Dedicación a la Basílica de San Juan de Letrán
Jn 2, 13-22
Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada
Ez 47, 1-2.8-9.12
Salmo 48
1Co 3, 9c-11.16-17
Jn 2, 13-22
1. Celebramos fiesta es de la dedicación de la Basílica de san Juan
Letrán de Roma. Este templo, la catedral del Papa como obispo de Roma, es el
primer gran templo cristiano construido en Roma después de las persecuciones, en
el siglo IV.
La Basílica de san Juan de Letrán es símbolo de la unidad de todas las
comunidades cristianas con Roma: Por eso celebramos en todo el mundo la fiesta
de la que se llama “la madre de todas las iglesias”. La comunión con la Iglesia
de Roma nos recuerda que todos estamos construidos sobre el mismo cimiento de
Jesucristo.
El creyente no mira un edificio religioso sólo para contemplar, como un turista,
su belleza artística, sino que lo contempla desde una mirada de fe. El templo de
Jerusalén era un lugar central de la fe judía y remitía a la presencia de Dios,
a su salvación y a la alianza con el pueblo, que en él le daba culto. Jesús
habla del templo como “la casa de mi Padre” y de un nuevo templo para el
encuentro con Dios y para el culto auténtico. San Pablo dice que ese nuevo
templo somos todos en quienes habita el Espíritu. El mismo Espíritu que nos
congrega en el templo para la celebración dominical nos impulsa como un fuerte
torrente que lleva vida y todo lo sana, lo renueva y hace que fructifique.
2. A menudo decimos que un lugar lo hacen las personas que lo habitan. Los
mejores paraísos soñados pierden su encanto si no podemos disfrutarlos en
amistad con otros. Y lugares de pobres medios pueden estar llenos del calor de
la ternura y la compañía. Al fin y al cabo, la casa la forman quienes en ella
viven.
En la expulsión de los vendedores, Jesús parece reclamar la dignidad y el valor
del templo, al que denomina “la casa de mi Padre”. La importancia y el valor del
templo también vienen de Aquel que lo habita y su belleza se refleja en las
actitudes del corazón de sus fieles. El valor del templo está en que impulse la
auténtica relación con Dios y el verdadero culto, y junto a ello la auténtica
relación con los otros en fraternidad y servicio. Jesús inaugura e impulsa una
nueva relación con Dios más auténtica, fraterna y “espiritual”, que transforma a
las personas y los sistemas, hasta el punto de convertirse Él mismo en el nuevo
Templo de Dios.
En pueblos y ciudades, los templos son un símbolo comunitario que hacen visible,
ante todo, una comunidad de creyentes. El templo da visibilidad a la comunidad
cristiana y es signo que remite al encuentro de Dios con su pueblo. Cuando lo
religioso tiende a privatizarse y cuando se ponen de moda los altares privados
en la propia casa, no está de más recordar que en la tradición cristiana vamos
al templo para expresar visiblemente e intentar vivir realmente que nuestra fe
nos vincula en fraternidad y solidaridad con los demás.
3. Por eso, el templo es punto de encuentro con la comunidad y con el Dios de
Jesús que nos congrega y envía, y un lugar abierto sin exclusivismos ni
manipulaciones. Ante todo, el templo debería ser “casa”: Hogar, lugar abierto y
acogedor, en donde siempre nos están esperando y podemos ser nosotros mismos.
Como la casa familiar, el templo debería ser, por supuesto, lugar de
responsabilidades compartidas y tareas repartidas, pero también lugar de
descanso y comodidad, de relajación y recuperación.
En el templo todos nos hacemos “uno”: Es símbolo de unidad y universalidad. La
fiesta de la dedicación de la Basílica de Letrán nos recuerda la comunión de las
Iglesias con la primera Iglesia de Roma en la unidad de la fe común en
Jesús-templo, lugar del encuentro con Dios.
La comunión con la Catedral del Papa expresa la unidad de las iglesias, que
forman un edificio sobre el único cimiento que es Jesucristo. Especialmente nos
hacemos “uno” en la celebración dominical de la Eucaristía, cuando nuestro
templo realiza aquello que significa: La comunidad de fe y amor al encuentro del
Dios de la Vida.
4. Donde hay Espíritu, allí hay un templo. Lo insinúa la lectura de San Pablo:
“¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros?”. No olvidemos que Jesús valora el templo -- “la casa de mi Padre”--,
es decir, el lugar del encuentro con Dios. Pero Jesús anuncia un templo nuevo,
un nuevo lugar para el encuentro con Dios: “él hablaba del templo de su cuerpo”.
Pablo lo explica a los Corintios con la imagen de los cimientos y el edificio.
El cimiento es Jesucristo; el edificio, los cristianos; el ensamblaje que nos
une, el Espíritu.
Cada uno es un templo porque el Espíritu de Dios habita en él. Esto nos habla de
la altísima dignidad e inviolabilidad de cada ser humano, de cada vida. Y
también de las enormes posibilidades de recuperación y renovación en la vida:
“quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente”.
Porque el Espíritu nos habita, toda experiencia, por negativa que sea, se puede
corregir con otra mejor. La experiencia del Espíritu es siempre una experiencia
de “renacimiento” que hace posible esa asombrosa e increíble capacidad de
renacer que tiene el ser humano.