Viernes Santo, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Is 52, 13 - 53, 12; segunda: Heb 4, 14-16 Evangelio: Jn 18, 1 - 19, 42

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

Solidaridad en el dolor. La figura del Siervo de Yahvéh carga sobre sí no sus propios dolores, sino que "llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos" (primera lectura). En la pasión de Jesucristo según san Juan el evangelista subraya el amor solidario de Jesús para con los hombres: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, llevó su amor hasta el fin". La segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos, Jesucristo es visto como sumo sacerdote que puede compadecerse de nuestras flaquezas, porque las ha experimentado todas, excepto el pecado.


MENSAJE DOCTRINAL

El sufrimiento vicario. Es difícil para el hombre entender este concepto. En nuestra experiencia sabemos que el dolor se vive en soledad. Incluso cuando alguien nos acompaña y nos consuela en el dolor, la soledad no nos abandona, forma parte integrante de nuestro dolor. A la vez la experiencia humana nos enseña que hay en el corazón humano, sobre todo en el corazón de las personas que se aman, un anhelo, tal vez indefinible pero realísimo, de ponerse en el lugar del amado que sufre. Por ejemplo, una madre, un padre en lugar de su hijo moribundo. Esta experiencia humana contrastante y complementaria nos prepara en cierta manera para la comprensión del sufrimiento vicario de Cristo a lo largo de su vida, pero de una manera explosiva en la pasión y en la muerte de cruz. En Getsemaní, en el camino hacia el Calvario y en la cumbre del Gólgota, Jesús sufre haciendo suyos nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestra agonía y nuestra muerte. Sufre asumiendo nuestros pecados, todos y de todos sin excepción, pecados que son la causa originaria y radical de todo el humano sufrir. Es posible afirmar que la pasión de Cristo es nuestra pasión hecha suya. La angustia de Getsemaní más que de Jesús es nuestra, y él se la apropia. Los espasmos sobre la cruz en las horas de la agonía son nuestros, y él los soporta por nosotros. Lo que en la figura del Siervo de Yahvéh es un simbolo del pueblo judío (primera lectura), se hace cruda realidad en la carne y en el alma de Jesucristo. El cristiano, por tanto, ha perdido el derecho de vivir en soledad el propio sufrimiento. Cristo, varón de dolores, lo ha vivido primero por él y ahora lo revive con él.

¿Quién sufre en Jesús de Nazaret? Sufre, ante todo, el hombre Jesús. Es su carne la que suda sangre en Getsemaní, es su sangre la que se desliza por su cuerpo a causa de los latigazos y de los clavos, es su sensibilidad la que se ve sacudida al ser coronado de espinas, es su honor el que sufre al ser abofeteado, es su sentido de la dignidad humana el que se ve profundamente afectado cuando en su agonía es objeto de burla y de escarnio. Sufre también el sumo sacerdote Jesús. El sumo sacerdote de la antigua alianza ponía los pecados del pueblo sobre un macho cabrío, el día de la expiación. Cristo, sacerdote sumo de la nueva alianza, los pone sobre sí, los lleva consigo a la cruz, los lava con su sangre, los destruye con el fuego de su amor misericordioso (segunda lectura). Igualmente sufre Jesús en cuanto Siervo de Yahvéh, que representa al nuevo pueblo de Israel, a la Iglesia de Cristo. Todos los pecados de los cristianos están presentes en la pasión de Cristo. Y todos ellos quedan originariamente perdonados por los méritos del Crucificado. Sufre, finalmente, Jesús, el Hijo del Dios vivo. De aquí, y sólo de aquí, proviene la posibilidad y la eficacia de su sufrimiento vicario, el valor universal y salvífico de todo su sufrimiento. Hermano nuestro, en la naturaleza humana, conoce nuestras flaquezas y puede compadecerse de nosotros. Hijo de Dios, en su persona y naturaleza divinas, está capacitado para que su vida, y, sobre todo su dolor, tengan un poder sobrehumano, infinito y absolutamente eficaz por su origen, universal por su destino.


SUGERE
NCIAS PASTORALES

Gracias, Varón de dolores. Es justo, y honra a todo cristiano, –e incluso a todo hombre– el dar gracias, este Viernes santo, al Crucificado, al Hijo de Dios, que se ha hecho esclavo, no-hombre para que el hombre no se olvide de estar llamado a ser plenamente hombre. Gracias, oh Crucificado, porque has querido sufrir por nosotros hasta no parecer hombre y no tener aspecto humano; gracias, porque elegiste ser abrumado de dolores y familiarizado con el sufrimiento para que sintiéramos tu presencia en los nuestros; gracias, oh Jesús, trono de misericordia y de perdón, porque quisiste sufrir por nuestro bien y curarnos con tus llagas. Gracias, oh Redentor, porque te entregaste a la muerte y compartiste la suerte de los pecadores. Gracias porque sufriste el arresto de los hombres, para acompañar a todos los arrestados de la historia, de nuestro tiempo, a veces, al igual que tú, sin culpa alguna. Gracias, hermano del hombre, porque con tu mirada lavaste la negación de Pedro y la de todos los que hoy continuamos sin razón alguna renegando de ti. Gracias, oh Verdad sublime, porque en los supremos momentos, como a lo largo de la vida, pusiste la verdad por encima incluso de la vida, como lo han hecho, siguiendo tus pasos, tantos mártires del pasado y de nuestros días. Gracias. Gracias, oh el más digno de entre los hombres, porque aceptaste la ignominia de ser pospuesto a un criminal, como lo era Barrabás, Tú, el Inocente. Gracias, oh el hombre más libre de la historia, porque no desdeñaste la muerte del esclavo y convertiste el signo del oprobio en signo victorioso de gloria. Gracias, oh Crucificado, porque con tu cruz has redimido al mundo.

El arte de sufrir. Sufrir es connatural a la condición humana, pero el arte de sufrir se aprende, requiere de una lenta y constante educación. El Viernes santo es para los cristianos, y para todo ser humano, una escuela excelsa del dolor. El Viernes santo aprendemos a sufrir en silencio, con Jesús, como Jesús. El Viernes santo Jesucristo nos da la gran lección de aceptar el sufrimiento y la cruz, aunque no se sea culpable, en virtud de un motivo superior que es el amor a Dios y a los hermanos. El Viernes santo se nos enseña –¡qué gran lección!– a perdonar al que nos ha hecho mal, a orar por el que se burla de nosotros y es causa de nuestro dolor. En la escuela del Viernes santo aprendemos a sufrir con paciencia y con amor, aceptando los acontecimientos y las circunstancias, tal como Dios los ha querido o los ha permitido para nuestro bien. El viacrucis del Viernes santo se nos presenta como el viacrucis de la vida humana: en él se van entremezclando amor y odio, golpes y consuelos, esbirros y verónicas, sumos sacerdotes y cireneos, ultrajes y lágrimas, ladrón que blasfema y ladrón que se arrepiente, la madre que le acompaña en su dolor y los discípulos que lo dejan en su soledad, quienes se reparten sus vestidos y quienes compran lienzos y aromas para su sepultura. Cristo acepta todo ello. Sufre, porque es mucho el peso físico y moral cargado sobre su pobre cuerpo maltrecho. Sufre, porque hace sufrir a sus seres queridos, a tantas personas que le aman de veras. Sufre, para que nosotros sepamos sufrir con él y como él..