Solemnidad de Todos los Santos

Mt 5, 1-12a

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Ap 7, 2-4; 9-14
Salmo 23, 1-6
1Jn 3, 1-3
Mt 5, 1-12a


1.- El Hijo de Dios vino a la tierra no para facilitarnos el caminar por ella sino para anunciarnos algo grande y hermoso. En el evangelio, san Mateo nos presenta a Jesús como el nuevo Moisés, hablando desde un monte, ofreciendo una ley nueva, por la cual nos debemos gobernar en esta tierra.
Las bienaventuranzas suenan como algo muy extraño. Son los indicadores para nunca triunfar según el criterio del mundo. No nos caen bien. Es difícil apreciar el carácter paradójico de las mismas. Nos gustaría olvidarlas o ignorarlas cuanto antes. Nos gustaría que Jesús nunca las hubiera mencionado.
Sin embargo, las bienaventuranzas constituyen una revolución moral que todavía no se ha llevado a su plenitud. Jesús no vino a esta tierra a facilitarnos las cosas sino a establecer un orden nuevo de valores. Jesús no condenó el placer ni los bienes materiales ni el dinero. No condenó al joven rico que le preguntó sobre la manera de lograr la perfección. Jesús le advirtió que colocara su corazón no en la tierra sino en el cielo.
A Jesús le gustaba comer con amigos, con pecadores, en banquetes, en bodas. Le gustaba el buen vino y el primer milagro que realizó, según el evangelio de Juan, fue convertir agua en vino. Y con todo, Jesús no vino a vivir una vida cómoda o de confort, sino a enseñarnos un camino nuevo.
No hay otro camino para el verdadero cristiano. Podemos gozarnos en la maravilla de la creación, podemos gozarnos en las cosas creadas y materiales, pero también tenemos que estar dispuestos a cargar con la cruz.

2.- Hoy es la fiesta de todos los Santos. Es una fiesta bella y muy significativa. Esta fiesta es una fiesta siempre cercana y humana. Con ella los cristianos honramos la memoria de los muchos santos no glorificados en la tierra. Unos son desconocidos, otros muchos no. Todos hemos conocido hombres y mujeres llenos de fe, --nuestros padres, por ejemplo-- que han vivido haciendo el bien, de manera sencilla, en la salud o en la enfermedad. Personas de las que hemos dicho con admiración y respeto: era un santo.
Celebramos a santos pequeños y santos grandes. A los famosos y a los desconocidos. La lectura del Apocalipsis --”vi una muchedumbre inmensa”-- hace referencia a todos ellos. Ahora, entre ellos podremos recordar también a nuestros familiares y amigos ya fallecidos. Todos están con Dios.
Muchos de estos santos no glorificados en la tierra, son familiares y amigos nuestros. Estamos rodeados de santos. Unos, desde el cielo, están con nosotros invisiblemente. Otros están todavía en este mundo y a lo mejor nos encontramos con ellos todos los días. Ojalá tengamos ojos para descubrirlos a tiempo. Seremos más felices. Veremos las cosas con más optimismo. Su recuerdo nos ayudará a ser mejores.
El mensaje de la fiesta de todos los Santos, es un mensaje de esperanza y fortaleza. En el prefacio de la liturgia leemos: “Tú nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino, para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos, la corona de gloria que no se marchita”
Así pues, aunque peregrinos todavía en este mundo, nos encaminamos alegres, guiados por la fe y animados por la gloria de los santos que ya están en la gloria. En ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad.
Todos estamos llamados a ser santos. Nos lo recordó el concilio Vaticano II bellamente: “Todos, por la acción del Espíritu de Dios, obedientes a la voz del Padre, adorando a Dios Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y con la cruz a cuestas para llegar a tener parte en su gloria”. Los obispos, los sacerdotes, los religiosos y los seglares, todos los discípulos de Jesús, “están llamados y obligados a procurar la santidad y la perfección de su propio estado de vida”.
El auténtico cristiano debe escalar, con valentía y entereza, la cumbre de la montaña, el auténtico cristiano debe esperar contra toda esperanza, y cuando todo aparece oscuro y tenebroso, el auténtico cristiano debe estar seguro de que un día se encontrará con todos los santos en el cielo.

3.- Iniciamos esa carrera de la santidad el día de nuestro bautismo. En el bautismo contraemos unas responsabilidades de ayuda mutua. No podemos renovar nuestras promesas de una manera superficial, sino con pleno conocimiento de lo que hacemos. Renovadas las promesas, realmente podemos celebrar con alegría este día, porque todos somos santos.
La santidad no es complicada. Se puede y se debe vivir en los diferentes estados de vida y en todas las circunstancias concretas de nuestra vida. Este es el camino verdadero para renovar la Iglesia y resolver de verdad nuestros problemas. Seamos todos un poco mejores y la Iglesia irá mejor y actuará mejor. Seamos un poco mejores en el cumplimiento de nuestras obligaciones, pequeñas y grandes, y todo irá mejor, también en la sociedad.
La sociedad celestial de los santos que recordamos en esta fiesta tan familiar es la verdadera alternativa a la sociedad de este mundo, la referencia permanente para nuestra santificación y nuestra acción evangelizadora y renovadora. Ésa es la grandeza y la hermosura de nuestra vocación y misión de cristianos en el mundo.