II Domingo de Pascua, Ciclo A

Autor: Padre Antonio Izquierdo   

 

 

Primera: Hch 2, 42-47; segunda: 1Pe 1,3-9 Evangelio: Jn 20, 19-31

NEXO entre las LECTURAS

Si el domingo de Pascua subrayaba el misterio de la resurrección, el actual nos presenta sobre todo la respuesta del hombre ante el misterio: la fe gozosa. El apóstol Tomás es tal vez un paradigma de todo hombre: paso de la incredulidad a la fe en Cristo resucitado, de la búsqueda de evidencias a la confesión gozosa y emocionada (evangelio). La comunidad de Jerusalén proclama su fe en la resurrección, cuando se reúne los domingos para escuchar la predicación de los apóstoles, y celebrar en comunión fraterna la fracción del pan, signo del misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo (primera lectura). Las palabras de Pedro resuenan todavía frescas a nuestros oídos: "Sin verlo creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la salvación, que es el objetivo de vuestra fe" (segunda lectura). 

MENSAJE DOCTRINAL

La fe en la resurrección de Jesucristo es el pilar fundamental de la fe cristiana. "Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe, somos los hombres más infelices de la tierra", escribe san Pablo a los corintios (cf. 1Cor 15, 12-19). Más aún, si Cristo no ha resucitado somos falsos testigos de Dios, puesto que damos falso testimonio contra él al afirmar que ha resucitado a Jesucristo. Pero a continuación, con claridad y contundencia exclama Pablo: "Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos". Con la resurrección de Jesucristo, Dios Padre confirma en la verdad toda su vida y su misión, toda su enseñanza y su conducta, toda su obra de revelación y redención. La resurrección viene a ser el "sí" de Dios a su Hijo Jesucristo, redentor de todo hombre y de cada uno de los seres humanos.

Comentando el texto de Pablo a los corintios, podemos decir que, porque Cristo ha resucitado, los cristianos somos los hombres más felices de la tierra. La primera comunidad cristiana que se reunía con los apóstoles y con María la madre de Jesucristo, para celebrar la "fracción del pan" atestigua esta intensa felicidad de los creyentes. El motivo es evidente: la resurrección de Cristo es primicia de la resurrección del cristiano; más aún, el cristiano auténtico participa ya, aquí en la tierra, de la nueva vida en y con Cristo resucitado. ¿Cómo no vivir en un gozo permanente? Es lo que Pedro canta en un himno probablemente de carácter bautismal: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable" (segunda lectura).

Comentando al mismo Pablo, diríamos también: "Nuestro testimonio de la resurrección de Jesucristo rinde homensaje a la veracidad y a la fidelidad de Dios Padre a sus hijos los hombres". Dios es fiel y, por ello, no ha abandonado a su Hijo al poder de la muerte y tampoco nos abandonará a todos nosotros, hijos suyos por adopción y misericordia. La actitud de Jesús resucitado con Tomás, el apóstol 'incrédulo', refleja bellamente esta fidelidad de Dios, que condesciende con la 'incredulidad' del hombre para lograr llevarlo a la fe, a una fe sólida y definitivamente libre de toda escoria de duda: "¡Señor mío y Dios mío!" (evangelio). La confesión ininterrumpida, por parte de la Iglesia, de la resurrección de Jesucristo, en los veinte siglos de su historia, ha ratificado y continúa ratificando hoy en día la verdad y fidelidad de Dios. 

SUGERENCIAS PASTORALES

La respuesta del hombre al misterio es siempre sorprendente, sea que lo acepte por 'milagro' de la gracia, sea que lo rechace guiado por la pobre luz de su inteligencia finita. Cualquiera que sea la respuesta del hombre, el misterio de la resurrección "está ahí", sin posibilidad alguna de olvidarlo o de aniquilarlo. Como sacerdotes y pastores, no nos ha de extrañar por un lado que se puedan dar diversas respuestas a este inmenso misterio, pero por otro no hemos de cesar de predicarlo, testimoniarlo, apuntarlo como absolutamente importante para toda existencia humana, gozarnos con todos nuestros hermanos que aceptan y vibran espiritualmente con el misterio de Cristo resucitado.

Hemos de predicar claramente que la fe en la resurrección es un don, un 'milagro' de la gracia y del amor de Dios. Este don lo recibimos en el bautismo, pero hay que cultivarlo, protegerlo, valorarlo, a fin de que nada ni nadie lo arrebate del corazón creyente. ¿Cómo cultivan, protegen, valoran nuestros parroquianos, las personas con quienes ejercemos nuestro ministerio pastoral, el don de la fe, particularmente la fe en la resurrección de Jesucristo? ¿Qué puedo hacer yo, sacerdote, para ayudar a mis hermanos a cultivar, proteger, valorar esa fe?

Hemos de explicar a los fieles que la fe en la resurrección no es algo absurdo, opuesto a las leyes de la razón humana, ajeno a la vida cotidiana del hombre. ¿Cuántas realidades en la vida humana que no son evidente, y que se creen sin pestañear? Creer a quien 'sabe' sobre el asunto no es absurdo ni irracional, luego hemos de creer a Dios, la sabiduría infinita. Si la vida del hombre fuese igual a la de un animal, entonces la resurrección carecería de importancia. ¿Pero no siente el hombre en su corazón que no puede morir? ¿No dice un pagano como Horacio 'non omnis moriar', 'no moriré del todo'? La resurrección de Jesucristo no sólo no es ajena a la vida del hombre, sino que es la base inexpugnable de su verdadero sentido. "Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos con él".