Miércoles de Ceniza, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera lectura: Jo 2, 12-18; segunda: 2Cor 5,20-6,2 Evangelio: Mt 6,1-6.16-

NEXO entre las LECTURAS

Iniciamos la cuaresma, tiempo de penitencia y reconciliación. Las lecturas de este miércoles de ceniza insisten sobre todo en la interioridad, en el corazón arrepentido y reconciliado. En la liturgia penitencial de la primera lectura Dios, por medio del profeta Joel, nos dice: "Volved a mí de todo corazón...rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras". Jesús en el Evangelio nos invita a librarnos de toda exterioridad y a orar, ayunar y dar limosna "en secreto", es decir, en el interior del corazón. La reconciliación de la que nos habla san Pablo en la segunda lectura significa antes que nada creación hecha por otro, un rehacimiento del hombre en su interior.

MENSAJE DOCTRINAL

La grandeza o miseria del hombre se mide por la grandeza o miseria de su corazón. Es en el interior donde se fragua el hombre: sus buenos o malos pensamientos, sus decisiones rectas o malvadas, sus comportamientos justos o injustos, sus palabras verdaderas o engañosas. Jesucristo ha venido al mundo para cambiar al hombre por dentro, de modo que sus obras no sean sino la externación de su buen corazón.

Ante el comportamiento de sus contemporáneos, muy marcado por alardes de ostentación, Jesús asume una actitud en perfecta lógica con su conducta y con su enseñanza: Las obras que Jesús menciona son buenas y laudables, pero la ostentación es reprobable, porque no busca a Dios, sino la recompensa humana. "Dar limosna" es una acción benéfica, pero hacerlo para ser apreciado por los demás, para que se alabe nuestra 'generosidad', no es propiamente cristiano. "Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha", nos amonesta Jesucristo. Hagamos el bien por amor a Dios Padre, cuyo rostro vemos reflejado en el pobre y necesitado de nuestro dinero y de nuestro amor fraterno. "La oración" al igual que el "ayuno" son dos obras estupendas, cuando se hacen con rectitud de intención, sin querer llamar la atención, con el deseo de agradar a Dios Padre y de servir a nuestros hermanos. La verdadera conversión no consiste en ayunar, orar o dar limosna, sino en hacer esas obras con un corazón renovado, libre de egoísmo y de intereses personales.

            La actitud de Jesús se muestra en continuidad con el profetismo (Isaías, Jeremías, Ezequiel...), particularmente con el texto del profeta Joel, reportado por la primera lectura: los penitentes de aquellos tiempos se rasgaban las vestiduras para mostrar su dolor y arrepentimiento. Joel les dice que mucho más importante es rasgar el corazón, dolerse en el alma por los propios pecados. Por su parte, la Iglesia primitiva, según nos lo indica san Pablo en la segunda lectura, continúa la postura y enseñanza de Jesucristo. La nueva creatura, surgida del bautismo, es la reconciliada con Dios por medio de Jesucristo. Y los apóstoles, continuadores de la obra de Cristo, son los ministros de la reconciliación. En cuanto tal ministro, nos exhorta: "No recibáis en vano la gracia de Dios". Al inicio de la cuaresma es una exhortación muy apropiada.

SUGERENCIAS PASTORALES

Nos acercamos a pasos veloces al gran jubileo del año 2000. Caracterítico del jubileo es el gozo espiritual por los grandes bienes del misterio de la Encarnación. Pero previa al gozo espiritual está necesariamente la conversión, la purificación de nuestra vida, rozada al menos, si no es que hundida, por la oscuridad y tristeza del pecado. Para expresar la conversión y obtener realmente la purificación interior, la Iglesia nos propone algunos medios: la peregrinación a Roma, a la Tierra Santa, o a la Iglesia catedral...Peregrinar es ponerse en camino hacia la casa del Padre, es "ejercicio de ascesis laboriosa, de arrepentimiento por las debilidades humanas, de constante vigilancia de la propia fragilidad" (Incarnationis mysterium -IM- no.7). Peregrinar es reconocernos necesitados de un Padre que nos salga al encuentro, nos perdone y nos restablezca en nuestra dignidad de hijos suyos.

            Otro medio que nos brinda la Iglesia es la puerta santa, que evoca "el paso que cada cristiano está llamado a dar del pecado a la gracia" (IM no. 8); puesto que todos somos pecadores, todos estamos llamados a dar ese paso, a entrar por esa puerta de gracia y misericordia. Esa puerta santa es Jesucristo, cruzarla significa confesar nuestra fe en Él y en su doctrina, como nos ha sido transmitida por la Iglesia a lo largo de dos milenios. Esa puerta santa, que es Jesucristo, nos da acceso a la Iglesia, fundada por Él como signo e instrumento de unión con Dios y con todo el género humano. Cristo y la Iglesia, indisolublemente unidos para salvar al hombre. ¿Por qué a veces los hombres somos tan torpes, que los separamos?

            Un último medio que la Iglesia, en su solicitud materna, nos ofrece son las indulgencias, que son el nombre tradicional de la "abundancia de la misericordia del Padre, que sale al encuentro de todos con su amor, expresado en primer lugar con el perdón de las culpas" (IM 9). Las indulgencias no se pueden separar ni de la conversión del corazón, ni de la misericordia divina, ni del sacramento de la penitencia, ni del gozo del perdón y de la gracia. Sólo en este contexto espiritual y eclesial se las entiende bien y surten su efecto salvífico. Convendrá, por tanto, explicar bien a los fieles el sentido de las indulgencias y el modo concreto de ganar la indulgencia plenaria, conforme a las disposiciones emanadas por la Penitenciaría Apostólica.