Domingo de Ramos, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Is 50, 4-7; segunda: Fil 2,6-11 Evangelio: Mt 26, 14 - 27, 66

NEXO entre las LECTURAS

Toda la liturgia está envuelta en un velo de sufrimiento, pero da la impresión de que el mensaje no está ahí, sino en la acción misteriosa y sublime de Dios en medio del dolor y de la angustia más atroces. En el tercer canto del siervo de Yavé escuchamos: "El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes" (primera lectura). En el himno cristológico de la carta de san Pablo a los Filipenses se nos dice: "Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre". Y en el relato de la pasión, Jesús ora a su Padre: "Si es posible, que pase de mí esta copa de amargura; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú"; y a la muerte de Jesús, el evangelista escribe: "El velo del templo se rasgó en dos partes de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron...", signos todos de la manifestación de Dios al final de los tiempos, según la mentalidad judía. Importa resaltar que el sufrimiento no es un contrasentido, un error de cálculo de la acción creadora, sino que Dios es el señor del sufrimiento y que por tanto tiene un sentido. 

MENSAJE DOCTRINAL

El dolor y el sufrimiento no han sido ahorrados ni al mismo Dios, hecho hombre en Jesús de Nazaret. Esto significa, por un lado, que son parte constitutiva de la historicidad del hombre, de su realidad finita, imperfecta, frágil y perecedera; es por ello algo inevitable, que todo hombre tiene que afrontar y aceptar, desde su condición humana y desde su fe. Por otra parte, quiere decir que tiene un extraordinario valor, que el hombre ha de descubrir: un valor moral en la configuración de la personalidad humana: el que sabe sufrir se hace más hombre, y un valor redentor en el designio de Dios: el dolor del hombre contribuye a la redención operada por Jesucristo.

La figura del siervo de Yavé, de que trata la primera lectura, nos resulta sorprendente, chocante por diversos motivos: es un inocente, que sin haber hecho mal a nadie, sufre ultrajes, golpes y deshonras; es un hombre religioso que, en medio de todo lo que le sucede, descubre el dedo de Dios y siente la fuerza y presencia potente de Yavé; es un discípulo de Dios que, situándose por encima de su dolor, tiene palabras de consuelo para el abatido y necesitado.

¿No es verdad que la mejor realización de esta figura la vemos espontáneamente en Jesús de Nazaret, sobre todo en aquellas horas terribles y densas del jueves y viernes de pasión? Así lo han visto y pensado los primeros cristianos, y lo han dejado plasmado para nosotros en el himno litúrgico que Pablo recoge en la carta a los filipenses: "Se despojó de su grandeza... tomó la condición de esclavo... se humilló a sí mismo, obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (segunda lectura). Y todo el relato de la pasión, ¿no es acaso el dolor de la inocencia herida, asesinada, que vence la culpa y el pecado de los "asesinos"? ¿no es la expresión sublime del amor sufrido a un Padre cuyos designios misteriosos, incomprensibles están realizándose, "a fin de que el hombre viva"? ¿no es el gesto supremo del anonadamiento y de la humillación, al cual el Padre responde con la exaltación y la gloria de la misión cumplida? El sufrimiento no deja de tener un rostro duro, hosco y horrible para el hombre, pero tras esa máscara de dolor, se encuentra el rostro hermoso, sereno, gozoso de un sentido fecundo, misteriosamente sazonado y fructífero .

SUGERENCIAS PASTORALES

¿Cuál es mi actitud ante el dolor, ante las catástrofes, los crímenes, los desórdenes civiles, morales, religiosos? ¿Cuál es la actitud de los cristianos entre los que vivo y trabajo? ¿Cómo ven y afrontan la muerte de un ser querido, de un inocente? ¿Cómo sufren sus propias miserias v.g. una enfermedad grave, un accidente de tráfico o de trabajo, la soledad y el abandono, las limitaciones de la ancianidad? El sacerdote ha de conocer lo mejor posible los "dolores, pruebas, angustias, miserias" de sus fieles, de los destinatarios de su mensaje. ¿Soy el buen pastor que conozco a mis ovejas, a todas y a cada una, y estoy cerca de ellas sobre todo en los momentos de prueba?

La fe en la presencia y en la acción de Dios en esos momentos y situaciones de dificultad y de angustia, es algo muy necesario y urgente. En el desconcierto que la situación pueda crear, en la 'crisis interior de rebelión' que pueda provocar, en el descontrol que pueda desencadenar, la fe es una clave que previene y acompaña al cristiano, le infunde serenidad, le abre una puerta a la esperanza, le remite con paz al Señor de la vida y de la historia. Esta fe de la presencia viva de Dios en el dolor y la prueba ha de ser objeto de predicación (homilía, catequesis); pero en los momentos concretos de la prueba y de la angustia, es para hacerla visible con la propia vida. En esos momentos el sacerdote es el hombre de fe que, con la suya, infunde fe en los demás.