Solemnidad de Cristo Rey del Universo

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 15, 31-46

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

Ez 34, 11-12. 15-17
Salmo 22
1Co 15, 20-26.28
Mt 15, 31-46


1. Los textos bíblicos de la solemnidad de Cristo Rey, que la liturgia católica celebra hoy, son un revulsivo inquietante. ¿Allá es nada redefinir la realeza desde el pastoreo y subrayar que la autoridad, entendida desde la fe cristiana, ha de traducirse en reunir en un rebaño a las ovejas dispersas, en librar a la grey de todas las oscuridades, en vendar las heridas de las que estén enfermas, en proteger y cuidar a todas las que han sido confiadas a su solicitud!
El profeta Ezequiel define con estos rasgos la acción de Dios cara al hombre, a todo hombre; y, al precisar con estas luces lo que es la soberanía de Dios sobre el mundo, apunta a cómo ha de ser el ejercicio de la autoridad si de verdad quiere inspirarse en el designio de Dios. ¡Qué lejos quedan los sones triunfalistas con que, a veces, la comunidad cristiana ha celebrado la realeza de Cristo!
En lugar de aprender desde la actuación de Dios para con el hombre el estilo que ha de tener todo ejercicio de autoridad entre los hombres, no en pocas ocasiones los creyentes hemos entendido la autoridad divina desde los conceptos que definen habitualmente a las autoridades terrenas. Se trata de una inversión alucinante que deja sin razón de ser el Evangelio o, lo que es peor, que manipula la buena nueva para canonizar determinados comportamientos carnales.
Para el creyente, la autoridad se especifica por el servicio, por la permanente, persecución de lograr la paz ciudadana a través de la justicia social, por la particular dedicación a los marginados y humillados, por la clarificación de las situaciones que a todos interesan, por hacer que todos compartan las decisiones a las que todos deberán responder... Así, al menos, se caracteriza el pastor-autoridad en la profecía de Ezequiel.

2.- El evangelio de san Mateo abundo en estos mismos criterios al subrayar cómo la participación en los destinos de la sociedad es lo que constituye al hombre ante los ojos de Dios. La fe no es para la complacencia personal, sino para la responsabilización social. Creyente no es el que se afirma tal, sino el que comparte el pan y el vestido con los que de pan y vestido carecen. La salvación no se concede al que dice desearla, sino al que actúa justa y fraternalmente con los hombres que un día compartirán el comunitarismo de la salud de Dios. El seguidor de Jesús no se perfila desde su exaltación religiosa, sino desde su actuación misericordiosa.
Para el evangelio de san Mateo es clara la existencia de “creyentes ateos” y de ”ateos creyentes”, como lo es también que la piedra de toque de la autenticidad de la ortodoxia está definida por la verificación de la ortopraxis. No el que dice, sino el que hace según el designio de Dios, ese es el verdadero creyente que madura para la hora de la salvación. Cristo es Rey porque salvará al hombre que, desde la fe y sin saber que tiene fe, ha actuado en la vida de acuerdo con el Evangelio.

3.- Hay aquí un desafío para el creyente. Y más cuando se le implica en un largo proceso histórico. San Pablo, en su carta a los cristianos de Corinto, subraya como la realización del proyecto cristiano no es obra de la mañana a la noche, sino de una permanente e incansable actuación con miras a un futuro mejor, cuyo advenimiento se ignora. La plenitud del Reino se alcanzará en la plenitud de los tiempos. Mientras tanto, al hombre le corresponde actuar sin desmayos, consciente de su aportación al designio divino, pero sin exigir que la transformación del mundo se logre en un abrir y cerrar de ojos.