XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 21, 33-43

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Is 5. 1-7
Salmo 79
Flp 4,6-9
Mt 21, 33-43


1.
Cada etapa histórica de la humanidad tiene una configuración diversa y, por tanto, una responsabilidad distinta. No podríamos exigir al hombre medieval lo mismo que hoy planteamos como exigencia obvia a un contemporáneo. El cambio de sensibilidad --lo que los filósofos de la historia llaman “subida de conciencia”-- obliga a la humanidad actual a no contentarse con respuestas morales que quizá hasta ayer eran válidas, pero hoy empiezan a no serlo.
Pero lo que si queda claro es que en toda época y en toda cultura los hombres somos responsables de nuestros propios hechos y que alguien nos exige ahora y nos exigirá después una cuenta exacta de cada uno de nuestros actos, sin que podamos refugiarnos, como atenuante en la atmósfera colectiva o en las presiones de la sociedad en que vivimos.

2.-
Todo esto nos lo planteamos al volver a releer y meditar la parábola del dueño de la viña y de los labradores homicidas. Me impresiona el primer párrafo: El propietario hizo de su viña lo que hoy definiríamos una “explotación modelo”.La plantó con gran amor y esfuerzo. La arrendó --y subrayo, no la vendió-- a unos labradores y se fue. Insisto: Dejó hacer.
Lo que el dueño de la viña hace con ella, el profeta Isaías lo expresa con bellas palabras poéticas: ”La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar”. Una bella descripción de toda la dedicación y afecto del dueño de la viña para su plantación. Todo está preparado para que de buen fruto.
En menos palabras no puede parabolizarse con mayor rigor nuestra situación histórica: el hombre recibe “en alquiler”, no en propiedad, la creación. Dios “se ausenta”, es decir, respeta los márgenes de nuestra libertad, de nuestra iniciativa, de nuestra autonomía. Este es el momento peligroso. Viene la locura de la posesión, la falsa idea de que nadie jamás nos pedirá cuentas porque el dueño está lejos y quizá no vuelva nunca. Es el espejismo que ciertas cosas provocan en la conciencia: el dinero, el poder, el prestigio, el orgullo. Dios, el dueño de la viña “está de viaje”, lo hemos marginado para siempre de nuestro quehacer.

3.-
Pero el dueño anuncia su regreso y la hora de rendir cuentas. Hay también una pedagogía sabia en su anuncio gradual: llegan los criados por dos veces. Después, el Hijo; al final, en la hora de la obcecación final, llegará Él. Emborrachados por la violencia, por el desenfrenos del poseer, por la fuerza, los arrendatarios olvidan todo, hasta su propia condición. Y corre la sangre. Una sangre que se volverá contra los homicidas irremisiblemente.

4.-
Somos administradores de la viña de Dios. Él la plantó con gran amor y esfuerzo. Hemos dicho que cada época tiene su propia responsabilidad. Y repito que cada época recibe también, de forma diversa, los anuncio de la vuelta del Dueño de la viña. Hay que estar atentos. No estamos aquí para explotar la viña en beneficio nuestro. Sólo somos arrendadores. Y un día --quizá-- no lejano se nos pedirán cuentas. Dios nos llama a trabajar, a ser servidores de nuestros hermanos, a ser buenos administradores. Él espera de nosotros, de nuestro trabajo “derecho” y “justicia”, ante tantos y tantos “asesinatos” y “lamentos”.