III Domingo de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Is 35, 1-6a.10; segunda: Santiago 5,7-10 Evangelio: Mt. 11, 2-11

NEXO entre las LECTURAS

En marcha hacia la venida de Cristo, la liturgia nos sitúa hoy a los cristianos entre la espera y la esperanza. Juan Bautista era consciente de su misión de precursor, y vivía en la esperanza del Mesías, cuyo camino él preparaba; pero la esperanza no le daba certeza. Por eso, envió a Jesús una embajada: "¿Eres tú el que tenía que venir, o hemos de esperar a otro?" (Evangelio). Jesús satisface la pregunta del Bautista citando parte de uno de los poemas más bellos de la esperanza mesiánica: "Los ciegos ven, los cojos andan,... y a los pobres se les anuncia la buena noticia" (Primera lectura y Evangelio). Santiago, en la segunda lectura, nos exhorta a la espera paciente de la venida del Señor, al igual que el labrador espera las lluvias que harán fructificar la siembra. En Judea esas lluvias son tempraneras (inicio del otoño) y tardías (inicio de la primavera).

MENSAJE DOCTRINAL

Para los cristianos la venida del Mesías ha dejado de ser espera para llegar a ser siempre esperanza. Porque el verdadero Mesías es Jesucristo, y él cumplió las expectativas de los hombres con su venida histórica, hace dos mil años. En la mente y en el corazón de los cristianos no puede haber espera alguna de otros mesías, por más que de vez en cuando puedan oírse voces que cantan su presencia y que pueden resultar atractivas: Son falsos mesías, inventados por los hombres en busca de intereses o de satisfacciones inconfesadas.

Los cristianos no vivimos de espera, pero sí de esperanza. Porque Jesús es un maravilloso misterio de presencia y ausencia, de humanidad y divinidad, de posesión y de anhelante deseo. Por eso, la navidad recuerda y actualiza el cumplimiento de la espera, pero a la vez nos remite a otra venida, oculta e imprevista, que no puede ser sino objeto de esperanza creyente y amorosa; una esperanza que hunde sus raíces, no en el ensueño, sino en la experiencia viva de un anhelo ya inicialmente y en parte satisfecho.

Los cristianos ponemos nuestra esperanza en la transformación de la naturaleza, pero sobre todo de la humanidad y de la historia. Creemos en unos cielos nuevos y en una tierra nueva donde reina la justicia. Isaías en la primera parte de su poema escribirá: "Se alegrará el desierto y el yermo; la estepa se regocijará y florecerá". Pero Jesús en el Evangelio no cita este texto, sino lo que viene a continuación: "Se despegarán los ojos de los cielos, los oídos de los sordos se abrirán...". Esperamos sobre todo en la nueva humanidad inaugurada en la persona de Jesús Mesías, y continuada en quienes siguen sus pasos. Quizá por eso al final de la cita de Isaías, Jesús añade: "Y dichoso el que no encuentre en mí motivo de tropiezo!". Se refería proablemente a Juan Bautista y a sus discípulos que tenían una concepción diversa del Mesías; y se refiere a nosotros que hallamos tanta dificultad en asimilar la mentalidad y el modo de vida del Mesías, nacido en una cueva, entregado a servir a los hombres. 

SUGERENCIAS PASTORALES

En nuestro medio ambiente tal vez nos enfrentamos con dos problemas pastorales ante la figura de Jesús, el Mesías esperado de las naciones. 1) La oferta de otros mesianismos en concurrencia con el de Jesús, sean mesianismos religiosos o materialistas y ateos, como el marxismo: un fraude mesiánico frustrante y engañador. 2) La presencia de otros mesías, si no en concurrencia, en existencia paralela entre las culturas y religiones no cristianas. La liturgia de hoy nos propone una respuesta a estos problemas, no ciertamente recetas mágicas o fórmulas que se disparan como flechas contra el adversario. Más bien, nuestra tarea como sacerdotes es presentar claramente y en forma completa la fe de la Iglesia, defender esa fe eclesial en el alma de nuestros fieles, delinear las actitudes que nuestra fe lleva consigo en el trato con otros modos de pensar y otras creencias: "Detestar el error, pero amar al que yerra". 

La transformación del mundo ya ha comenzado. La nueva naturaleza y la nueva humanidad ya están presentes en la historia y en medio de nosotros, gracias a la obra recreadora y redentora de Jesucristo. Si los cristianos, vivimos coherentemente, somos ya creaturas nuevas: capaces de ver, de escuchar, de caminar; hemos sido limpiados, hemos resucitado a una vida nueva. ¡Magnífica ocasión para hacer un llamado a la coherencia cristiana!

A veces los cristianos se quejan de lo mal que va el mundo y no piensan que los cristianos somos por vocación y destino levadura en la masa, sal de la tierra, luz del mundo. Si el mundo va mal se debe a que no todos los cristianos somos luz, levadura y sal en nuestra vida y a nuestro alrededor. Tenemos una tarea que realizar para mantener en equilibrio el ecosistema religioso y ético de la humanidad y, de paso, también el ecosistema de nuestro planeta. Será una gran pena, si, llegada la Navidad, levantamos acta de su venida en un ambiente de alegría y nostalgia, pero no aumenta nuestra luz evangélica, no somos levadura más eficaz, ni somos sal para conservar la bondad, la verdad y la belleza entre los hombres.