XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 16. 13-20

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 22, 19-23
Salmo 137
Rm 11, 33-36
Mt 16. 13-20

1.- Dios se revela en la historia, en los acontecimientos que marca dirección a la historia, en la concepciones sobre el hombre y la sociedad que, en el transcurso del tiempo, van saltando a la palestra de la vida como guías del proyecto humano.
Para un creyente la afirmación de que Dios se revela en el acontecer profundo es un dato fundamental. Toda la revelación de Dios es una revelación histórica y ser creyente consiste en “interpretar” el designio de Dios sobre el mundo y las colectividades humanas en la sucesión de los fenómenos históricos.
Dios se expresa o se manifiesta en “los signos de los tiempos”. Dios habla, aparece y desafía a la querencia humana de absolutizar de una vez parta siempre los niveles ya logrados. Esta decidida y comprometida voluntad de los creyentes de “interpretar” el designio renovador de Dios en los “signos de los tiempos” está dando lugar hoy a las teologías sobre las más diversas realidades humanas: Teología del trabajo, teología de la cultura, teología de la violencia, teología del sexo, teología del amor...

2.- No se trata, sin embargo, de una moda de última hora. Una profunda conciencia del sentido teológico de la historia y de sus diferentes manifestaciones llevó al pensamiento cristiano a “interpretar” la escena del mundo, desde sus orígenes, como una revelación. La narración mítica del pecado original sirve de base a un dogma y los teólogos medievales, renovados en este punto por el concilio Vaticano II, llegan a hablar de la Iglesia como existente desde el justo Abel.
A la luz de la fe en Dios y en su Enviado, Jesucristo, la teología “interpreta” la realidad social para descubrir en ella, en su pecado y en su humanización, al Dios que “es el origen, guía y meta del universo”, como nos lo presenta hoy san Pablo en si carta a los cristianos de Roma, y rastrear el designio divino sobre cada momento histórico. No se pretende con esto, en modo alguno, negar la autonomía de lo temporal ni olvidar que los valores humanos tienen consistencia en sí mismos. Mucho menos aún se persigue encerrar al Absoluto de Dios en una interpretación relativista y fugaz. El objetivo es otro. se intenta rescatar la fe de una formulación meramente abstracta, teórica, ideológica y de evitar que la condición de creyente sea vista exclusiva o primordialmente como un hecho individualista.
La fe no es una mera doctrina teórica de la salvación. La explicitación dogmática es sólo uno de los momentos, necesario, es verdad, pero no exclusivo. La ortopraxis es esencial a la cristiana: La doctrina reclama para su credibilidad la verificación de la praxis, y ésta a su vez, es control y descubrimiento de la ortodoxia evangélica.
A todo esto apunta el texto paulino que la liturgia nos brinda hoy. Caminos irrastreables los de Dios. Insondables sus decisiones. Abismal su generosidad, su sabiduría, su conocimiento. Nadie ha conocido “la mente de Dios”. Nadie ha sido su consejero y nada tiene el hombre que de Él no lo haya recibido. Y, sin embargo, Dios “origen, meta y guía del universo”, se ha revelado y se revela en la historia para que los hombres interpreten los acontecimientos a partir del primero de ellos: El acontecimiento Cristo.

3.- Esta “interpretación” ha de ser crítica o, con expresión paulina, discernidora para asumir en la historia lo que en ella se produce de dinamismo, con miras a unos mayores niveles de dignidad humana, de libertad, de verdad, de justicia y de paz. El creyente ha de discernir en la historia de cada época por donde discurre y cómo se posibilita más la liberación de la colectividad humana.
La Palabra de Dios, la presencia permanente del Espíritu en el seno de la comunidad creyente y la autoridad jerárquica son “la llave del palacio de David” en expresión del profeta Isaías, o la llave del Reino de los cielos según el evangelio de san Mateo.
A quienes confiesan que Jesús es “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, se les procura la comprometida comprensión de por donde discurre el designio divino en los acontecimientos de la historia. De aquí la voluntad transformadora de la realidad social que incumbe a todo creyente.