XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 13, 24-43

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Sb 12,13.16-19
Salmo 85
Rm 8, 26-27
Mt 13, 24-43

1.- Para muchos llegan las vacaciones. Millones de hombres, en todo el mundo, durante la pausa estival huyen de las ciudades a reencontrarse con la naturaleza, con el campo y con los bosques, con el mar y con el sol. Es un encuentro enriquecedor, por poco limpios que se tengan los ojos y con tal de que se deje abierto un pequeño resquicio en las puertas y ventanas de nuestra sensibilidad. La naturaleza siempre tiene algo que enseñar o recordar al hombre: sus leyes y ciclos, sus “costumbres” y observancias; todo conserva un mensaje aleccionador, estimulante y puro.

2.- El hombre urbano llega al campo devorado por la prisa, por la obsesión de la eficacia del rendimiento a corto plazo. Y se encuentra con la parsimonia de la realidad agrícola, que no tolera frenesíes ni locas aventuras. El agricultor conserva todavía el don de la paciencia, de la sabiduría que espera, de la calma. La hora de la recolección, llega marcada por el signo del respeto a la naturaleza y sus leyes.

3.- En esta atmósfera nos parece más fácil entender la lectura final de esa profunda parábola del trigo y la cizaña. Detrás de una primera lección de inteligencia rural y campesina, que reserva para el último momento la delicada tarea de escardar el campo, se agazapa una interpretación más profunda sobre el problema del mal, de su coexistencia con el bien, y de eso que se ha definido justamente como el “derecho evangélico de la cizaña”.

4.- La imagen, hoy y siempre, de la sociedad y de la Iglesia es plural. Todo no es del mismo color no es idéntica la vibración que emiten los acontecimientos y las personas. Puestos a generalizar, a sintetizar racionalmente, existe lo blanco y lo negro, lo abierto y lo cerrado, lo bueno y lo malo. El trigo y la cizaña. Remontándonos a un nivel de interpretación cristiana de la historia, tenemos que admitir que la salvación universal no elimina la libertad humana y que la luz se ve rechazada todavía por la tiniebla. Hay que ser realista y no ceder a ningún tipo de estúpido triunfalismo. Existe el mal. Y el bien, por supuesto.

5.- De esta constatación algunos deducen inmediatamente la necesidad de aniquilar el mal, de extirparlo. Y se entregan con celo de cruzados a este combate. Esta actitud no parece del todo evangélica. Porque, en primer lugar, ¿quién nos ha dado la exclusiva de etiquetar definitivamente los acontecimientos y las personas?. En segundo lugar, ¿quién nos ha confiado la misión de expedir certificados definitivos de buena o mala conducta?. En tercer lugar, ¿por qué hemos de creer que el bien no crece, aun cuando esté rodeado por el mal? Y, además, ¿estamos tan seguros de que entre nuestras espigas no crecen también cizañas? Si para nuestras muchas deficiencias necesitamos y exigimos dosis nutridas de paciencia, muchas más tenemos que usar a la hora de contemplar a los demás.

6.- No estamos en el mundo para juzgarlo ni para apartarnos puritanamente de él. Tampoco para contaminarnos. Debemos estar seguros, por otra parte, de que al final será el trigo lo que importe. Mientras vivimos haríamos mal en arrancar esa cizaña a la que Dios no niega el agua ni la luz. Lo mismo que al trigo.