XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 11, 25-30

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Za 9, 10-11
Salmo 144
Rm 8, 9,9.11-13
Mt 11, 25-30


1.- Es ya un tópico la afirmación de que las primeras generaciones cristianas fueron perseguidas bajo la acusación de ateas. La frase es excesiva, sin duda. El ateísmo de los cristianos no era, naturalmente, una simple y rígida negación de Dios, sino un rechazo absoluto de pluralidad de dioses que el imperio romano honraba.
Y más: el Dios de los cristianos no era el Dios de los filósofos y de la sabiduría. Era el Dios de Jesús. Nada de cuanto la filosofía pudiera afirmar de Dios resultaba ajeno al pensamiento cristiano; pero la relación del hombre con Dios no se inspiraba en las afirmaciones filosóficas, sino en la revelación que de Dios había hecho Jesús de Nazaret.
Y esto continúa hoy vigente, hasta el punto de que no faltan quienes hablan del cristianismo como de una anti-religión, siempre que por religión se entienda el entramado, de relaciones entre el hombre y Dios, de acuerdo con los datos que la filosofía aporta sobre el Absoluto, el totalmente Otro.

2.- El cristiano, por el contrario, se refiere al Dios revelado en Jesús que es siempre un Dios de Salvación, desinteresado en su acercamiento al hombre, no dominador de éste, sino servidor de luces y estímulos para que el hombre se entienda a sí mismo, entienda a los demás y acierte a valorar y servirse de las realidades de este mundo, con ánimo de crear una sociedad servicial, justa y fraterna. El cristiano acepta al Dios que se nos ha hecho presente en Jesús “no para condenar al mundo, sino para salvarlo”.
La página del evangelio de san Mateo que la liturgia dominical nos brinda a reflexión hoy insiste en esta nota específica de la fe cristiana: “Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

3.- El Dios de Jesús de Nazaret es Dios de iniciativa salvadora. Gratuito en modo total, sólo persigue el bien del hombre a quien se manifiesta. No busca la defensa de sus derechos; no reclama la sumisión de los hombres. Sin embargo propone al hombre un mensaje de reconciliación en el que el hombre encuentra los datos mayores para la clarificación del misterio de la existencias y la promesa de una salvación que planifica el vivir humano, lo asienta y lo libera de las caducidades a que la vida en el tiempo y en el límite está siempre expuesta.
El Dios de Jesús es Dios de donación, de aproximación al hombre, para que en su palabra indicar al mundo “el camino, la verdad y la vida”.
Aceptar la palabra de vida es asumir la más radical verdad de la existencia humana. No es cargar con obligaciones impuestas desde el exterior, de manera despótica o arbitraria; es aceptar un módulo de comportamiento en cuyo seguimiento el hombre encuentra su más radical realización. De ahí la afirmación de Jesús que el Evangelio recoge: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero, y mi carga ligera”