XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 13, 1-23

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 55, 10-11
Salmo 64
Rm 8, 11-23
Mt 13, 1-23

1.- Es hora de acabar con la antievangélica concepción de que el cristiano es un hombre que propende a huir de este mundo para refugiarse en la espera de la eternidad. Esta concepción ha contado, sin duda, con abundantes lecciones, incluso dentro del cristianismo.
A más de uno se le ha propuesto el abandono del amor terreno como plataforma de lanzamiento para un mejor amor de Dios y el desinteresarse de la aventura terrena como condición reclamada para saborear los bienes del cielo.
La carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma anda, sin embargo, por otras singladuras muy diferentes. Para Pablo, la visión que de este mundo ha de tener el creyente en Jesús de Nazaret es ampliamente optimista, hasta el punto y hora que incluso las tensiones y desgarramientos de cada hora sólo son momentos de una historia que se encamina hacia la plenitud. “Considero que los trabajos de ahora, dice Pablo, no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. La creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios...” “Sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto”.

2.- El mensaje es claro para el hombre de fe: este nuestro mundo no está hecho de una vez para siempre, sino que está en trance de realización. La historia no está escrita de antemano, sino que en nosotros está el conducirla a su plenitud. Mientras en tanto no alcance su meta, la tierra gime, y se debate, y se angustia, y choca con sus propios límites. Pero creyente es aquel que, en esta tensión, se siente estimulado por el designio de Dios a construir un mundo de justicia y de fraternidad.
Para realizar este proyecto contamos con la fuerza y la energía de la Palabra, Palabra de vida. La Palabra de Dios es vivificante siempre y cuando el corazón humano se apreste a concederle acogida. La Palabra es semilla capaz de producir fruto, subrayará el evangelio de Mateo; o es como lluvia y nieve que baja del cielo y que no vuelve allí´ sino después de empapar la tierra, de fecundarla u hacerla germinar, según la expresión del profeta Isaías. El Mensaje se nos entrega para nuestra utilidad, a fin de que podamos construir la tierra de acuerdo con el designio de Dios. Se exige, pues, en el creyente una actitud operativa, eficaz, laboriosa y esforzada. No somos llamados al Evangelio para entretenernos en él, sino para sentirnos empujados a la transformación de un mundo que gime y sufre porque aún no ha llegado a su plena realización.

3.- Muchos creyentes de nuestros días parecen desconfiar de la Palabra de Dios y buscan en otras sabidurías resortes y concepciones para entender su vocación terrena. El humanismo evangélico, sin embargo, asume cuanto hay de positivo en otros humanismos y trasciende y supera a todos ellos, porque, más allá de la justicia y una vez cumplida ésta, propone al hombre el horizonte de la fraternidad universal.

4.- Frente a este proposición, la mala tierra humana que no presta adecuada recepción a la Palabra. La mala tierra del que oye la Palabra sin adentrarse en su significado e intención; la mala tierra de quien la escucha contento pero dimite de sus exigencias cuando se presentan las dificultades o persecuciones para llevarla a realización; la mala tierra de quienes no están dispuestos a dejar sus abundancias y sus poderes para adoptar una postura de solidaridad y servicio para con todos los hombres. ¡Vano intento el del que dice ser creyente y trata de no escuchar la exigencia de apertura hacia los demás que se entraña en la Palabra de Dios!