II Domingo despues de Navidad, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Sr 24,1-4.12-16; segunda: Ef 1,3-6.15-18 Evangelio: Jn. 1, 1-18

NEXO entre las LECTURAS

El tema dominante de estas lecturas puede expresarse con el término encarnación. El evangelio lo afirma claramente: "Y el Verbo se hizo carne y puso su tienda entre nosotros". Esta encarnación del Verbo está simbolizada y prefigurada en la Sabiduría, a quien el Creador dice: "Pon tu tienda en Jacob, y fija tu morada en Israel" (Sr 24,8). Esta Sabiduría ha echado raíces en el pueblo glorioso...(Primera lectura). La comunidad cristiana o Iglesia prolonga la encarnación del Verbo en el tiempo, gracias al beneplácito del Padre que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales...y nos ha adoptado por medio de Jesucristo como hijos suyos (segunda lectura). 

MENSAJE DOCTRINAL

Estamos ante el misterio más sublime del cris-tinaismo: Dios que se hace hombre, para que el hombre se haga Dios. Toda la historia de la salvación marchaba hacia este momento, históricamente puntual, teológicamente insondable: El fin de la historia se ha cumplido. El tiempo continúa después de Cristo hasta llegar a su plenitud, y nosotros como Iglesia estamos dentro de ese tiempo prolongando la encarnación del Verbo, pero la historia de la salvación se ha detenido en su máxima cumbre y ha logrado la plenitud de sentido. Después de Cristo, ya no se da novedad, sólo puesta al día, vuelta a los orígenes. La encarnación de Cristo ocupa el centro de la historia.

El Verbo encarnado existía antes del tiempo. El sirácida lo ve simbolizado en la sabiduría salida de la boca del Altísimo, que como neblina recubría la tierra actuando en la obra de la creación (primera lectura). San Juan se eleva hasta "el principio" y contempla la Palabra existiendo desde "el principio" junto a Dios y creando todas las cosas junto con el Padre (evangelio). En la concepción cristiana de la vida es fundamental la preexistencia de Cristo, en la que se basa su pro-existencia, es decir, su presencia en la historia para salvar al hombre.

La encarnación es el centro de la historia, pero el misterio de Cristo glorioso es su destino. San Pablo (segunda lectura) pide a Dios que nos conceda "un espíritu de sabiduría y una revelación que nos permita conocerlo plenamente...conocer cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados". El hombre necesita de la luz divina para conocer que el destino de la historia y su propio destino son inseparables del destino de Cristo, y encuentran en él su sentido y su realización suprema. 

SUGERENCIAS PASTORALES

La preexistencia del Verbo. Entre los fieles cristianos puede haber ideas equivocadas sobre la preexistencia: algunos piensan tal vez que se trata de un lenguaje mítico, que no se puede ser moderno, pensando con categorías precientíficas...; para otros resulta sin importancia la existencia de Jesucristo previa a la historia, consideran pérdida de tiempo pensar en esas cosas tan incomprensibles, están convencidos de que lo que cuenta es la salvación que él nos trae. No faltará quien crea y acepte esta verdad de nuestra fe, pero no la entienda correctamente o sienta la necesidad de una explicación sencilla de la misma. Para éstos y para todos los fieles es saludable explicar la preexistencia del Verbo encarnado. Sugiero para la explicación hablar de la vida y del amor de Dios, dos valores que en la experiencia humana no perecen, y que pueden facilitar el paso a la encarnación por obra de esa vida y amor divinos hacia el hombre. Puede ser útil añadir una valoración de la preexistencia, relacionándola con la encarnación y la redención. Porque realmente sin la preexistencia, Jesús habría sido, no el Hijo de Dios, sino un hombre nada más, un impostor, y la humanidad continuaría todavía bajo la ley del pecado. 

El sentido de la historia. El hombre vive la his-toria, es historia. Metido en ella, mira hacia el pasado y lo ve repleto de guerras, crímenes, odio,...Mira hacia el presente y parece advertir que la historia es el resultado de compromisos y arreglos ocultos de los poderosos, que está regida no por ideales sino por intereses de toda índole, que unos pocos (y no siempre los mejores) rigen los destinos de las naciones, que la historia de la cultura, de las ciencias marcha con frecuencia por derroteros distantes de la moral y de la religión. Todo esto puede llevar a dudar de que "Cristo es el centro y el Señor de la historia". Una catequesis sobre este señorío de Cristo ayudará a los fieles a confesar a Cristo como Señor de la historia. Para esta catequesis ofrezco algunas sugerencias:

1. La historia del bien, de su presencia y su fuerza en la historia está todavía por hacerse, y en su totalidad, es imposible hacerla, pero Dios sí la sabe y la tiene en cuenta. La historia del bien no está en los periódicos, pero existe. Los cristianos hemos de ser "especialistas" en narrar el bien.

2. Cristo es el Señor de la historia no significa que suprime al hombre la libertad. La grandeza de Cristo consiste en ser Señor de la historia respetando la libertad del hombre y por lo tanto la realidad misma del pecado.

3. La historia de la salvación -y Cristo como centro de la misma- no es visible ni evidente en su mayor parte, aunque sí lo suficiente para sostener nuestra fe y esperanza. Es como un iceberg, del que sólo se ve la punta.