XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 25, 1-13

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Sab 6, 13-17
Salmo 62Ts 4,12-17
Mt 25, 1-13


1. Existe en toda la Iglesia como un renuevo de optimismo o, mejor, como una colectiva voluntad de renovar el impulso de la fe cristiana. El complejo de inferioridad de muchos cristianos comienza a verse superado. Este dato, todavía muy inicial y falto de sólidas raíces, ha estado motivado, sin duda, por la gran personalidad que tuvo Juan Pablo II, el Grande. Por otra parte, el papa Benedicto XVI, a través de su intensa catequesis en todos los ámbitos de la Iglesia ha sabido, en el orden intelectual y cordial, acercarse a las corrientes de pensamiento del mundo moderno y a los dolores y gozos del hombre de hoy. El magisterio de nuestro Padre y Pastor quiere que la Iglesia sea la “buena samaritana” para el mundo de hoy.

2. ¿Qué hay detrás de todo esto? Hay, en primer lugar, una clara asunción de las actitudes afirmadas en el texto evangélico de san Mateo, tercera de las lecturas bíblicas de este domingo. Se trata de una de las actitudes de alerta vigilante, de disponibilidad en todo momento, de renovación frente a las tentadoras rutinas. Son numerosos los creyentes que aparecen y se sienten como cansados de serlo. Y no es fácil para nadie, o al menos para los más, la inspiración cotidiana de la vida en el Evangelio. No es fácil navegar contra la corriente de los criterios dominantes en la sociedad de hoy, tantas veces antípodas a los de la Palabra. Y menos fácil es aún el mantenerse en la brecha, día tras día, cuando la eficacia del Evangelio para la renovación del mundo aparece como humillada y débil ante el ímpetu victorioso de sistemas políticos, sociales o económicos´, propios de nuestro tiempo. ¿Vírgenes necias, adormiladas y sin recursos de aceite hasta la llegada del esposo? ¿Vírgenes prudentes, que sienten en sus párpados la fatiga, el cansancio, pero que saben echar manos de los recursos requeridos para despabilar las lámparas de su fe, de su esperanza, de su caridad? Toca a cada uno de los creyentes el alinearse con una u otra de las categorías expuestas por la parábola del Señor.

3.- Frente a la tentación de la rutina y del desánimo, del cansancio y de la dimisión, el creyente ha de recurrir con constancia a la oración, a la meditación de la Palabra de vida, al intercambio de criterios y de experiencias con los demás miembros de la comunidad, a la frecuencia de los sacramentos. Todo esto puede sonar a muy “retro” o a muy poco intelectual; pero ¿es posible seguir siendo cristianos sin el recurso a estas providencias? El salmo 62, que la liturgia dominical pone a nuestra consideración, tiene que servirnos hoy como de horizonte para nuestras vidas. “Mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua” ¿De verdad que es esta nuestra experiencia?