I Domingo de Adviento, Ciclo B
San Marcos 13, 33-37:

Autor: Padre Antonio Izquierdo  L.C

 

 

Primera: Is 63, 16-17.19; 64,1-7; Segunda: 1Cor 1,3-9; Evangelio: Mc

NEXO entre las LECTURAS

Actitud vigilante entre la espera y la esperanza: aquí está el punto nuclear de las lecturas litúrgicas. El evangelio repite por tres veces: "vigilad, estad alerta, velad", porque no sabéis cuándo llegará el momento, cuándo llegará el dueño de la casa. En la primera carta a los corintios, Pablo habla de esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que "os mantendrá firmes hasta el fin". La bellísima invocación a Dios del tercer Isaías expresa el deseo de que el Señor irrumpa con su poder en la historia, como si se tratase de un nuevo Éxodo, recordando que "Tú, Señor, eres nuestro padre".

MENSAJE DOCTRINAL

El día del Señor. En el adviento la tradición de la Iglesia ha unido dos venidas: la del Verbo en la debilidad de la carne, que celebraremos el día de Navidad, y la del Señor en la majestad de su gloria, que pertenece, en cuanto al tiempo y al modo de realizarse, al reino del misterio escondido en el corazón del Padre. Entre ambas corre un hilo de continuidad: la venida histórica de Jesús preanuncia y anticipa en cierto modo su venida última, al final de la historia; quien sale con gozo al encuentro de Jesús de Nazaret en el misterio de su nacimiento, no tiene motivo para temer o desesperar del encuentro postremo y definitivo con el Cristo glorioso, Señor del universo y de la historia. Para el fiel cristiano, el día del Señor no tiene por qué estar revestido de escenas terrificantes, de miedos atenazadores, de horribles fantasmas paralizantes, de visiones apocalípticas deslumbrantes. Con san Pablo, el critiano está seguro de que "el Señor os mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusaros en el día de nuestro Señor Jesucristo" (segunda lectura). El día del Señor reclama al cristiano, y a todo ser humano, a la responsabilidad de cara al misterio infinito de la encarnación y de la redención.

Certeza e ignorancia. La revelación de Dios nos ha desvelado la certeza de la última venida de Jesús, al final de los tiempos. De esto no podemos tener duda alguna los cristianos. Pero Dios nos ha dejado en oscuridad respecto al tiempo y a la manera en que tendrá lugar la parusía. Se ve que para Dios estas cuestiones carecen de importancia. Dios no se revela para satisfacer nuestra curiosidad ni para arrancar de nuestra alma la saludable esperanza; se revela para nuestro bien y para nuestra salvación. La ignorancia sobre el cuándo y el cómo nos mantiene a los hombres, generación tras generación, en estado de alerta y vigilancia, que es a lo que Jesús nos invita en el evangelio.

Abandono en las manos del Padre. Junto a esta actitud evangélica, el texto de Isaías nos propone la actitud de abandono filial, pues Dios es nuestro padre y nuestro libertador, nuestro alfarero y nosotros somos su arcilla. Una actitud que se obtiene y configura de manera especial en la plegaria, crisol del espíritu filial y de la fe sólida en Dios. Este espíritu filial hace gritar al profeta con envidiable confianza: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases". Cinco siglos después el deseo se convertiría en realidad con la encarnación del Verbo. Cuando en los designios de Dios esté determinado, el cielo volverá de nuevo a rasgarse y aparecerá el hijo del hombre para juzgar a vivos y muertos y para establecer definitivamente su reinado de justicia, de amor y de paz. 

SUGERENCIAS PASTORALES

¡Vigilancia! Llega la Navidad. En nuestra sociedad corremos el peligro de "pasar bien" la Navidad, como se pasan bien las vacaciones estivas o un día de fiesta nacional. Es decir, vamos quizá a la misa de gallo, porque "tradición obliga", adornamos nuestra casa con un arbolito de luces y un belén, festejamos en familia con un banquete opíparo, vemos en televisión algún programa relativo a las fiestas navideñas, hacemos hermosos regalos a nuestros amigos y seres queridos, reavivamos los lazos familiares en torno al hogar...¡todas ellas, cosas buenas! Pero la sustancia de la Navidad, el misterio más sublime de la historia: Dios entre nosotros, Enmanuel, se nos escapa como agua entre los dedos de las manos o se diluye como el humo en nuestra mente superficial y poco propensa a la meditación seria de las cosas que realmente valen la pena. Hoy la liturgia nos dice: ¡Atentos! Vigilad para no perder la ocasión de meditar en algo importante, de valorar debidamente el misterio que vamos a celebrar.

¡Vigilancia! Eres pecador. No sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor al término de la historia, pero sí conocemos su venida histórica. ¿Cometeremos la criminal osadía de vivir despreocupados, a sueldo dañoso de pecador empedernido, ajenos del todo al Niño divino de Belén y al Señor de la gloria? Somos pecadores. Llevamos en nosotros la querencia al pecado. No podemos dejar de vigilar para que la llegada del Señor nos encuentre preparados, engalanados con el vestido de boda. Somos pecadores: la Navidad nos recuerda que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para redimir al hombre del pecado. ¡Recordemos! ¡Vigilemos! Que la venida histórica de Dios entre los hombres reavive nuestra conciencia de pecadores y nuestra necesidad de salvación. La Navidad no es sólo tiempo para sentimientos de ternura, de intimidad, de fiesta; lo es también para despertar del letargo nuestra conciencia y "hacer nacer a Dios" en nuestro corazón.