los hermanos al encuentro del Padre exige poner siempre a Cristo en el centro de la propia peregrinación, pues como él mismo nos enseña: en las manos del Padre está el destino de la creación y el de la humanidad. Por eso, ante la llamada del Señor y ante la misión confiada, todo lo demás es relativo y todo debe quedar en un segundo plano, incluso la propia familia. Santa Teresa de Jesús lo expresa muy bien, cuando, desde la experiencia de su consagración religiosa, dice que “sólo Dios basta”.
El hombre de hoy vive falto de sentido, adormecido por la cultura del consumo y del bienestar material. Muchos hermanos se sienten insatisfechos porque necesitan a Dios y no lo encuentran donde lo buscan. Otros aún no han descubierto la grandeza de la vocación cristiana y de su misión como hijos de Dios. Ante esta realidad, los que hemos experimentado la dicha de conocer al Señor, aunque sea de forma imperfecta, tenemos el compromiso de ofrecer a todo hombre el amor de Dios y la luz que hemos recibido de lo alto para que la salvación llegue hasta los confines de la tierra.
Pero esto sólo podremos hacerlo si somos auténticos testigos, si lo que anunciamos con la palabra, lo hacemos vida nuestra. No podemos pedir a los demás que se amen, si nosotros no nos amamos; no podemos invitar a otros al servicio, si nosotros no servimos; no podemos pedir a los miembros de nuestras comunidades que escuchen la voz del Señor, si nosotros vivimos tan ocupados en tantas cosas que no encontramos tiempo para meditar la Palabra de Dios.