III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Is 8,23b-9,3; segunda: 1 Cor 10-13.17; Evangelio: Mt 4, 12-23

NEXO entre las LECTURAS

La verdadera conversión amalgama este domingo los textos litúrgicos. Jesús inicia su predicación diciendo: "Convertíos..." (Evangelio). Los judíos deportados a Babilonia el 732 a.C. viven en tinieblas y en tierras de sombra, pero, arrepentidos y convertidos a Yavéh, verán brillar una gran luz (primera lectura). Cuando la conversión al Evangelio de Jesucristo no ha penetrado toda la persona, sino que es superficial, suceden las divisiones y discordias que se daban en la comunidad de Corinto. Es necesario profundizar el núcleo de la fe cristiana: La conversión al único Cristo, crucificado pr nosotros (segunda lectura).

MENSAJE DOCTRINAL

esús inicia su ministerio con una propuesta, que es en último análisis su programa evangelizador: "Convertíos porque está llegando el reino de los cielos". Cristo ha venido para predicar e instaurar el Reino de Dios entre los hombres, pero está superconvencido de que el reino inicia en el corazón del hombre cuando éste inicia su conversión. Y convertirse significa reconocer que se marcha por un camino equivocado, y luego dejar con decisión ese camino y tomar resueltamente el camino justo y acertado.

Todos los hombres, todos los pueblos están necesitados de conversión. En tiempos de Jesús era necesaria la conversión de Judea y Galilea, dentro del mundo judío, y la conversión igualmente del mundo pagano. Pero Jesús ha venido sobre todo a los más necesitados de los necesitados, a esos que viven sumidos en la oscuridad y no son capaces siquiera de ver los caminos que llevan a Dios, a la tierra de Zabulón y de Neftalí que, aun siendo parte de Israel, está y vive medio paganizada. Jesús se presenta a ellos con un mensaje de luz, que esclarezca sus profundas tinieblas y los mueva a la conversión.

Jesús sabe que ha de morir y volver al Padre. A la vez se sabe enviado a todos para invitarlos a la conversión. Como no lo podrá hacer personalmente, elige unos discípulos, unos seguidores suyos en la tarea de predicar la conversión por el mundo entero, con la fuerza del Espíritu Santo. Los Hechos de los Apóstoles pueden definirse como la realización, por parte de los discípulos de Jesús, de esta gran empresa de conversión y de fe en el mundo entonces conocido.

La conversión tiene un inicio, pero termina sólo con la vida. Convertirse es un proceso largo y continuo, que se va interiorizando y ahondando más y más con el paso del tiempo y la acción de la gracia divina, y que no está exento de peligros y posibles estancamientos. San Pablo lo ha experimentado muy vivamente ante los grupúsculos en que se dividió la comunidad de Corinto, a los pocos años de haberse convertido. Habían sido bautizados, pero no habían tal vez comprendido que sólo Cristo murió por ellos en una cruz, que sólo en nombre de Cristo habían recibido el bautismo. ¿O quizá las pasiones oscuras les hizo olvidar el recto camino cristiano? El cristiano, está claro, debe vivir diariamente en actitud de conversión. 

SUGERENCIAS PASTORALES

Invitar a los fieles a un examen de conciencia responsable sobre la verdadera conversión cristiana, que es el fundamento de todo otro paso en la vida de fe y de servicio al prójimo. Examinar hasta dónde están convertidos sus pensamientos y sus preocupaciones al Evangelio de Jesucristo; ver hasta qué punto sus decisiones y sus actitudes y actividades diarias son las propias de un cristiano auténtico, libre de espíritu ante las presiones del medio ambiente; reflexionar hasta dónde su corazón está centrado en el amor a Dios y al prójimo, y no en intereses egoístas o de parte, en malformaciones del amor genuinamente cristiano. Hoy Cristo invita a todos, niños, jóvenes y adultos, a cada uno según sus posibilidades y condiciones de vida, a esta reflexión atenta sobre sí mismos para, si es necesario y en la medida en que lo sea, cambiar de dirección, tomar el camino que conduce a la Vida.

"Conviértenos y nos convertiremos". La conversión es obra de gracia más que de músculos o de esfuerzo personal. Es Dios quien nos convierte, si nos dejamos convertir. Es Dios quien, cada día, nos ofrece la gracia de la conversión, para que nosotros la acojamos con fe, y la hagamos fructificar con nuestro trabajo diario. La conversión es ascesis, pero antes es mística, es decir, relación personal e íntima de amistad con Dios Padre, creador del cielo y de la tierra, con Jesucristo redentor del mundo, con el Espíritu Santo, Señor que da la vida nueva a quien le abre la mente y el corazón con amor, esperanza y fe. Nuestra colaboración con Dios en la obra de nuestra conversión es necesaria, y es también lenta con frecuencia, dolorosa a veces, pero no hemos de olvidar que es Dios quien nos convierte, que es Dios quien nos otorga la conversión en una experiencia viva de la gratuidad de su misericordia y de su amor infinitos.