Santa María, Madre de Dios

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Num 6,22-27; segunda: Gál 4,4-7 Evangelio: Lc 2, 16-21

NEXO entre las LECTURAS

Una vena subterránea une las lecturas: el señorío de Dios, que adquiere su forma más perfecta en la plenitud de los tiempos, cuando Dios, por medio de la encarnación de su Hijo, hace partícipe al hombre de su señorío adoptándolo como hijo. En la primera lectura por tres veces se repite la palabra Señor: "El Señor te bendiga...el Señor haga brillar tu rostro sobre ti...el Señor te muestre su rostro". En el versículo anterior al texto evangélico de la liturgia se dicen los pastores unos a otros: "Vamos a Belén a ver eso que...el Señor nos ha anunciado" y en el v.20 comenta san Lucas: "Los pastores se volvieron alabando a Dios porque todo lo que habían visto y oído correspondía a cuanto les habían dicho". Finalmente, en la carta a los gálatas no aparece la palabra Señor, pero sí el concepto: El Hijo de Dios, por la encarnación, se hizo esclavo de la ley para que nosotros, sujetos a esa ley, fuéramos liberados. En el bautismo, el Espíritu Santo es enviado a nuestros corazones para convertirnos de esclavos en hijos. En cuanto hijos, participamos del señorío de nuestro Padre Dios sobre la ley. 

MENSAJE DOCTRINAL

Comenzamos un nuevo año. Es hermoso comenzarlo confesando el señorío de Dios. La primera lectura recoge una fórmula de bendición, con que solía terminar el culto en el templo, después de haber alabado al Señor por las maravillas obradas con su pueblo. Una bendición que une pasado y futuro: El Señor que ha hecho tantas maravillas en la historia de Israel, seguirá haciéndolas en la historia actual, en tu vida. Te protegerá, te concederá su favor, te dará la paz. Dios, por tanto, es Señor del pasado, pero su señorío se prolonga también al futuro. En contraste con este señorío divino parece estar el relato de san Lucas. El ángel anuncia a los pastores: "Os ha nacido un Salvdor, que es el Mesías, el Señor". ¿Y qué ven los ojos de los pastores? Un niño acostado en un pesebre. Y, ¿qué pasa con este niño a los ocho días? Es circunci-dado. Nada manifiesta ese señorío, más bien todo parece poner en evidencia su sometimiento a la ley de un pueblo al que pertenece, y a las leyes fundamentales de la existencia humana (cf segunda lectura).

La verdad es que el Hijo de Dios, haciéndose niño en el seno de María y naciendo en Belén de Judá, conserva su prerrogativa de Señor del tiempo y de la historia, pero "se vacía" de ella para hacerse siervo de la ley y, desde dentro mismo, liberar de la ley a quien era su esclavo: el hombre (La ley representa todo el sistema religioso-social de los pueblos antes de Cristo, no sólo del pueblo judío). La obra de Cristo, que libra al hombre de la escla-vitud de la ley, es toda su vida, pero principalmente el misterio pascual, preanunciado en la sangre derramada por Jesús en la circuncisión. El Espíritu Santo es quien suscita en nosotros, por el bautismo, la conciencia de nuestra liberación y consiguientemente de nuestra condición de herederos y señores de que gozamos por gracia de Dios y méritos de Cristo (segunda lectura). Con toda razón, Jesucristo es constituido Señor por su resurrección, al revelar plenamente el señorío que poseía desde su nacimiento, pero que estaba escondido. Más aún, no sólo Él es Señor, sino que da a los hombres la capacidad de llegar a ser señores de la ley, de sí mismos, de las vicisitudes de la historia. 

SUGERENCIAS PASTORALES

No basta una visión humanista de Jesucristo. En nuestro mundo, quizá nosotros mismos pongamos el acento, al contemplar a Jesús, en su humanidad, en los rasgos que lo hacen uno igual a nosotros, más nuestro: un niño necesitado de todo como cualquier niño del mundo, un niño perteneciente a una familia pobre como tantos millones de niños, nacido fuera de su pueblo y de su hogar como tantos niños de refugiados políticos o de emigrantes...Todo esto es necesario, pero unilateral, si no se añade la otra dimensión: su señorío sobre los hombres, su condición de Hijo de Dios. El cristiano vive su fe en el señorío de Jesucristo, no elucubrando grandes ideas sobre tal señorío, sino viendo cómo proclamarle Señor en el curso de cada día:

1. Cristo es el Señor del tiempo. El me lo da, él me lo puede quitar. Se puede hacer reflexionar aquí sobre el domingo, consagrado al Señor para darle culto, descansar sanamente, convivir con la familia, hacer obras de caridad.

2. Cristo es el Señor de los grandes eventos que conmocionan al mundo, y de los pequeños acontecimientos de la vida de cada hombre. Cristo es el Señor de ese trabajo que acabas de encontrar, de la boda que celebraste hace dos meses, del hijo que te ha nacido, de la reunión familiar en el último día del año.

3. Cristo es el Señor de los hombres, y como Señor desea que los hombres lo reconozcan como tal, le obedezcan, cumplan sus mandamientos. No busca nada para sí, sólo el bien de los hombres a quienes, aunque es su Señor, trata como a amigos.

4. Cristo nos hace señores y quiere que nos comportemos siempre como señores. Señorío del hombre sobre sí mismo (sus instintos, sus pasiones desordenadas...); señorío sobre los bienes de este mundo, para usar de todo ello con alma, no de esclavo, sino de señor.

La Virgen María, de quien celebramos hoy su maternidad divina, es un icono sumamente, bello y cercano, del señorío de Dios sobre ella y del señorío de ella sobre sí misma y sobre las cosas. Ella hace memoria y medita las obras por las que Dios ha ido guiándola hasta este momento del nacimiento de Jesús, al igual que guió a su pueblo por los caminos de la historia. Ella, humilde y pobre, ejerce señorío sobre sí misma teniendo un corazón desprendido de riquezas y bienes temporales. Ella sabe que Dios mueve los hilos de la historia por medio de los hombres, y lo acepta y actúa en conformidad con el querer de Dios.