XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 15, 21-28

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 56, 1, 6-7
Salmo 66
Rm 11, 13-15.29-32
Mt 15, 21-28

1.- Se dice que las nuevas generaciones piensan en dimensión universal. El turismo, la técnica, la cultura, la interdependencia de los países, los medios de comunicación social... van generando un tipo de hombres muy distintos de aquellos que se caracterizaban por confundir las dimensiones del mundo con su propio terruño y su propio campanario. El hombre de hoy, el hombre de las nuevas generaciones mira toda la realidad con perspectiva mundial. Consciente de pertenecer a una patria determinada, se sabe con todo y quizás aún más ciudadano del mundo... ¿Es esto verdad o simple declamación de buen tono y de mejores deseos?

2.- Son demasiados los índices que señalan una cierta distancia entre el “sentirse ciudadanos del mundo” y el actuar como tales. Ante la urgencia y gravedad de los problemas, son muchos los que retornan a los viejos chauvinismos nacionalistas y los que anteponen su bien y el bien de los suyos al del resto de la humanidad. El hombre del siglo XXI que se dice y se siente tan abierto a las solicitudes e inquietudes de toda la tierra, se muestra, a la hora de los hechos, egoísta y nacionalista.
Cuando hace aún pocos años se consultó al proletariado de una nación europea sobre si aceptaría o no que se aumentara el tanto por ciento del presupuesto nacional reservado a la ayuda al Tercer Mundo, la respuesta fue desalentadora: Nadie se mostraba dispuesto a “atarse el cinturón” para acudir en ayuda de los más pobres de la tierra y y eso que el tal país sólo dedicaba a esta ayuda algo menos del uno por ciento de su presupuesto nacional bruto.

3.- Las lecturas bíblicas de este domingo están centradas sobre un dato fundamental, para el creyente: El universalismo. El proyecto cristiano resulta incompresible si se margina esta dimensión universalista. Para el creyente en Jesús de Nazaret, la razón de su fraternidad para con los hombres no se basa en el color de la piel, en la cercanía de la vecindad, en la compartición de una misma ideología, en el comunión de una misma cultura, en la herencia de una misma historia, en la familiaridad de unas mismas fronteras.
La fraternidad cristiana abraza a la totalidad de los hombres porque en todos ellos afirma una igual dignidad, unos mismos derechos y deberes, un mismo proyecto de libertad, una misma sed de justicia, un mismo ideal de paz, de solidaridad y de comunión.
La caridad cristiana no se acerca al hombre por lo que tiene de diferenciador, sino por lo que entraña de común: Un mismo origen, una misma dignidad y un mismo destino. Los humanismos modernos, en buena hora, abren a los hombres a la solicitud universal. Con ellos y antes que ellos, más radicalmente que ellos, el humanismo cristiano, desde la perspectiva de la paternidad de Dios y desde la esperanza de una universal salvación, estimula a los creyentes en Jesús a la fraternidad universal.

4.- Este impulso cristiano es hoy más urgente que nunca. Lo es porque responde a un “estilo” --excesivamente teórico aún-- del hombre moderno. Lo es, sobre todo, porque, pese a las declamaciones universalistas, el hombre de principios del siglo XXI propende al cantonamiento ideológico y de clase, de cultura y de historia, de desarrollo y de poder. Lo es, por último, porque en un mundo que se globaliza, ofrece a los hombres las mejores y mayores razones para un humanismo universalista.

5.- Las lecturas bíblicas de hoy se explanan en esta orientación universalista. Isaías profetiza un pueblo abierto a todos los pueblos y reunido en las raíces religiosas. Pablo rompe lanzas en favor del pueblo judío, entonces y aún ahora marginado por una incomprensible falsa profesión de fe.
El evangelio de san Mateo exalta la reconciliación de Dios con los paganos y subraya que el llamado “don de la fe” también es patrimonio de los gentiles. “Los dones y la llamada de Dios --escribe Pablo-- son irrevocables”. Dios es siempre fiel a su promesa de salvación, y ésta --habrá que recordarlo-- abraza a todos los hombres, en cualquier tiempo, de la historia, con la impronta de toda raza y bajo cualquier cielo de la tierra.