X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 9, 9-13

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

DOs 6, 3-6
Salmo 49
Rm 4, 18-25
Mt 9, 9-13


1.- Nos educan para la competencia; eso está claro. Dentro de la escala de valores que hoy actúan como palanca del mundo, el éxito tiene asegurado un puesto preeminente. Y en torno suyo, pegadas a su rueda, giran todas las demás cosas. El que no triunfa, no interesa; y el triunfo se entiende y se pretende como superación de los otros, anulación de los contrarios, encumbramiento propio. Así, la vida la hemos convertido en una competición rupestre.
Hay, sin embargo, muchas cosas que nada tienen que ver con el triunfo así entendido. Nadie ha prometido, afortunadamente, la total felicidad a los que así triunfan. Al contrario, no es infrecuente que en esa alocada carrera hacia el éxito se pierdan las pocas, contadísimas, cosas que pueden hacer nacer la felicidad en el corazón del hombre.

2,- La profesión, dentro de esta perspectiva triunfalista, no es muchas veces la elección lógica de quien sigue su propio impulso creador, sino de quien o quienes especulan con el rendimiento económico de ser médico, ingeniero o contable de empresa. ¿Tiene algo de extraño que una excesiva “profesionalización” acabe matando la auténtica vocación de las personas, acabe secándolas como una mala hierba que asfixia todo a su alrededor? Oye, a veces, uno confesiones estremecedoras a esas personas que se consideran o son llamados, así, simplemente, triunfadores. Puede haber sus gotas de esnobismo en algunas deseadas fugas del mundo”, pero a veces la nostalgia de lo que hubieran querido ser --y ya no son-- resulta trágica.

3.- Resulta inquietante en el Evangelio la celebridad con todos los discípulos siguen la invitación de Cristo a seguirle. Pero, sobre todas, destaca la de Mateo. Mateo oye la voz de un desconocido que le dice: -- “Sígueme”. Ante la invitación, no vacila, ni reflexiona, sino que responde. Su profesión era en ese tiempo la típica de un triunfador: Recaudador de impuestos, empleado de un gobierno extranjero, colaboracionista político. Un típico personaje envidiado y odiado por quienes se alucinan por el brillo del dinero y no saben adivinar el tremendo vacío interior de quienes lo poseen. Cristo rompe con él una barrera, al mismo tiempo política, religiosa y humana. Lo llama porque ha captado su desazón interior. Y Mateo no lo duda: se va con Él. Es el reencuentro heroico de un hombre con su vocación. Es la fe pura e incondicional, como la fe de Abrahám que el apóstol Pablo alaba. Abrahám creyó en la promesa de Dios sin vacilar, “al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete”.

4.- La llamada de Dios y la de Cristo ni obliga ni condiciona al hombre, sino que le da tanto la libertad como la capacidad de seguirla por pura iniciativa. La llamada tiene un tono que contiene ambas cosas Al mismo tiempo: que aquí habla alguien que me hace capaz de tomar la mejor decisión posible, y que, en cuanto me necesita, me da también el mejor contenido posible de mi vida.
Todos, desde luego, estamos llamados a hacer un día esa opción básica: ser auténticos. Esa es la gran vocación, común a todos los hombres. Las “otras” vocaciones tendrán o no sentido, humanizarán al hombre o lo harán máquina en la medida en que respondan a esa lealtad o lo más profundo de uno mismo. Así, verdaderamente, se triunfa.