XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 20, 1-16

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Is 55, 6-9
Salmo 144
Flp 1, 20c-24.27a
Mt 20, 1-16


1.
Todo cuidado es poco a la hora de leer el texto evangélico de los jornaleros llamados a trabajar en la vendimia en distintas horas y que, al término de la jornada, perciben igual salario. Ante la conciencia contemporánea que busca ansiosamente comportamientos justos, el del dueño de la viña aparece como arbitrario. Surge espontáneamente, calificar de “injusticia” esta igual retribución salarial cuando las horas de la faena han sido tan diferentes entre unos y otros vendimiadores. Y quienes por un elemental respeto a la palabra de Dios no se atreven a formular tan duro calificativo optan una vez más por renunciar a la comprensión del mensaje.

2. - Para una correcta comprensión de éste habrá que leer con atención el texto del profeta Isaías, primera de las lecturas de este domingo. Los pasajes del profeta y del evangelista se complementan. Afirman bajo tonalidades diversas que Dios es Dios de Salvación, que Dios solicita de continuo al hombre en orden a realizar en beneficio del mundo sus propósitos de salud, que la historia de la salvación del mundo se desarrolla con unos ritmos y unas cadencias cuya clave de interpretación se nos escapa. “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Como el cielo es más alto que la tierra mis caminos son más altos que los vuestros; mis planes, que vuestros planes”.
Pero, si el creyente no puede ambicionar entrar en posesión de esa clave, algo sí tiene muy cierto: Que el Dios de la salvación siempre y permanentemente está solicitando al hombre para obrar en él sus designios salvíficos. Bajo la parábola de una convocatoria a distintas horas del día, se nos dice que toda hora es hora de salud para el hombre y que la salvación será a la postre “salario” de cuantos hayan acogido la invitación del Dios salvador.

3.- En una perspectiva más histórica, la parábola plantea el tema de que en la nueva alianza ya no hay lugar a la existencia de un pueblo elegido. Jesús enseña en esta parábola que el proyecto salvífico de Dios prescinde de la antigua economía de un pueblo preferido sobre todos los demás. Parábola de lo que es el Reino de Dios, la afirmación central de la misma es que todos los hombres, no obstante sus diferencias, son igualmente llamados al final de los tiempos a la salud eterna. Es éste, sin duda, uno de los temas capitales del mensaje cristiano y una de las razones más básicas de la tensión´ que Cristo suscitó en su proclamación.
El ofrecimiento de salvación recupera su libertad ante la conciencia de los creyentes. La salvación no está exclusivamente vinculada ni a la elección de un pueblo ni a la mediación de una Iglesia y la pertenencia a aquél o a éste no es título alguno para reclamar privilegios y tratos de favor en orden a la salvación. Lo importante es aceptar la invitación´ en la hora y según las condiciones reales en que la misma llaga a cada hombre.

4. La pertenencia a la Iglesia de Jesús, si no es un título de superioridad sobre quienes no comparten el mensaje, si es razón de exigencia a “llevar una vida digna del Evangelio”.
Las medidas de la respuesta humana al ofrecimiento salvador de Dios varían de hombre a hombre según las propias condiciones y circunstancias en que se reciba el ofrecimiento y se formule la respuesta; para el cristiano la medida está en vivir de modo coherente con el Evangelio. Y esto, además, no sólo como exigencia para la salvación, sino como aportación evangelizadora de cara al mundo.
Pablo, en su carta a los cristianos de Filipo, lo subraya con el testimonio de sus personales sentimientos. Desea entrar de lleno en la salvación que espera; pero desea al mismo tiempo, ser útil al mundo. Esta es la actitud correcta del verdadero creyente: mientras esperamos la salvación trabajamos por compartir la esperanza de salvación con todos los demás hombres, invitados como están también ellos a la herencia del reino.