XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 14, 22-23

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

1 R 19, 9a. 11-13a
Salmo 84
Rm 9, 1-5
Mt 14 22-23

1.- El lenguaje de las Escrituras es un lenguaje con muchas claves para su correcta interpretación. Hay quienes desearían que el Mensaje se nos facilitase de un modo directo y no con el recurso a unos cánones de exposición que, por su misma naturaleza, reclaman interpretación y desciframiento. No es posible, sin embargo, avenirse a esta pretensión. No lo es porque el Mensaje ha sido dado para los hombres de todos los tiempos y de todas las diversas culturas; y una estrecha vinculación a una cultura determinada habría hecho el Mensaje una realidad incomprensible para los hombres de otra estructura cultural. Además, las realidades que el Mensaje revela no son aprehensibles en su totalidad por cuanto no pertenecen al mundo de la experiencia contable y medible, sino al de la salvación, la promesa, la esperanza y, en definitiva, la fe. De ahí la necesidad de que el lenguaje de las Escrituras sea “sacramental”, es decir, significativo de unos contenidos que van más allá de las culturas de cada momento y más allá de los datos susceptibles de ser sometidos a reiterada experiencia. Es un lenguaje de signos, de gestos, de mitos, de sugerencias y de insinuaciones, salvo en concretos puntos en los que el Mensaje es rotundo y terminante.

2.- La primera lectura --tomada del Libro primero de los Reyes-- abunda en estas claves. Dios se revela al profeta Elías en un susurro. Otras teofanías o manifestaciones de Dios a los hombres habían recurrido a otros elementos de la naturaleza. En este caso, y por necesidad de una misión profética que Elías no acababa de comprender. Dios recurre para manifestarse, al leve susurro de un pequeño viento. Ya no es el Dios del huracán que agrieta montes y rompe los peñascos. No es el Dios del terremoto. Tampoco el Dios del fuego. Es el Dios del susurro. Elías, tempestuoso de condición, siente que no es comprendido por los hombres a los que ha sido enviado y desearía un Dios formidable, a la medida de sus ímpetus de carne y sangre; pero Dios quiere enseñar al profeta que ha de ser misericordioso con los pertinaces y manso con los soberbios. Por eso, en lugar de una revelación de fuerza, se manifiesta en un susurro de viento para que Elías aprenda de Él a contener su impaciencia apostólica.

3.- Hay aquí una lección importante para todo creyente. Dios no puede ser utilizado como fuerza contra los hombres. El recurso a las situaciones de poder, de prepotencia, de superioridad..., no es el estilo del creyente ni puede serlo el de la Iglesia El Mensaje de Dios, útil para los hombres, ha de ser ofrecido benignamente al mundo; nunca impuesto. A nadie se le puede forzar a amar a Dios ni a regular la existencia según determinados preceptos impuestos por la autoridad religiosa. El Mensaje es una convocatoria y la ley --cuando resulte imprescindible-- una brújula que oriente y señale rutas.

4. A Dios no se acerca nadie por los caminos de los miedos y de las angustias. Sólo por las andaduras hechas de confianza en su poder salvador. La página del evangelio de san Mateo lo subraya hoy muy punzantemente.
Dios--se nos dice a través de los signos-- es un poder sobre todo otro poder; pero el apóstol Pedro corre el riesgo de perder el acercamiento a Dios cuando teme la fuerza de otros poderes y desconfía de la salvación manifestado en Jesús. “¿Por qué has dudado?” es el interrogatorio tremendo de Cristo a Pedro. Y la salvación de Pedro y de sus compañeros se realiza cuando aquél y éstos confían en Dios y dice a su Cristo: “Realmente eres Hijo de Dios”.

5.- ¿Aprenderemos de una vez que los miedos y las ordenanzas no sirven en nada para despertar en los hombres la fe que salva y que ésta es sólo --¡y todo eso!-- la audacia del hombre que se confía en Dios y en el susurro de la conciencia que lo revela?