XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 14, 13-21

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 55, 1-3
Salmo 144
Rm 8, 35, 37-39
Mt 14, 13-21

1.- Vivimos solicitados por el consumo. Cada día, desde la mañana a la noche, mil voces anónimas, pero persuasivas, nos invitan a comprar, a gastar, a invertir, a consumir. Se nos repite, una y otra vez,, que nuestra felicidad, nuestra belleza, nuestra satisfacción, nuestra vida depende en línea directa y próxima de lo que tengamos. poseamos y destruyamos. Es una cadena interminable que nos arrastra y cuyos primeros eslabones mueven manos e intereses desconocidos.

2.- Hay en las lecturas litúrgicas de este domingo una como invitación al consumo, a la hartura: “Venid, comprad trigo, comed sin pagar... Escuchadme atentos y comeréis bien”. Suena parecido a un anuncio de publicidad. A uno de esos cientos de reclamos publicitarios que solicitan nuestra atención constantemente. El relato de la multiplicación de los panes añade, por otra parte, una nota optimista: “Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras”.

3.- Es muy fácil que una primera aproximación a este mensaje litúrgico refuerce en algunos de nosotros una actitud consumista y justifique, sin razón, desde luego, lo que en profundidad es rechazado por el Evangelio.
Hay en nuestro mundo de hoy un problema grave que no podemos reducirlo al viejo esquema ricos-pobres. Lo que hoy pone literalmente el alma en tensión es la relación opulencia-miseria, el profundísimo desequilibrio, cada día mayor, entre los que tienen siempre lo mejor y lo más abundante y los que carecen absolutamente de lo más elemental. En pocas palabras: El abismo entre el despilfarro y el hambre; el ancho surco entre quienes dilapidan, derrochan, desperdician y los que desconocen e ignoran una dieta mínimamente humana. No hay una sola frase en el Evangelio que pueda justificar esta realidad, autentico sarcasmo de la fraternidad humana.

4.- ¿Cómo interpretar, pues, esta invitación a la abundancia, esta llamada al optimismo? Creemos que la clave es bien sencilla: No se concibe en el mensaje bíblico una abundancia que no sea compartida, una riqueza que no se reparta, un bienestar que no afecte a todos. El destinatario de estas invitaciones es todo el pueblo (los “millares” simbólicos del Evangelio) sin excepción ni distancias irritantes. Y este vínculo es el que debemos descubrir a través del rito eucarístico: La Eucaristía o es fiesta de fraternidad, sacramento de comunión, momento supremo de compartir con los otros todo, o a la presencia de Jesús dándose se le priva de una dimensión. Los que viven en la injusticia, en el desequilibrio no podrían, en realidad, acercarse a la Eucaristía.
Porque, además, después del dar, del repartir, del compartir con los demás, viene la abundancia, la hartura, la total plenitud. Cristo se da sin reservas a los que no limitan su entrega a los demás, a los que en cada comunión sienten el vértigo de la necesidad ajena, el vacío de los que no tienen la llamada de los pobres.